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Basura, componente esencial del socialismo

LA HABANA, Cuba.- “Estamos tan acostumbrados que ya no lo vemos”, me responde alguien cuando le pregunto si no le molesta el basurero desbordado casi frente a la puerta de la casa.

Durante años ha sido así y nada han podido hacer al respecto ni ellos ni los vecinos, mucho menos el gobierno local del cual ya conocen la respuesta: “no hay recursos”.

Sin embargo, son los límites entre Centro Habana y La Habana Vieja y, en los alrededores, las empresas constructoras para el turismo cuentan con decenas de camiones para evacuar diariamente los cientos de metros cúbicos de escombros generados por unas obras que, según dicen las autoridades del país, sin ningún tipo de ironía, son “por el 500 aniversario” de una Habana que, por su alto grado de abandono, aparenta unos dos mil años, tal vez muchos más.

Ruinas, basurales y malos olores son el denominador común de las experiencias individuales de aquellos que la viven o la visitan, de modo que, quizás por un efecto de saturación de los sentidos, quizás por mera socarronería, algunos terminan por ignorar la cuestión o la asumen como ingrediente indispensable del sistema.

El deterioro de la capital cubana es de proporciones gigantescas y no existen programas ni acciones efectivos que puedan convertir en transitorio algo que ya apunta a ser tan eterno como la propia “construcción del socialismo”,  según se infiere de ese inútil recurso de “apelar a la conciencia de los ciudadanos” del cual hablan los miembros de la Comisión gubernamental por los 500 años de La Habana, encabezada por el presidente cubano Miguel Díaz-Canel.

“Concientizar”, es el término más usado en las reuniones de trabajo o al menos en aquellos fragmentos que son divulgados por la prensa oficialista. Una forma de traspasar la solución del asunto a aquellos que más sufren la incapacidad institucional y el mal manejo de los recursos, así como la terquedad de quienes se niegan a ceder, aunque ya más que podrido, un pequeño pedazo del pastel a la iniciativa privada.

Los emprendedores cubanos por el momento no son alternativa al menos en un plan a gran escala, aun cuando la Cámara de Comercio ha incluido el negocio de la recogida y procesamiento de los desechos sólidos en la cartera de oportunidades para la inversión extranjera y aun cuando hasta la fecha ningún empresario extranjero ha presentado un proyecto que valga la pena y que justifique mantener provisionalmente el problema sin soluciones.

Si bien es cierto que a nivel local hace algún tiempo se creó la figura del recolector o reciclador, aquel sujeto que, costal al hombro, registra los basurales en busca de latas y botellas, cartones y otros objetos reciclables, también lo es que no se les ha dejado traspasar los límites de la economía de subsistencia para, con el poco capital que pudieran haber reunido o con los créditos bancarios que se les pudiera otorgar, asuman labores más complejas como las que pide a grito la ciudad toda, desde los centros hasta la periferia.

Las razones han sido los mismos oportunismos y tonterías de siempre. Por una parte, el temor a que el ciudadano común se convierta en verdadero empresario y que la acumulación individual de capital se imponga al control ideológico del Partido Comunista; por la otra, la incapacidad de eliminar uno de los pilares de corrupción más importantes a partir de la asignación de recursos del Estado a los gobierno locales, traducidos sobre todo en cientos de miles de litros de combustible al año y piezas de recambio que desaparecen instantáneamente en un mercado negro controlado desde las propias instituciones estatales.

Las estadísticas oficiales señalan una disminución constante en la recogida de desechos sólidos en todo el país al menos desde 2006 hasta la fecha.

Si bien se registra un aumento hacia 2008, de cerca de 25 mil metros cúbicos en 2007 a aproximadamente unos 30 mil metros cúbicos en 2008, también de seguido comienza a registrarse un retroceso para 2009 que mantiene la misma tendencia hasta la actualidad en que marcha por debajo de los 25 mil metros cúbicos al año.

Tales cifras decrecientes, en comparación con los aumentos de las inversiones en la compra de carros recolectores, piezas, así como la asignación de combustibles declarados por las autoridades del sector, son indicadores de que algo bien oscuro ha venido sucediendo alrededor de nuestra basura y que la Habana no huele mal solo a causa de los vertimientos de los habitantes y su “mala consciencia” sino por la “mano larga y astuta” de quienes saben las ganancias de un basural desbordado.