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Carmita, un pueblo olvidado

SANTA CLARA, Cuba.- Cerca de nada y lejos de todo está el batey Carmita, un asentamiento perteneciente al villaclareño municipio de Camajuaní, en el centro del país. Fue un poblado próspero cuando el olor a melaza inundaba sus guardarrayas y los silbidos de un armazón de hierro le daban ritmo a la vida de su gente, allá por el siglo xx.

Justo a las puertas de la siguiente centuria sus maquinarias dejaron de moler y la altísima chimenea cesó de expulsar humo. La muerte del central Carmita fue directamente proporcional a la muerte de la comunidad que lo rodeaba.

El certificado de defunción lo firmó el propio gobierno cubano, obligado por los bajos precios del crudo a nivel mundial. Ya el azúcar no era un negocio rentable, ni Cuba la reina tropical que endulzaba los paladares foráneos.

Fue así como Carmita y otra decena de poblados que rodeaban los ingenios cubanos quedaron desiertos, a merced de un cambio que aún no llega. Miles de trabajadores del sector azucarero perdieron sus empleos y tuvieron que enrumbarse hacia otras industrias.

Hoy, del laborioso central, quedan pocas huellas: una torre de concreto que se cae a pedazos, en cuya cima descansan aves de rapiña y el esqueleto oxidado de las maquinarias, que poco a poco el marabú va devorando.

Para llegar al diminuto pueblo de Carmita hay que adentrase en una polvorienta carretera de siete kilómetros, a la cual pocos vehículos entran o aventurarse en un tren, que un día sí y otro no, para en la derruida estación ferroviaria.

El transporte es otro de los grandes dilemas de este pueblo olvidado, escondido en las entrañas cubanas, al igual que la falta de opciones laborales. Sus habitantes huyen cada mañana a sus empleos y los niños a las escuelas. Es entonces cuando la comunidad luce como un pueblo de abuelos, sin hijos ni nietos.

En Carmita no hay centros nocturnos, ni cines, ni teatros, ni hospitales, ni bancos, ni tiendas. Al parecer, el olvido la hizo su casa y no tiene intenciones de mudarse.