Inicio Cuba Castro y Figueres, una historia de amor y odio

Castro y Figueres, una historia de amor y odio

LA HABANA, Cuba.- Hace unos días, un artículo de Miguel Díaz Fernández, me recordó la historia de los encontronazos, arrumacos y reconciliaciones entre Fidel Castro y el prohombre costarricense José Figueres (1906-1990).

En su artículo, Díaz Fernández, basado en documentos desclasificados recientemente por la CIA, se refería a los supuestos planes de Fidel Castro, a inicios de la década del 70, de efectuar ataques terroristas en territorio norteamericano antes de que como temía –debido a las bravatas del líder anticastrista José Elías de la Torriente-, tuviera que enfrentar otra invasión similar a la de Bahía de Cochinos.

El Comandante, que cuando olfateaba peligro tendía a ponerse apocalíptico y correr hacia delante, contaba con involucrar a los soviéticos –esta vez sí, no como en octubre de 1962- de ocurrir un enfrentamiento militar con los Estados Unidos.

Según los documentos de marras, la CIA supo del descabellado plan de Fidel Castro gracias al diputado costarricense Manuel Mora Valverde, quien era por entonces el secretario general del Partido Voluntad Popular (comunista).

Mora Valverde había viajado a Cuba a finales de octubre de 1970, enviado por el entonces presidente José Figueres, a negociar la solución del caso del avión de la aerolínea costarricense LACSA secuestrado y desviado a La Habana por un comando del Frente Sandinista que exigía la liberación de dos de sus cabecillas, Carlos Fonseca Amador y Humberto Ortega, y otros dos guerrilleros que estaban encarcelados en Costa Rica.

Luego de resuelto el caso del secuestro del avión, Mora Valverde tuvo que dedicarse a convencer a un muy aprensivo Fidel Castro de que Figueres, a pesar de sus declaraciones, no era hostil a su régimen y de que no era Costa Rica el país centroamericano desde el cual José Elías de la Torriente había anunciado que partiría la presunta fuerza invasora de 15 000 anticastristas.

A Fidel Castro nunca le simpatizó José Figueres, a quien llamaba Pepe Cachucha.

Cuando Figueres visitó Cuba en 1959, unos meses después del triunfo de la revolución, el Comandante lo ridiculizó en público, durante un acto multitudinario en el Prado habanero.

Para que interrumpiera el discurso de Figueres, que estaba sentado en la tribuna, a la izquierda, azuzó contra él al líder sindical y futuro preso político y desterrado, David Salvador.

Tratar de explicar el modo costarricense de hacer una revolución socialdemócrata, anticomunista, y sin enemistarse con los Estados Unidos, le costó a Figueres la ira del Comandante y la humillación de que le retiraran el micrófono.

¿Cómo iba a permitir Fidel Castro que Pepe Figueres homologara su revolución verdeolivo, siquitrilladora, antiyanqui y barbuda, con la revuelta reformista y burguesa de aquellos feos gorros que llamaban cachuchas?

Lo que no pudo prever Fidel Castro es que menos de diez años después, para impulsar sus planes revolucionarios en el continente, iba a tener que solicitar la ayuda de José Figueres: necesitaba que hiciera valer sus influencias como expresidente –y no uno cualquiera- con el gobierno del presidente Rodrigo Carazo para que permitiera el trasiego por la frontera entre Costa Rica y Nicaragua de armas y hombres para la ofensiva del Frente Sandinista contra el régimen de Somoza.

Para conseguir el favor de Figueres, el líder cubano, en un mensaje secreto que demoraría dos décadas en filtrarse, ensayó algo parecido a una disculpa, cosa muy poco frecuente por parte de él, al alegar que aquel desplante en el acto del Prado, al igual que su casi pugilístico encontronazo con el embajador español Lojendio, ambos ante las cámaras de la televisión, fueron resultado de sus ímpetus juveniles.

Figueres accedió: pesó más el rencor contra los Somoza que el desplante y el mal rato que le había hecho pasar Fidel Castro 18 años atrás. Su colaboración y la del presidente Carazo fueron decisivas para el triunfo de los sandinistas en julio de 1979.

Y así, Fidel Castro, desde el puesto de mando de la Dirección General de Operaciones Especiales, en La Habana, antes de que fuera tomado el bunker de Somoza en Managua, pudo darse el gusto de dirigir la primera guerra por control remoto en América Latina.

Figueres le cobró al Comandante pasándole la papa caliente de Robert Vesco. Ya le había sacado al estafador y narcotraficante dos millones de dólares por salvarlo de la justicia estadounidense, al aprobar en 1972 una ley para impedir su extradición de Costa Rica a los Estados Unidos. Figueres no podía hacer más por Vesco: que Fidel Castro se las arreglara con él. Y el Comandante se las arregló: luego de hospedarlo en Cayo Largo, lo envió a la cárcel.

Se afirma que Figueres, durante su tercer periodo presidencial, de 1970 a 1974, para el que resultó electo con el apoyo de los comunistas del Partido Voluntad Popular, que presidía su viejo aliado Mora Valverde, mantuvo contactos con un agente del KGB apellidado Mosolov y recibió sustanciales sumas de dinero de la Unión Soviética, sabrá dios a cuenta de qué favores.

Fidel Castro supo de los flirteos de Figueres, tanto con el KGB como con la CIA, a través de Manuel “Barbarroja” Piñeiro, el jefe del Departamento América, encargado de la subversión continental, quien les advirtió a él y al KGB que Don Pepe no era de fiar.

Un largo camino recorrió José Figueres desde sus tiempos de revolucionario, idealista, honesto y demócrata, hasta los de protector de mafiosos y cómplice del Kremlin y de Fidel Castro. De cualquier modo, tuvo sus méritos. Sin excederse con los tiros, hizo una revolución que dio a Costa Rica la más sólida democracia de América Latina, sin ejército y con prosperidad económica y justicia social.

Pero esos meritos no contaban para el Comandante: más bien eran deméritos. Por eso siempre se negó a considerar a Figueres como un revolucionario, uno de los suyos.