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Colas de más de dos cuadras: el sacrificio para comprar pan en Cuba

HOLGUÍN, Cuba.- La dulcería panadería Doñaneli de la ciudad de Holguín abre a las 8:30 de la mañana, pero ya desde el día anterior sus clientes comienzan a organizar la cola.

Cuando Raquel Reyes, una jubilada de 71 años, llegó a las 5 de la tarde pensó que era una de las primeras, pero se equivocó: hacía el número 27. “Los seis que están delante de mí han marcado para tres o cuatro. Yo también hago lo mismo, conmigo comprarán mi esposo, mi dos hijos y dos nietos”, dice a CubaNet.

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La falta de viandas por la crisis alimentaria que atraviesa el país convierte al pan en un ingrediente necesario en la mesa del cubano, algo que no resuelve el pan normado de 80 gramos por persona de la bodega. La aguda escasez de harina ha limitado la venta de productos asociados a esta materia prima. Los carteles “No hay harina, no hay pan hasta nuevo aviso” ya es ‘normal’ encontrarlos colgados en las puertas de estos establecimientos.

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Las cuatro panaderías de la ciudad de Holguín que ofrecen el pan liberado son incapaces de satisfacer la demanda. La venta se ha restringido a razón de dos panes de corteza dura por persona, una oferta insuficiente que obliga a la familia a salir de la casa desafiando al coronavirus. “Para que el pan alcance para la familia tenemos que marcar para todos”, confiesa Raquel.

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Su nuera, después de la jornada laboral, vendrá a rectificar la cola a las 9 de la noche, y más tarde su hijo lo hará a las once. “Organizamos los horarios para asegurar la cola”, dice Raquel. La señora da el último y regresa a la casa a realizar las labores hogareñas.

Hay clientes que marcan tarde en la noche. Víctor Reyes llegó a las 12:30 de la madrugada. En ese momento había solo tres personas. Una de ellas se quedó un rato acompañándolo. Deseoso de dar el último e ir a la casa a descansar después de un duro día de trabajo a Víctor le parecía que el tiempo no pasaba. Se sentó en un escalón de entrada de la tienda y entabló una conversación banal con su acompañante. Víctor apenas podía mantener los ojos abiertos, el cansancio comenzaba a hacer mella en su cuerpo.

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“Estoy aquí para garantizar la merienda de mis dos hijos”, dice Víctor. Pasadas las 2 de la madrugada fue que pudo dar el último para finalmente ir a dormir a su casa.

Por la madrugada la cola es un desafío: los clientes están expuestos a una multa policial de 2 000 pesos por violar el toque de queda —una medida para evitar el contagio del coronavirus—, o a los maleantes que asaltan cuchillo en mano aprovechando la soledad del momento.

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Sin embargo, el reto de hacer cola para llevar el pan u otra mercancía a la casa es más fuerte que cualquier riesgo. “Holguín es una ciudad que no duerme, por la madrugada encuentras personas haciendo colas: acostados sobre cartón en las aceras para comprar las motorinas o el aseo personal en las tiendas en MLC; para las cajas de cigarro que venderán en la bodega o en algún bar de la ciudad; o como esta para comprar el pan”, dice Leonardo Sánchez, un joven al que las 4 de la madrugada lo ha “sorprendido” en la cola.

“Tengo que quedarme hasta las 7:30 de la mañana. Si me voy puede venir alguien con el pretexto de que no había nadie y arma otra cola y se pierde todo el sacrificio de muchas personas”, dice Sánchez.

A las 7 de la mañana llega el relevo de Leonardo, quien, a pesar de no haber dormido en toda la madrugada, decide quedarse para comprar. “Es un sacrificio que hay que pasar para comer pan”, dice el joven en tono de consuelo.

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Todo transcurre en aparente calma, pero a medida que se aproxima la hora de la venta la calle se convierte en un hervidero de gente que aumenta progresivamente hasta obstaculizar el tránsito de una de las arterias principales de la ciudad.

Los cláxones de los autos pidiendo vía no cesan. Un bicitaxi casi atropella a una señora que se nota un poco desubicada.

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Cerca de la hora de apertura alguien que propone organizar la cola es ignorado. “Eso es por gusto, es mejor esperar al organizador oficial del gobierno”, le responden.

La multitud es tan grande que en muchas ocasiones los clientes olvidan el coronavirus y no mantienen el distanciamiento social. Una situación que dos “anticoleros” designados por el gobierno apenas pueden controlar.

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“No se aglomeren, suban a la acera, mantengan el distanciamiento”, repiten una y otra vez los organizadores de la cola que a menudo amenazan con llamar a la policía.

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La cola se extiende casi tres cuadras y a medida que pasa el tiempo la multitud crece. En reiteradas ocasiones se producen altercados entre personas que defienden su lugar en la cola.

Para la mayoría la espera puede pasar de una hora. A menudo los clientes se quejan de la lentitud de los vendedores. “No se apuran porque tienen un salario y un horario fijo”.

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Diariamente se queda una treintena de personas sin comprar. “Aquí la solución es hacer la cola desde el día anterior, si no te quedas sin pan. Pero ya a mi edad eso me resulta difícil”, comenta un señor que no pudo llevar a casa el deseado alimento.

Las críticas también apuntan a la calidad. “Es un pan viejo y con poco aceite en su elaboración, pero tenemos que comprarlo porque es el único. No hay competencia entre panaderías, estamos a merced de los vendedores. Lo tomas o pasas hambre”, opina Mario Miranda, un señor que compró después de más de una hora en la cola.

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