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Colorear pueblos sucios: tarea de clases

Venta de Marmolina en Villa Clara (Foto del autor)

SANTA CLARA, Cuba. – Las ciudadelas de la Cuba profunda son, si se quiere, las dos caras de una misma moneda: por una parte, generan un caos ambiental; por otra, estimulan a sus moradores a “lucirse” ante las ridículas exageraciones del paisaje.

Conviven apelotonados los con y sin dinero, en esplendente lujo o pobrísimas casuchas, y solo un maquillaje del “casco histórico” individual –opulento o ruinoso–, ocultará transitoriamente la fealdad común.

Si “Esta es tu casa Fidel”, como todavía rezan algunas calaminas incrustadas en fachadas y puertas desde los inicios del desastre nacional, ¿qué decir de Punto Cero al que pocos elegidos entraron? ¿Conservará Dalia alguna “de recuerdo”?

Los que posean medios cuantiosos, remontarán la cacofónica “emulación socialista” exhortando a la clase media/nueva con ínfulas “de altura” y a los demás arruinados a que vayan “unos contra todos” y sin miedo, como envidiosos en pugna.

La guerra entre Marmolineros y Estado por vender emulsiones piratas alcanza los sectores mugrientos

Pero no solo “riñas silenciosas” transcurren. Los fabricantes de pinturas “hechas a la orden” han improvisado jugoso negocio transnacional, pues importan por la izquierda (aditivos “no comerciales” según lo decreta el mamotreto aduanal) componentes como la laca, la goma acrílica y los pigmentos que no existen en ningún lado esta isla aislada por los cuatro mares, acompañados del maremoto escandaloso que generan los embates gubernamentales.

Rutilantes frontones de viviendas (de muy mal gusto, por cierto), son deriva de un alarde mayor de riquezas temporales que terminará siendo investigado. Copia fiel de lo que hace el Partido Comunista con sus propiedades.

En los esperpénticos diseños de lugares destinados al alquiler, la venta y reventa –legal o no, privada o estatal–, priman los mal acabados, la mueca decorativa como sumun del entorno hostil en que nos obligaron a malvivir.

Un sondeo reciente –de discutible credibilidad–, hecho por la dirección regional de Urbanismo y adscrito al fondo habitacional de la Dirección de La Vivienda en la provincia de Villa Clara arrojó un enorme desbalance “clasificatorio” entre las “constatables calidades” redefinidas como “procesos terminados” y el diseño arquitectónico de casas construidas por iniciativa, inventiva, obligatoriedad (independientemente de recursos) del individuo apremiado por un techo o un negocio, los y las cuales distan mucho de haberse supervisado de antemano por inspectores, arquitectos de la comunidad o agentes urbanizadores.

Encima de esta desdicha, los fabricantes/vendedores de pinturas (cuya mezcla comienza con el hidrato de cal al que añaden solución cementosa para adherir emolientes), compiten con los más “finos tonos” de moda en esta “temporada invernal” (sin temporales al fin), anunciando a voz en cuello –asaltantes de camino–, “que ricos y pobres se den julepe y luego sufran el soponcio a la par”.

Violetas subidos y naranjas fosforescentes. Rojos chillones y verdes “chatré”. Dorados lumínicos y platas siderales “concebidos especialmente” ¡Oh, finura! “para puertas y ventanas” (¿de palo/hierro fundido?), cuya alquimia durará hasta el próximo aguacero. Frontispicios expuestos a la implacable luz solar, empiezan a desvanecerse como ornamentos de celuloide vencido.

Los precios por galón en las shoppings (que por supuesto: nunca hay) se han disparado –de 4 y 5 hasta 14 y 16–, mientras que los reyes del mejunje criollo oscilan a la par, entre 5 y 7 CUC.  Según el tono y las añadiduras, así será el coste.

Los que encandilan suelen ser los más solicitados por esta población cultísima que tiene implantada –en lo que le queda de un cerebelo abrillantado con purpurina parrandera–, una carroza ensamblada sobre un chasis de mangle podrido.

Los blancos, grises pálidos, sepias y huesos para techos e interiores, no sufren tanto el proceso decolorante que el resto. Incluso amarilleces súbitas simulan cierta humedad, nunca imperfecciones del aplicado.

Las brochas/pinceles que se empleen en esa faena “artística”, deberán desecharse enseguida, pues se despeluzarán horrendamente hasta quedarse calvas.

Por último, la inhalación de olores que las amalgamas desprendan en habitaciones cerradas, conducirá a enfermedades respiratorias crónicas y alergias cutáneas inmedicables.

Nunca antes la estampa ha sido exigencia más impolítica que en estos tiempos cubanos de abundar miserias. Porque estamos corroborando con el tapujo la representación vitrínica de un país reducido a escala pueblerina. La suciedad aquí o allá renacerá por mucho que la pintarrajemos.