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Cómo dejé de ser vecino de Fidel Castro

Una calle del Vedado (cubabella.com)

Una calle del Vedado (cubabella.com)

LA HABANA, Cuba.- Mis padres y yo nos mudamos al Vedado en los primeros meses de 1959. Era un apartamento alquilado por una prima de mi progenitor, de apellido Plasencia. Al fallecer esta parienta, sus familiares quisieron que nosotros fuéramos los custodios de sus bienes.

El edificio al que nos mudamos estaba la calle 11 número 1058, entre 12 y 14. Dio la casualidad que nos convertimos en vecinos de Fidel Castro, que vivía a un centenar de metros, en 11 entre 10 y 12. Allí vivían, junto al Comandante en Jefe, Celia Sánchez y  un gran número de sus escoltas con sus familiares.

La cercanía y la posición de mi casa con respecto a la de Fidel Castro hacía que viéramos sus movimientos de entradas y salidas en una flota de Oldsmobile estadounidenses exclusivos para su uso, así como de Celia, que también poseía.

Residimos en este sitio sin problemas cerca de tres años, hasta que la Ley de Reforma Urbana estableció como obligación declarar propietario al que viviera en un lugar determinado. Mi padre, por respeto a sus parientes, para que no perdieran sus derechos, no aceptó esta imposición y fuimos denunciados por personas desconocidas.

El jefe de la seguridad de esta zona militar, de apellido Cotarello, se personó en nuestro domicilio para declararnos ilegales. De igual forma se informó a la familia Plasencia sobre la incautación del mobiliario que existía en el hogar por Recuperación de Bienes Malversados, lo cual trajo resentimiento entre mi padre y ellos.

Supimos a través de un chofer escolta de confianza de Fidel Castro y que era amigo de mi madre, sobre la expresión prepotente del funcionario, el cual dijo que nos enviaría para “un cuarto en San Miguel del Padrón”.

Mamá, que laboraba en ese tiempo en la CUJAE, acudió a la directora del centro,  Griselda Sánchez, la hermana de Celia, y le comunicó la situación. De inmediato, Griselda partió para hablar con Celia, que al enterarse de tal arbitrariedad montó en cólera y fustigó fuertemente al mencionado Cotarello.

La medida que pretendía este militar cambió. Propuso entonces una permuta forzosa entre un escolta del grupo y mi familia. Alegó, como justificación, que allí no podíamos vivir más, pues “había que mantener la seguridad personal de Fidel” y mi padre era no confiable, por haber sido “un  policía de la dictadura de Batista”.

El intercambio se llevó a cabo sin decirnos exactamente el sitio al cual nos mudarían. Solo pudimos ver el nuevo apartamento cuando llegamos al mismo.

Con el cambio de casa perdimos una habitación y la posición céntrica. Además tuvimos que pagar los gastos de la mudanza. Aun así,  esta solución fue mejor de lo esperado en principio.

El nuevo apartamento estaba ubicado en un edificio cerca de la Plaza de la Revolución, una zona que coincidentemente también estaba declarada zona especial o congelada. Allí vivo hace más de 52 años.

La nueva vivienda entregada y algunos muebles que recibimos eran de la familia Plasencia. Tuvimos que pagarlos de nuevo al Estado. Fueron tasados en más de $8 000 pesos, los cuales se pagaron por plazos, a razón de $20 mensuales hasta la liquidación de la deuda, en 1991.

Aclaro que nosotros siempre fuimos una familia de escasos recursos económicos. Nunca tuvimos negocios, ni nos intervinieron nada, por tanto éramos proletarios. No obstante, fuimos víctimas de una injusticia perpetrada por la nueva clase dirigente

Describo el hecho para dejar constancia para la historia de cómo desde los mismos comienzos del actual proceso, en nombre de una revolución que decía ser “en beneficio de los humildes, en contra de la burguesía y el imperialismo”, se efectuaron estos atropellos.

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