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Crónica de un cubano en «la capital del imperio»

Capitolio en Washington (Flickr)

WASHINGTON, Estados Unidos. – Washington D. C., donde estoy desde hace dos días, no superó mis expectativas. No me sorprendió. La ciudad es tal y como la había imaginado. Grandiosa, monumental. No puede ser menos. Es lo que corresponde a “la capital del imperio”, como dirían los roñosos mandamases comunistas en Cuba. Yo, en vez de imperio, prefiero hablar de la capital de la República estadounidense. Porque Washington, por todos lados, habla de republicanismo y democracia. Pero lo hace de una forma serena, sin estridencias, como cuando nada hay que discutir.

Que no me haya sorprendido demasiado no quiere decir que no esté impresionado: lo estoy y mucho. Cómo no estarlo luego de pasar por frente al Obelisco, el monumento a Lincoln, el cementerio de Arlington, el monumento a los soldados muertos en Vietnam, la Casa Blanca, el Capitolio, la Biblioteca del Congreso, los numerosos museos…

Todo me es familiar. Es como un déjà vu. No solo por las fotos y las películas. También por las novelas de Gore Vidal, ese escritor que quiso ser presidente de una nación que enjuiciaba demasiado severamente.

Caminando la explanada del obelisco, no puedo sacarme de la cabeza que por aquí anduvieron George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln, Franklin D. Roosevelt, y en 1964, al frente de la marcha por los derechos civiles, Martin Luther King.

Washington impresiona, pero no te aplasta. Las edificaciones son majestuosas, las calles fueron trazadas rigurosamente rectas, el tráfico asusta. Pero la ciudad es humana, rebosante de vida.

Hay gente de todas partes, pero, y que me perdonen los majaderos dentro y fuera de Cuba que hablan de xenofobia, a nadie se le ocurre preguntarte, hables con el acento que hables, de qué país vienes.

En Washington los afroamericanos no serán la mayoría de la población, pero hay bastantes. Y su cultura, de la que están orgullosos, se hace sentir. Se los puedo asegurar, luego de haber asistido el 21 de septiembre a un festival en el llamado corredor de H Street, un barrio predominantemente afroamericano. Había venta de artesanías, souvenirs, comida, y grupos tocando música soul, rap, reggae, etc. Y en centenares de metros, de tanta aglomeración, no se podía dar un paso.

A propósito, en una esquina de H, luego del Billy Jean de Michael Jackson, bailaban con un remix de Benny Moré.

Uno pudiera suponer que Washington, con tantos edificios gubernamentales y tradición política, es una ciudad severa. Nada de eso. Por doquier hay cafeterías y restaurantes con comida de todas partes del mundo, bares, se oye música, hay gente, sobre todo jóvenes, a toda hora, en la calle, los parques y las plazas, conversando, divirtiéndose. Es una ciudad muy vital y que te invita a caminar.

Paradójicamente, una de las cosas que hace humana a Washington, son sus imperfecciones. Porque Washington no es perfecta: hay muchas ratas y se ven demasiados indigentes en la calle. Más de los que uno puede soportar sin sentir pena. Me dicen que la mayoría son “borrachos y junkies”, que deambulan en espera de que sean las seis de la tarde, para irse a los refugios de las iglesias, donde comen y duermen.

¿Quién lo diría? Ratas e indigentes en la capital del país más poderoso y rico del planeta.

Uno en Cuba a veces piensa que todo es perfecto en el Primer Mundo, y particularmente en los Estados Unidos. Qué bien nos hace –a los que podemos, a los que nos lo permiten- asomarnos al mundo exterior. A ver si de una vez, dejamos las idealizaciones, aterrizamos en el mundo real, y en vez de huir, nos dedicamos de una buena vez, y cueste lo que cueste, a recomponer nuestro país.

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(Luis Cino, residente en Cuba, se encuentra de visita en Estados Unidos)

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