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Cuando el poder mete sus zarpas en el arte

Miguel Díaz-Canel (centro), Miguel Barnet (izquierda) y Abel Prieto (derecha). Foto archivo

LA HABANA, Cuba.- Durante muchos años, a pesar de los vientos desfavorables que soplaban en contra, Horacio Hernández (el padre del baterista de igual nombre) hizo en la emisora habanera CMBF, con un tesón admirable, cada noche a las once (excepto los domingos), el programa “El Jazz, su historia y sus intérpretes”.

Fue en ese programa que tanto contribuyó a mi afición por el jazz, donde escuché una vez una grabación de los años 30 del pasado siglo que mucho me impresionó y que nunca he podido volver a escuchar: “Interpretación e improvisación con swing del primer movimiento del concierto en re menor para dos violines de Johan Sebastian Bach” (su nombre original en francés, “Interprétation swing et improvisation swing sur le premier mouvement du concerto en re mineur pour deux violons par Bach”). Los intérpretes de esa pieza son tres músicos excepcionales: el guitarrista gitano-belga Django Reinhardt, su compañero en el Hot Club, el violinista francés Stephan Grappelli (que antecedió en décadas a Jean-Luc Ponty y Jerry Goodman), y el violinista norteamericano Eddie South.

Dicha pieza, que es una extraordinaria joya de la música del siglo XX, es muy difícil de hallar hoy: durante la ocupación alemana de Francia, los nazis recogieron y quemaron los discos que la contenían.

Imagínense con qué horror verían los nazis, que consideraban el jazz como “arte degenerado y decadente”, la música de Bach tocada con entera libertad para improvisar por un gitano, un negro y un francés que “distorsionaba” la música europea.

Refiere Joachim Ernest Berendt en su libro “El jazz: de New Orleans al jazz rock” (Fondo de Cultura Económica, México, 1986) que los nazis destruyeron todo el tiraje del disco y que “solo 30 ó 40 discos que ya habían sido entregados no pudieron ser destruidos”.

Es solo un ejemplo de las barbaries que se cometen cuando gente con poder, pero ajena a la cultura, se arroga el derecho de meter las zarpas en ella para determinar qué es válido como arte y que no.

Sucedieron atrocidades abominables contra el arte en la Inquisición, el nazismo, el comunismo soviético (que también consideraba el jazz como decadente, al igual que el cubismo y la pintura abstracta), en la China maoista, la Kampuchea de los Khmers Rouges, en Afganistán bajo el régimen de los talibanes y durante el dominio del Daesh en zonas de Irak y Siria.

Ocurrió también en Cuba, en los años 60 y 70, particularmente durante el llamado Decenio Gris, cuando muchos libros fueron recogidos y convertidos en pulpa, los títeres del Guiñol Nacional destruidos en su mayoría y cientos de escritores y artistas fueron relegados al ostracismo o forzados a exiliarse.

Si traigo el tema a colación es porque muchos tememos que retrocedamos lo poquísimo que se ha avanzado en la creación artística y vuelvan a repetirse aquellos excesos inquisitoriales de los comisarios encargados de “las políticas culturales de la revolución”. Particularmente luego de que Miguel Díaz-Canel, el pasado 30 de junio, en el discurso de clausura del IX Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), llamara a emprender una cruzada contra “la incultura y la indecencia”.

Hay que ver los mandamases, sus censores y comisarios, siendo como son, tan timoratos y con el mal gusto que se mandan, dentro del arte que se hace en Cuba, qué consideran indecente, inculto, banal, pornográfico, lesivo a los símbolos patrios y la moral socialista, contrarrevolucionario. ¿Las novelas de Pedro Juan Gutiérrez, la pintura de Rocío García, las películas de Molina, los cortos de Nicanor, las canciones de Frank Delgado, el rap que se queja del racismo y el abuso policial?

En los años 60 prohibieron a Elvis Presley, los Beatles, el rock y la música norteamericana e inglesa en general. Ahora probablemente la emprenderán contra el reguetón.

Dijo Díaz-Canel que nada tiene contra el reguetón. Yo lo tengo todo en contra del reguetón, me molesta, me disgusta, lo detesto, pero jamás se me ocurriría prohibirlo. Aunque tuviese poder para hacerlo. Ni el reguetón ni ninguna otra cosa, excepto la pornografía infantil y las peleas de perros.

Los mandamases castristas —llevan 60 años demostrándolo— siempre optan por la censura y las prohibiciones. Y ahora dispondrán del Decreto 349, para tener, por ley, la cultura en sus manos, bajo candado, a su servicio…Hay que echar la pelea para que no lo consigan.

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