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Cuba después de las protestas

LA HABANA, Cuba. – ¿Qué harán el Partido Comunista de Cuba (PCC), el Gobierno y los militares para responder a la espontánea explosión del “obediente” pueblo de Cuba desde Occidente a Oriente el pasado 11 de julio? Nada será igual que antes, los cubanos se destaparon. La solución debería ser pacífica y participativa. Debería.

Miguel Díaz-Canel atemperó su convocatoria inmediata a la violencia revolucionaria debido al escándalo internacional que provocó su orden de combate y participó en un acto de “reafirmación revolucionaria” en la capital, el 17 de julio.  

Ese día, a pesar del ascendente pico de la COVID-19, las autoridades arrearon a  miles de personas en La Habana. El gobernante cubano argumentó que no era un capricho reunirse en medio de una compleja situación epidemiológica, sino que era necesario denunciar una vez más el “bloqueo”, la agresión y el terror. 

En las capitales provinciales se realizaron actos similares donde intervinieron los primeros secretarios del PCC de cada territorio. En La Habana, por su parte el cauto general de Ejército Raúl Castro solo se dejó ver al fondo de la Tribuna Antiimperialista. 

En nombre de los comunistas cubanos, Díaz-Canel expresó que nada los apartaba de la necesaria autocrítica, de la rectificación pendiente, de la revisión profunda de sus métodos y estilos de trabajo. Sin embargo, descargó nuevamente las culpas en otros “por la burocracia, por las trabas y la insensibilidad de algunos que tanto dañan”. 

Al aseverar que venía a “reiterar el compromiso de trabajar y exigir el cumplimiento del programa que nos hemos dado como Gobierno y como pueblo, revisado a la luz de los posibles errores de esos años de presiones intensas, particularmente, los dos últimos”, demostró que no existe voluntad de paliar los sufrimientos del pueblo.  

Los cubanos ya sacaron sus sufrimientos de sus entrañas; la represión podrá acallarlos por un tiempo, pero el fermento crecerá si no se abren las posibilidades de autorrealización personal, si no se da riendas sueltas a la creatividad ni se permite la libertad de expresión y la participación ciudadana.  

Las protestas no llegaron de “afuera” del país. Hace tiempo que los cubanos están convencidos de que el bloqueo interno es la causa principal de la miseria y la destrucción. Los gobernantes no tienen apuro, pueden tomarse 10 años más para ejecutar medidas fallidas. En las calles se comenta que ellos no padecen las carencias de alimentos y medicinas, no hacen largas colas para adquirir artículos de primerísima necesidad, no viven hacinados, no montan guaguas repletas pese a la pandemia, no tienen cortes de energía eléctrica ni padecen el intenso calor. Por el contrario, están bien alimentados, tienen cutis lozanos y voluminosas barrigas.

La tensa calma posterior al 11 de julio está asentada en el despliegue de las imponentes tropas especiales del Ministerio del Interior y las Fuerzas Armadas, las fuerzas regulares y los reservistas de ambos cuerpos, los miles de miembros de la Seguridad del Estado vestidos de civil en campos, poblados y ciudades, así como los factores integrantes de las llamadas organizaciones de masas o de la supuesta sociedad civil, siempre al acecho para denunciar y emprender los “mítines de repudio” contra cualquier ciudadano acusado de ser “contrarrevolucionario”.  

Ahora la cautela ciudadana es motivada por los cientos de presos tomados durante la semana transcurrida, sin conocerse aún el paradero de algunos y con el anuncio televisado de que se harán juicios expeditos por causas comunes, con posibilidad de duplicar las condenas estipuladas por la legislación. Como es usual, se pretende la inexistencia de presos de conciencia y políticos. El verano caliente de 2021 recuerda la Primavera Negra de 2003, con la terrible diferencia de que en 18 años y con la alternancia de tres gobernantes, el totalitarismo ahoga al pueblo con el mismo propósito de afianzarse en el poder.

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