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Cuba-EEUU: un paso adelante y muchos atrás

(Foto de archivo)

GUANTÁNAMO, Cuba. – El diferendo entre los dirigentes de Cuba y de EE.UU. alcanza seis décadas y no hay indicios de que sea superado. Algunos consideran que el  enfrentamiento tiene su origen en la visita de Fidel Castro a los EE.UU. en 1959, cuando Eisenhower se negó a recibirlo, lo cual, para  un megalómano como fue el cubano, resultó demasiado. Hay quien vio en el desaire que le hizo el general de ejército Raúl Castro Ruz a Barack Obama, al no acudir a recibirlo al aeropuerto, una respuesta a aquel suceso.

Otros aseguran que el diferendo fue muy bien pensado por el líder cubano desde la Sierra Maestra -la famosa carta a Celia Sánchez es citada como prueba-, cuando ya había contactado con importantes jefes comunistas, a quienes les permitió penetrar todas las estructuras del Estado después de 1959. Y no faltan quienes afirman que la causa fue la traición de Fidel Castro a los postulados democráticos de la Revolución, registrados en documentos históricos como el Programa del Moncada, y los Pactos de México, Caracas y La Sierra.

Del otro lado están quienes creen que toda la responsabilidad es de las administraciones norteamericanas.

El diferendo se profundizó con la declaración del carácter socialista de la revolución en 1961, reconocimiento público de que en Cuba se había establecido otra dictadura.

En medio de ese escenario político ha habido momentos de distensión, muy efímeros por cierto. A finales de los años setenta del pasado siglo los dirigentes de ambos países acordaron la creación de una Oficina de Intereses. Viajes familiares, intercambios culturales, académicos y científicos, contribuyeron a crear la imagen de que todo iba a cambiar, pero la postura  de la administración de James Carter a favor de los derechos humanos, la sostenida presencia militar castrista en África y su exportación del terrorismo se combinaron con la ascensión al poder de la administración de Ronald Reagan y hubo otro retroceso.

Con la administración  de George H. W. Bush no hubo cambios significativos. Con el demócrata William Clinton parecía que la situación iba a revertirse, pero el asesinato de los tripulantes de las avionetas civiles de “Hermanos al Rescate”- un crimen que junto al hundimiento del transbordador 13 de marzo continúa impune-  provocó la firma de la Ley Helms Burton. No en balde existe la creencia de que al castrismo le interesa más mantener una línea de confrontación  que una relación  normal con EE.UU.

Lo demás es historia muy cercana. Pasó la administración de George W. Bush y aumentó la confrontación. Llegó Obama y en su segundo mandato creyó que con gestos de buena voluntad lograría cambios democráticos en Cuba, la misma ilusión de quienes actualmente deciden la política común europea. Sorprende la ingenuidad de personas tan inteligentes y con una sólida formación académica, quienes piensan que individuos como los que mandan en Cuba sin ser elegidos por el pueblo, ahítos de privilegios, van a ceder pacíficamente el poder o van a permitir elecciones democráticas, las que no hay dudas perderían.

Y llegó Donald Trump, una nueva piedra en el zapato para el castrismo. A su administración no le falta razón cuando afirma que todo acercamiento con la dictadura cubana, sin que exista una transición a la democracia, la fortalece. Pero las medidas adoptadas por su gobierno han perjudicado también a la incipiente gestión privada y prolongan una situación anormal para ambas partes. También perjudican marcados intereses económicos norteños.

Cuba no sufre un solo bloqueo o embargo sino dos. De un lado está el embargo norteamericano y de otro  está el bloqueo  que el castrismo ha impuesto al pueblo en cuanto al disfrute de elementales libertades y derechos humanos, más inmoral e injustificable.

Las medidas puestas en vigor por Donald Trump han perjudicado a los ciudadanos cubanos con negocios situados alrededor de la embajada y a muchos de los que dependen del turismo de cruceros. También han  encarecido extraordinariamente los trámites para solicitudes de visas de turistas y para el programa de reunificación familiar, mientras que el programa de refugiados ha sido cerrado. Inicialmente fueron tomadas como represalia por el incidente relacionado con el ataque acústico, algo a lo que la dictadura cubana ha tratado de restar credibilidad diciendo que es otra falacia del imperio, pero obvia que representantes diplomáticos de Canadá, un gobierno con una tradicional posición amistosa hacia el castrismo, también fueron víctimas.

Si fuera un político norteamericano no tendría paz interior sabiendo que un niño cubano puede morir de cáncer porque necesita un medicamento que sólo se puede adquirir en los EE.UU. y esta coyuntura política lo impide. Pero esa responsabilidad también recae en los dictadores cubanos, quienes no ceden un ápice en su aparente “digna posición  ante el imperio”.

Es muy fácil hablar a nombre de todos los cubanos sin consultarlos y  cuando quienes forman parte de la alta nomenclatura castrista no sufren los efectos de esta política.

En toda negociación hay que hacer concesiones. Es incomprensible que los dirigentes de dos países tan cercanos y con una relación económica de rica historia no hayan alcanzado en sesenta años un acuerdo digno, sobre todo para bien del pueblo cubano, el más perjudicado.

La posición de la dictadura cubana es totalmente injustificada, porque ha secuestrado la soberanía del pueblo. Lo   único que exige la administración norteamericana es que en Cuba se respeten todos los derechos humanos y haya democracia para todos los ciudadanos, no sólo para los comunistas o para los que se arrastran cobarde o hipócritamente ante ellos.

Así, de incidente en incidente, van las “relaciones Cuba-EE.UU.”, mientras la dictadura continúa ejerciendo una sistemática y masiva violación de elementales derechos humanos contra el pueblo y, específicamente, contra los opositores pacíficos y periodistas independientes.

Y no pasa absolutamente nada para vergüenza de los gobiernos democráticos del mundo y de la ONU, donde toda iniciativa a favor de la libertad y la democracia en Cuba siempre resulta vetada por mezquinos intereses políticos.

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