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Cuba, el yogurt y los azares de la vida

(EFE)

LA HABANA, Cuba. – Tengo una vecina que suele comparar los cíclicos encontronazos existenciales que enfrenta a diario y desde una fecha que no puede precisar —pero que ubica a partir de que empezó a tener uso de razón—, con un producto, hoy en la lista de los ausentes en los anaqueles de las Tiendas Recaudadoras de Divisas (TRD): el yogurt.

No es la única en Cuba que establece tal analogía, ante el compendio de adversidades, entre las cuales podrían mencionarse, el corte del fluido eléctrico por una rotura en los destartalados generadores, llenos de parches y a la espera de un reemplazo con sus habituales ataduras al ciclo de las postergaciones y los problemas con el suministro de agua y gas, también surgidos a causa del sostenido declive económico y la ineficiencia estructural que acompaña al centralismo desde su comienzo y desarrollo en el apogeo de la revolución bolchevique de 1917 con sus posteriores ramificaciones por Asia, Europa, África y América Latina.

Por otro lado, el berrinche de un hijo pequeño o la letanía de un reguetón amplificado cada tarde por un vecino colindante, podrían añadirse a la interminable lista de motivos para exteriorizar el enojo con la popular frase de: “me tiene la vida hecha un yogurt.”

Precisamente, el pasado 25 de noviembre, en el marco del segundo aniversario de la muerte de Fidel con su atiborramiento de glorificaciones mediáticas, mi vecina encontró otro motivo para soltar la frase con una variación, esta vez usando la tercera persona del plural.

Su expresión iba dirigida a los creadores de ese carnaval de halagos, según su punto de vista, al principal impulsor del racionamiento, las unanimidades, las obligatorias marchas del pueblo combatiente y de todo el desastre existencial que acompaña a miles de familias a lo largo y ancho de la Isla.

Quienes usan la máxima, desconocen el origen de la identificación del yogurt como elemento para rechazar determinada situación.

La mayoría se limita a repetir lo que ha escuchado, bien en el seno familiar o en una de esas conversaciones informales que se establecen durante la agobiante espera en una parada de ómnibus o en el pugilato por comprar la libra de papa per cápita que el Estado reparte por sorpresa y a precios subsidiados, muy pocas veces al año.

En Cuba, sobran los momentos para traerla a colación. La pobreza se ha convertido en una cultura que cuesta superar, sin las remesas que llegan del exterior o las incursiones en el mercado negro.

En la actual situación, los “salvavidas” que llegan de Europa o Estados Unidos, son a menudo inefectivos entre el oleaje de las carencias.

Los productos desaparecen de las tiendas sin la garantía de un retorno expedito.

Por ejemplo, el yogurt se esfumó de las neveras hace varias semanas y su regreso se mantiene en la órbita de las ilusiones.

Muchos habaneros lo extrañan y algunos, llevando al extremo sus cavilaciones, hasta sospechan si cogerá la ruta de la carne de res, un producto que habita en el recuerdo de quienes la conocieron, hace cuatro décadas, en forma de bistec empanizado o con cebollas.

Era una época donde las sacudidas de la pobreza eran menos bruscas, gracias a los sedantes enviados, en grandes lotes, desde Moscú, Sofía, Praga, Berlín o Budapest.

“La vida hecha un yogurt”, es una metáfora del dolor, una descripción del ambiente sórdido que soportan casi todos los cubanos, aunque la propaganda del gobierno se encargue de desvirtuar la realidad.

La debacle que comienza en las carencias materiales y termina en la evaporación de los valores éticos y morales, es un mentís al triunfalismo que se recicla en prensa y en las tribunas que el poder usa para airear sus mentiras y medias verdades.

Termino, no sin antes hacer pública una preocupación que tiene que ver con la añoranza de muchísimos capitalinos:

¿Volverá el yogurt a las neveras de las TRD?