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Cuba en fila, el nuevo juego de azar

Muchedumbre a las puertas de un comercio en Puerto Padre (foto del autor)

LAS TUNAS, Cuba. – Empleando un teléfono celular, un individuo filmaba la marea humana ansiosa por comprar pollo, apelotonada frente a la acristalada puerta de una TRD (Tienda Recaudadora de Divisas) en Puerto Padre.

“Mira, están filmando”, dijo alguien junto a mí.

“Bueno, las colas ya no son noticia en Cuba”, dije.

Pero los concienzudos enfoques y su quehacer despreocupado en el entorno prohibido, (la policía prohíbe filmar las colas) delataban el origen oficialista del cameraman y me pregunté: ¿Será un reportero de la prensa oficial o un policía encubierto?

La segunda hipótesis, la del policía enmascarado, tiene asiento en hechos públicos y notorios: en el primer cuatrimestre de 2019 la carencia de alimentos y su encarecimiento, ha crispado todavía más a la sociedad cubana, haciendo de los comercios donde se expenden víveres y se dan cita las multitudes, objetivos de interés policial.

Haciendo de los cubanos una colectividad colérica, pronta a la riña que, de la agresión verbal en ocasiones pasa al ataque físico, (en Las Tunas una persona ya fue apuñalada en una cola) hoy en Cuba estamos actuando más por instinto de conservación que por razonamiento lógico.

Y esos instintos primitivos, tienen preocupadas a las autoridades policiales y políticas del régimen porque, un altercado entre personas, puede ser la mecha de un estallido social. De ahí el renuevo generacional de las brigadas de respuesta rápida (parapoliciales) omnipresentes en cualquier dictadura.

Abriéndome paso entre la muchedumbre que aguardaba para comprar pollo, la semana pasada conseguí llegar a la puerta de una TRD, donde, con disgusto del gentío, el empleado me permitió pasar para comprar queso de 2.90 CUC el kilogramo, ausente desde hacía mucho tiempo y llegado esa mañana en el mismo camión en que trajeron los cuartos de pollo congelados.

“Te permitimos pasar para que compraras queso, pero La Cola no te va a permitir que salgas con pollo”, me dijo, iracunda, la mujer de un oficial de la seguridad del Estado en retiro, al dirigirse a las neveras recién abastecidas con pollo, mientras yo aguardaba en el mostrador por mi paquete de queso.

“¡Fusíleme si salgo con un muslo de pollo!”, dije a la envalentonada tenienta, y unos a mi favor, porque yo no pretendía colarme, y otros en contra, por aquello de… “¡y si le mete mano al pollo…!”, establecieron entre ellos un guirigay.

“Hoy en Cuba comprar huevos liberados de la restricción es como sacarse un premio en la lotería”, publicamos en CubaNet el pasado enero.

Y a propósito del desabastecimiento de leche dijimos: “Aunque ya es lejano aquel 26 de julio de 2007, cuando en Camagüey el general Raúl Castro habló del ‘vaso de leche’ para ‘todo aquel que quiera tomárselo’, la realidad es que, 12 años después, para alimentar a seres queridos desvalidos no pocos cubanos atraviesan un viacrucis”.

El “viacrucis”, según publicamos en el primer mes de 2019, y ya cruzamos la mitad de abril, va para largo, y con resultados impredecibles. El desabastecimiento de aceite de cocina, leche en polvo, harina de trigo, huevos y pollo congelado, por sólo mencionar esos alimentos básicos, mantuvo a no pocos cubanos movilizados todos los días, procurando ver que conseguían para llevar a la mesa del comedor, pero todavía con la esperanza de que, quizás, el abastecimiento mejorara, pues, desde los dirigentes municipales hasta el señor Díaz-Canel en el Consejo de Estado, nunca admitieron lo que se avecinaba, dejando esa tarea apocalíptica al jefe supremo.

Pero luego del general Raúl Castro anunciar que, “la situación pudiera agravarse en los próximos meses”, el grito de ¡sálvese quien pueda!, ya está dado por los cubanos, para hacerse de lo que sea, a cómo de lugar.

Unos permanecen en fila para procurarse alimentos para sí mismos y sus familias. Y otros hacen colas con ese mismo propósito, pero de forma indirecta: Compran aceite, harina o pollo que luego revenden. Un litro de aceite que cuesta unos dos CUC, es revendido en cien pesos, unos cuatro CUC. Y un paquete de pollo que cuesta unos tres CUC, es revendido en cinco pesos convertibles.

Tal comercio parecería ilícito, y en ocasiones lo es, pero en otras no. Vi en la cola adelantar a un viejo tullido que, por impedido físico, tiene preferencia; el viejo compró dos litros de aceite y al salir de la tienda, allí mismo vendió uno en cien pesos.

Moralmente el viejo está legitimado por una sencillísima razón: miles de ancianos en Cuba luego de trabajar para el Estado toda su vida útil, en la vejez reciben del Estado un retiro equivalente a unos 10 CUC al mes.

Conozco a un operador de una grúa de gran tonelaje que hoy va en silla de ruedas, vendiendo lo que le caiga a mano; luego de años de trabajo, sufrió un accidente cerebrovascular y sólo recibe del Estado algo así como 10 dólares para pasar el mes. ¿Si un litro de aceite o un paquete de pollo cae en sus manos no lo revenderá…? ¿Con qué comprará otros alimentos o medicinas?

Pero no sólo son los discapacitados. También hay trabajadores activos en esa situación de reventa por razones de sobrevivencia. Buscando a cierto técnico, me lo encontré en una cola. ¿Qué venden ahí?, pregunté, respondiéndome el electricista:

“Lo que se dice vender…, todavía no están vendiendo nada que no vendan todos los días, estamos en cola para ver qué llega”.

“¿Para ver qué llega?”, pregunté sonriendo.

“¡Claro, para ver si traen aceite, pollo o leche en polvo!”, dijo el hombre.

En el ya lejano 1831, José Antonio Saco ganó una medalla de oro en el concurso de la Real Sociedad Patriótica con su ensayo Memoria sobre la vagancia en la Isla de Cuba, en el que, entre los males atribuibles a la ociosidad, citaba la falta de caminos, de casas de pobres, de niños desvalidos, el corto número de carreras profesionales y ocupaciones lucrativas, el imperfecto estado de la educación popular… Pero entre los muchos males achacables al vagabundeo, José Antonio Saco situaba a la cabeza de todo el juego.

Pues bien, el castrismo, un régimen policial por excelencia, que a decir verdad ha sido poco represor del juego, prohibido en sus leyes, a las peleas de gallos, el juego de dados y la bolita, ahora ha añadido un nuevo juego de azar: permanecer en cola para ver qué llega a los comercios desabastecidos.

Cuba en fila, es el nuevo juego de azar. Si el viernes usted consiguió pollo o queso y el domingo consiguió comprar un kilogramo de leche, (sólo venden dos bolsas de 500 gramos per cápita) quizás la otra semana tenga suerte y compre un litro de aceite. Estar atento a la cola es la forma de las personas ganar el premio. Y el método del castrismo para mantener a los cubanos entretenidos.