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Cuba: entre las caries y el mal aliento

(cubanos.guru.com)

LA HABANA, Cuba. – En Cuba la gente suele mostrar cierto apego a los insultos, y entre las injurias más socorridas está esa con la que se acusa a cualquier “enemigo” de ser un “peste a boca”. La elección de tal ofensa deja bien claro que a los cubanos nos importa muchísimo la higiene bucal, que la halitosis no cuenta con muchos partidarios en la isla. El “mal aliento” es uno de los males que más censuramos, y aunque sea la evidencia de alguna enfermedad, recibe, sin demoras, el desprecio.

Yolanda, una vecina, da pruebas de nuestro apego a la limpieza. Yolanda se ofusca, se obsesiona con el cepillado de sus dientes. Ella se empeña en hacerlo cuatro veces al día, aunque ya no lo consiga. Yolanda todavía recuerda aquel gran amor al que desechó por su aliento “tabacoso”. Yolanda buscó su felicidad en el hálito pulcro y perfumado, y por eso perdió un gran amor… Su obsesión no desapareció hasta hoy.

Yolanda ya pasó de los setenta años y vive obsesionada con sus dientes, les dedica esmeradas atenciones, quizá por eso siguen ilesos, relucientes, aunque por estos días teme una hecatombe, imagina una piorrea que termine consiguiendo que caigan, uno tras otro, todos sus huesos dentales. La escasez, la desaparición más bien, de dentífricos en la isla la tiene enferma, y entonces recurre al vinagre, al bicarbonato de sodio para hacer desaparecer cualquier vestigio de suciedad en la vitalidad de su dentadura.

Sus huesos ya torcidos no resultan impedimento para que cada mañana emprenda la búsqueda de una crema dental; aunque tenga la certeza de que su rastreo servirá de poco, ella se empeña, y hasta supone que con su obstinación llegará a buen fin. Esta mañana la acompañé en su terquedad. Caminamos juntos por la “Calzada del Cerro” hasta Tulipán, y por esa subimos para alcanzar luego el cruce de “Ayestarán y Boyeros”. Fue allí donde encontramos crema dental Crest al precio de cuatro CUC con diez centavos, algo más de cien pesos cubanos, cerca de la mitad de un salario mínimo.

Yolanda salió espantada, casi gruñendo, y recordó que el bicarbonato se le estaba acabando y que en las farmacias ya no existe ningún rastro del “polvito”. Yolanda también teme a la acidez del vinagre, sospecha que el remedio podría resultar peor que la enfermedad, que la acidez del vinagre la haga padecer de ulceraciones en las encías, en todo el tracto digestivo, que en un brevísimo futuro la acose una úlcera descomunal. Ella teme al sangramiento de sus encías, a un estómago dañado, a un sangramiento intestinal.

La anciana supone, y con mucha razón, que de nada sirve ese sistema de salud tan ensalzado si no aparece la cremita que le podría evitar el horror de sentarse frente a un estomatólogo. ¿Para qué tanto cacareo? ¿Para qué tanta alabanza? ¿No sería mejor producir suficiente dentífrico que graduar a un montón de estomatólogos? ¿No sería más prudente bajar el precio de las cremas dentales importadas que se comercializan en la isla antes de levantar y equipar una clínica dental, y llenarla de especialistas?

Yolanda cree que sería más juicioso bajar el precio a esas cremas dentales que hoy resultan impagables para la mayoría de los cubanos. ¿Cuántos pueden pagar los cuatro CUC con diez centavos que cuesta esa pasta Crest que fabrica el “enemigo”? ¿Cuántos paquetes de salchichas podrían comprarse con ese dinero? ¿Cuántos muslos de pollo se conseguirían? ¿Cuántas cirugías maxilofaciales evitaría un dentífrico con un precio justo?

Una breve carie puede ser el inicio de una gran hecatombe que una crema dental Crest, a un precio justo, podría evitar. El vinagre y el bicarbonato son malsanos y pueden resultar venenosos, destructores. El vinagre y el bicarbonato podrían dejarnos desdentados y evocando a Barbarito Diez. El vinagre y el bicarbonato acabarán con nuestras ya desarmadas dentaduras, aunque nos obliguemos a entonar, abatidos por la tristeza: “Esas perlas que tú guardas con cuidado/en tan lindo estuche de peluche rojo;/me provocan, nena mía, loco antojo/de contarlas beso a beso enamorado…”.