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Cuba: Estado fallido y crisis humanitaria

HARRISONBURG, Estados Unidos. — Desde hace varias semanas circula en las redes sociales la afirmación de que Cuba es un Estado fallido. Unido a ese mal tan enraizado entre nosotros los cubanos que es el afán de protagonismo no han faltado las reclamaciones de paternidad por la idea.

Me asombra como algunos pueden atribuirle presuntos visos de originalidad a lo que es tan obvio, porque Cuba es un Estado fallido desde hace más de sesenta años, aunque la endeblez de esa estructura se haya hecho más visible en las actuales circunstancias.

Un Estado comienza a fallar cuando resulta incapaz de crear una institucionalidad que permita hacer realizables, o al menos creíbles, las posibilidades de igualdad política, social, económica y jurídica de todos los ciudadanos. Esa es la gran quimera de la humanidad. Irónicamente, los comunistas son los que más han reducido esos anhelos.

En lo único que el Estado cubano continúa funcionando perfectamente es en la represión a todo disenso, en permitir que quienes detentan el poder continúen esquilmando las arcas del pueblo y en hacer acepción de personas en cuanto a la aplicación de la ley.

Contrariamente a lo que afirman los ideólogos del castrismo, las posibilidades de tener una vida digna, erigida sobre la base del trabajo, sigue siendo mucho mayor en los países donde predomina “el capitalismo salvaje” que en los llamados países socialistas.

Si antes de 1959 muchos cubanos carecían de acceso a servicios elementales, hoy podemos afirmar que esa situación impacta a la mayoría absoluta de la población, algo que dice mucho del retroceso económico y social cubano.

Usar la historia anterior a 1959 como punto de referencia para compararla con el castrismo ha sido uno de los pilares retóricos más socorridos por la dictadura y continúa siéndolo, como si no hubieran transcurrido más de sesenta y tres años. En ese período varios países de Asia y América, mucho más atrasados que Cuba en 1959, han alcanzado notorio desarrollo económico. Hoy nuestro país se encuentra entre los más pobres del mundo.

Con el derrumbe de la Unión Soviética y luego de tres décadas de éxitos que no fueron consecuencia de un desarrollo económico real, sino fruto del subsidio soviético, la vitrina revolucionaria latinoamericana y tercermundista que presuntamente era Cuba se empañó notoriamente. Después vinieron las rajaduras y los añicos.

Fidel Castro creó la frase “período especial en tiempos de paz” para no usar la palabra crisis, la misma que tanto había utilizado para criticar a las democracias capitalistas. Otras como “estancamiento económico” e “inflación” pensamos que nunca iban a ser utilizadas en Cuba. Pero la realidad es más terca que los eufemismos políticos y a partir de los años noventa se hizo evidente el rápido deterioro del transporte, la salud pública, la educación, la alimentación y la seguridad ciudadana, por solo citar cinco aspectos significativos aparejados a una vida digna.

La seguridad ciudadana concebida como la tranquilidad en los espacios públicos era algo de lo que se vanagloriaba el régimen para atraer a los turistas. Hoy subsiste apuntalada por una creciente represión.

Pero seguridad ciudadana también consiste en poder vivir con garantías de que nuestra privacidad, el uso de nuestros bienes y vivienda y el ejercicio elementales derechos humanos no van a ser violentados arbitrariamente sin consecuencias jurídicas para los agresores. Ese tipo de seguridad ciudadana jamás ha existido en Cuba desde 1959 si el agresor es alguien que cumple órdenes de quienes detentan el poder.

Si a lo que hemos expuesto sumamos la carencia de medicamentos, el problema de la vivienda —que Fidel Castro prometió resolver en unos cuantos años apenas triunfara la revolución—, los apagones y, sobre todo, un éxodo interminable que desde 1990 hasta hoy seguramente sobrepasa el millón de cubanos, es obvio que calificar a Cuba como un “Estado fallido” no es prueba de brillantez intelectual, sino una perogrullada.

A pesar de la magnitud de la crisis humanitaria que hoy padece el pueblo —agudizada por coexistir con la pandemia de COVID-19 y sus consecuencias económicas—, la ONU continúa sin pronunciarse y los dirigentes cubanos —con el señor Díaz Canel a la cabeza— se niegan a reconocer el empleo de ese término para calificar lo que ocurre en el país.

En medio de tanta desesperanza no faltan los que claman por una intervención humanitaria que ponga fin a todos esos padecimientos y saque del poder a quienes lo ejercen de forma antidemocrática desde 1959.

Un amigo residente en Cuba me confesó que prefería asumir el riesgo de acabar muerto como consecuencia de una intervención militar que continuar viviendo de forma tan miserable. Me impactaron profundamente sus palabras. Tratándose de una persona mesurada pude constatar cómo la situación que padece nuestro pueblo ha terminado aniquilando en no pocos ciudadanos toda esperanza de cambio confiando en nuestras fuerzas.

La soberbia de los comunistas favorece el fortalecimiento paulatino de esa idea, aunque paradójicamente conocen muy bien los peligros que para ellos encierra. Por eso se empeñan en contrarrestarla y rechazar que Cuba es un Estado fallido. En tanto, ponen en vigor nuevos paliativos.

Hace poco circuló en las redes sociales un acto “de reafirmación revolucionaria” donde una ciudadana afirmaba que prefería los apagones y todas las carencias mencionadas antes que una intervención humanitaria que podría matar a muchas personas inocentes. Y tiene razón, aunque olvidó algo muy importante. Me refiero a que por falta de medicamentos, de médicos especializados, de ambulancias, de logística hospitalaria y de una alimentación adecuada, desde el inicio de la pandemia de COVID-19 hasta la fecha han muerto decenas de miles de cubanos, seguramente muchos más de los que morirían como consecuencia de una intervención militar extranjera. La responsabilidad por esas muertes es única y exclusivamente de la dictadura. Se trata de un genocidio silencioso que ahora mismo está cobrando otras vidas.

Y conste, no estoy a favor de ninguna intervención militar contra mi patria. Estoy convencido de que la solución a nuestros problemas tenemos que encontrarla los cubanos.

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