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Cuba: las secuelas de una revolución mastodóntica

Una mujer hace un gesto de despedida en la terminal 3 del Aeropuerto Internacional José Martí (Foto archivo)

LA HABANA, Cuba.- En un discurso pronunciado el 12 de marzo de 1988, en el primer Consejo Nacional de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), Fidel Castro inscribió en su largo historial de frases patrioteras una, que más allá de su carga hiperbólica, manifiesta las claves dominantes de la gesta revolucionaria que lideró hasta su muerte y que nada tienen que ver con la hidalguía, el humanismo, ni la integridad, y sí con la imposición a ultranza de una ideología montada sobre los pilares de la impunidad en todas sus variables.

Al decir, alto y claro, “hemos hecho una revolución más grande que nosotros mismos”, el dictador, con su característico atuendo militar, reafirmaba el carácter exclusivista del modelo inspirado en la sublevación bolchevique de 1917, aunque pretendiese ofrecer una visión integradora, sensata, afectuosa e ilustrada del socialismo criollo, oficializado a partir del 16 de abril de 1961, hasta nuestros días.

Ciertamente, la revolución resultó ser tan grande que aplastó los sueños de millones de cubanos, en mejorar su nivel de vida o viajar al extranjero sin esperar por el beneplácito de los funcionarios del Ministerio del Interior (MININT), apenas dos aspiraciones de una nómina amplísima, y todavía quimérica para un número significativo de nacionales.

Sobre la miseria no tengo que ser muy explícito. Basta echar una ojeada a amplios segmentos de la geografía urbana de decenas de ciudades, específicamente de la capital del país, para ver imágenes de un escalofriante desastre, a veces sazonado con las palabras de los rehenes de una escasez con filo de espada.

En cuanto a los viajes a otras latitudes, sin el permiso del gobierno, hubo que esperar 54 años para disfrutar de un derecho, que incluso aparece en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de la ONU, pero hay que entender que toda concesión, bajo las banderas de los autoritarismos, vienen acompañadas de paréntesis y puntos suspensivos. La legalidad queda a menudo circunscrita a un limbo que permite la aplicación de medidas arbitrarias, con un sesgo anticonstitucional, pero practicadas una y otra vez, sin consecuencia alguna para los responsables.

A principios del 2013 fue que los cubanos pudieron aprovechar esa ventaja relativa de viajar fuera del país de forma temporal. Pero poco a poco las prohibiciones fueron aumentando, hasta llegar a niveles de escándalo.

Los acontecimientos indican que no fue un derecho restituido, sino que se trata de una especie de salvoconducto, cuyo otorgamiento permanece atado a la voluntad de la policía política.

Cientos de personas, tal vez miles, enfrentan de manera ocasional o permanente un dictamen que les impide salir y regresar.

En el caso de los opositores que han sido objeto de tales restricciones, ninguno conoce el motivo por el cual se les niega la libertad de movimiento.

De acuerdo a la ley cubana pueden viajar, sin embargo, en el aeropuerto un funcionario de la Aduana les indica que están “regulados”, la palabreja que se inventaron los carceleros para anular el viaje, negativa que puede extenderse por meses o años.

Vanos resultan los esfuerzos por encontrar las razones de tales disposiciones, al igual que las denuncias entregadas en los organismos internos donde se canalizan este tipo de asuntos, violatorios a la nueva Carta Magna, que entró en vigor el pasado 10 de abril, después de su proclamación en la Asamblea Nacional del Poder Popular, el congreso donde nunca ha existido ni existirá un voto en contra.

Con las recientes prohibiciones de salida, acaecidas el domingo último, y que afectaron a un grupo de opositores de la Mesa de Unidad y Acción Democrática (MUAD), y periodistas independientes que trabajan para el sitio Diario de Cuba, se confirma una línea de acción afín a un gobierno que no se esconde para pisotear los derechos fundamentales de personas que no comulgan con las ideas establecidas.

En Cuba no hay ciudadanos, hay súbditos de un círculo de poder, formado por burócratas y poderosos generales, que ordenan o consienten todos esos abusos a la integridad física y psicológica de los que rehúsan a bajar la cerviz.