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Cuba no cree en lágrimas

LA HABANA, Cuba.- Cuba es desde hace años el reino de las sorpresas, el país de las grandísimas fascinaciones. En esta isla se suceden los asombros con una velocidad insospechada. En Cuba, y quizá me “quedo corto”, ocurren 86 400 sorpresas cada día; un asombro en cada uno de los segundos que conforman el día, y todos relevantes, notabilísimos, y quizá hasta me “quedo corto”. Cada uno de nuestros embelesos nos deja con la boca tremendamente abierta, de forma muy parecida a esa que fijara Munch en esa pintura a la que dio el nombre de “El grito”.

Hace unos días estuve pensando en ese grito de Munch y en el espantoso sobrecogimiento que provoca a cualquiera que lo mira. Ese grito, pensé entonces, solo podría salir del más tremebundo de los desesperos, de una angustia sin fin. El grito es la derivación de una mirada a algo realmente espantoso. El grito de Munch podría salir después de mirar algo espeluznante, como si al mismísimo pintor se le revelara todo aquello que relató Dante en su “Infierno”. Y “El grito” de Munch pudo también de una mirada a cualquiera de las escenas que el dantesco infierno cubano nos propone.

Y es que Cuba es desespero, Cuba es queja y es llanto, es dolor, es grito. Cuba debe ser hoy uno de los más infames círculos del infierno, quizá el peor. Cuba ya fue relatada por Dante, ya fue pintada por Munch, aunque por acá sus autoridades digan lo contrario, en Cuba se miente sin recato y descaradamente, y en medio de alucinaciones que parecen provocadas por la peor de las locuras. Y son ya tan recurrentes los desatinos que muchos, incluso voluntariamente, han decidido acostumbrarse, o al menos simulan que se acostumbraron.

Lo malo es que son demasiados los desvaríos que se van más allá de lo admisible, los disparates que se deciden por viajar hasta el más alto extremo de la sinrazón, del desparpajo, ese que hasta podría provocar alguna risa, una carcajada, y mucha burla. Y así, entre tanta pifia cotidiana, tuvimos una nueva alucinación, esa que fue advertida en la televisión nacional y que tiene que ver con la vacunación a los niños cubanos para conseguir la inmunización, esa que podría salvarlos del bicho chino y hasta de la muerte.

Y ese colmo del desatino de la prensa y de las autoridades de salud pública, quizá la más grande de todas sus estulticias, fue, querernos hacer creer a los nacionales, e incluso al otro mundo, que “los niños cubanos no lloran cuando son vacunados”. Los niños cubanos estarán entonces a salvo del bicho chino y, a diferencia de sus semejantes en el mundo, no reconocen el dolor que provoca la aguja cuando parte la piel y permite la entrada del compuesto inmunizador que empujara el émbolo de la jeringuilla.

Muy estruendoso resulta ese comentario, muy raro; resulta absurdo suponer a uno de nuestros infantes siendo vacunado, y sin chistar, sin armar una perreta, aunque sea breve. Ha pasado mucho tiempo desde aquella vacuna contra la viruela que ideara Edward Jenner, y también muchas otras vacunas, entre ella la que evitaba que enfermaran los niños de poliomielitis, viruela, sarampión, y otras…, pero no escuché jamás un comentario que destacara el estoicismo infantil, la serenidad de esos niños que recibían el pinchazo.

Es ridículo advertir que los niños en Cuba no lloran al recibir el pinchazo. Es uno de los comentarios más chovinistas que escuché hasta hoy. Es grotesco hacerlo público, da risa, mucha risa, porque es la caricatura de un niño. ¿Qué cosa son nuestros niños? ¿De cuál lugar salieron que ni siquiera reconocen el dolor? ¿Acaso no son como los otros muchachitos del mundo? ¿Será que realmente vienen algunos de París cargados por una cigüeña y durante el viaje son inmunizados contra el dolor? ¿No temen a esa jeringuilla rematada en una aguja fina y hueca que rompe la piel? ¿No reconocen el pinchazo nuestros niños? ¿No conocen el miedo al dolor?

Ya no basta con querer que sean como el Che, con simular que ciertamente lo son. Al parecer los comunistas cubanos en el poder tienen cierta fascinación por las hecatombes, sobre todo si ese caos, pleno en daños a la salud, sirve a sus propósitos y les hace ganar respetos y reputaciones, infinitos créditos. Los comunistas, tan “ocupados” en sus “campañas sanadoras”, suponen que ganan créditos, e incluso adeptos, devociones infinitas. El gobierno aparenta una sonrisa sin que mucho importen los muertos que en números crecen, y cada día.

El optimismo oficial, la autocomplacencia, ya alcanzó cotos insospechados. Sin dudas nuestros mequetrefes no son muy dados a la lectura, no leyeron jamás a Voltaire, jamás le metieron el diente a “Cándido o el optimismo”, aquel que se escribiera tras el terremoto de Lisboa, y eso me hace creer que estos tiempos también necesitan de un Voltaire, de un “Cándido o el optimismo”, de un espíritu que desacralice ese falso optimismo cubano.

Voltaire nos dejó claro que no todo es bueno, que un terremoto es un horror, y la pandemia es nuestro terremoto de Lisboa, y las vacunas, tontos señores del partido comunista y del gobierno, sí duelen a los niños, y sí que lloran tras el pinchazo. Los niños cubanos son como todos; parecidos a los de Lisboa, a los de Perú o Miami. Los niños no son héroes, y lloran cuando la aguja rompe la piel de su bracito, aun sabiendo que el pinchazo puede ayudarlos a no enfermar. Los niños cubanos lloran, y derraman lágrimas, como los demás…

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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