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Cuba: sin una transición verdadera no habrá ganadores

Cubano en el malecón de La Habana (EFE)

WEST PALM BEACH.- Con sus luces y sus sombras, los debates virtuales en torno a la reforma constitucional emprendida por el gobierno cubano han traído el beneficio de destapar un sinfín de inconformidades y reclamos largamente reprimidos por cubanos de todas las orillas, agitando a la vez la polarización en torno al tema que opera como parteaguas: participar o no en lo que, de antemano, se percibe como una farsa de la cúpula.

Tanta reticencia no es casual. Sesenta años de estafas por parte del poder dictatorial ha desarrollado en los cubanos una desconfianza natural hacia todo lo que dimane de éste. Sin embargo, esto no ha sido un obstáculo para romper el silencio. Los reclamos están desbordando los espacios virtuales de algunas webs y de las redes sociales, donde se han estado creando grupos  de debate sobre temas constitucionales y en los que están teniendo lugar los análisis y las discusiones más interesantes.

No obstante, ya sea por las incertidumbres que genera un proyecto de reforma a todas luces ideado para beneficio y consagración de la cúpula del poder, o por el sentimiento de frustración general de una población que cifraba sus esperanzas de mejoría de sus condiciones de vida y de una verdadera participación en la economía y la política nacionales a partir de la “transición” del poder de manos de la generación histórica a un nuevo presidente, más joven y supuestamente más vinculado con “el pueblo” –esperanzas que ahora no ven expresadas en una propuesta constitucional lapidaria que solo reafirma y prolonga la defunción de las libertades ciudadanas–, lo cierto es que en Cuba se están produciendo ciertos repuntes de rebeldía cívica.

Los motivos pueden ser aparentemente inconexos y desvinculados de los temas propiamente constitucionales –dígase el decreto 349, que afecta al sector artístico; el matrimonio entre parejas LGTBI; la censura de una muestra de arte o de una puesta en escena teatral; la detención arbitraria de algún ciudadano; etc. – sin embargo, todos los focos de protestas se relacionan con un mismo problema de base: el hartazgo de una nación a la que se han conculcado todos los derechos individuales por demasiado tiempo. El sentimiento de malestar general dentro de Cuba es palpable.

El detonante que haría estallar el delicado equilibrio político y social podría ser tanto la entrada en vigor de ciertos decretos y leyes que limitan aún más los derechos ciudadanos como la detención arbitraria de algún artista o grupo, la censura de un filme o de una obra de teatro, el decomiso de los medios de trabajo de algún trabajador o profesional independiente, el desabastecimiento de los mercados, los altos precios de los alimentos, los eternos problemas del transporte o cualquier eventualidad dentro del interminable cúmulo de contrariedades y limitaciones que marcan el día a día del cubano común.

Las autoridades están conscientes de esto, de ahí que en los últimos tiempos ha estado produciéndose también un repunte de represión y vigilancia contra los sectores “desafectos”. Esto es, la disidencia, los grupos opositores, los artistas contestatarios, los periodistas independientes y contra cualquier atisbo de reclamos incluso dentro de las propias filas “socialistas”.

Reclamos éstos que están comenzando a crecer tanto en número como en intensidad, tal como se refleja en la gran variedad y cantidad de periodismo independiente y “alternativo” que se está produciendo actualmente en la Isla a despecho de los censores y para disgusto de la elite del poder; en los focos de rebeldía de varios jóvenes cineastas; en el gradual pero tangible proceso de pérdida del miedo, sobre todo entre los sectores de intelectuales y artistas más jóvenes. Es el espíritu de las generaciones que se desmarcan del “efecto zombi” que aqueja todavía a sus padres y abuelos.

Paralelamente va creciendo ese otro sector de inconformes –mucho mayor y más peligroso–, que es el de los más pobres: aquellos que dependen de un salario insuficiente, que carecen de otros medios de vida, de una vivienda digna; que ven crecer a sus hijos entre escaseces materiales de todo tipo y que, llegado el momento y en ausencia de un liderazgo que conduzca sus reclamos por la vía pacífica, podrían convertirse en una fuerza violenta e incontrolable, con consecuencias impredecibles y con un costo social y político incalculable.

Y así como se va haciendo evidente la ruptura del supuesto “pacto social revolucionario” entre (des)gobierno y (des)gobernados, también se hace palpable el temor de la cúpula a que las cosas se les vayan de control si el habitualmente manso rebaño se les trueca en masa ingobernable. No por casualidad los agentes de la (in)Seguridad del Estado han amenazado a un pequeño grupo de artistas populares, tras su detención por protestar contra un decreto oficial, diciéndoles que no permitirían en Cuba una “Nicaragua”. Si a algo le tiene miedo la jauría castrista es a la gente sin miedo.

Efectivamente, “no lo van a permitir”, como no lo están permitiendo en ese país centroamericano donde –según afirman testigos– la represión está dirigida y monitoreada por tropas cubanas. Una “regularidad” que también han reportado numerosas fuentes desde Venezuela, donde tropas de elite castristas han tenido un papel relevante en la tenaz represión contra los opositores al dictador Nicolás Maduro.

En consecuencia, siguiendo la lógica dictatorial, todo apunta a un eventual aumento de la represión en Cuba, en proporción directa con el incremento de las manifestaciones de reclamo ciudadano o con cualquier protesta popular espontánea. Obviamente, los llamados “debates” del proyecto constitucional que consagrará solo los derechos de la casta del poder también estarán celosamente vigilados por los agentes de la policía política apoyada por los sempiternos chivatos de barrio. El régimen tratará de que todo siga “igualito”, pero sabe que en realidad ya nada es igual. En especial cuando no le queda ni siquiera el recurso supremo: liberar la presión a través de una oleada migratoria masiva.

Sin Mariel, sin “maleconazo”, sin flotas de balseros y sin las migraciones terrestres de miles de cubanos a través de América del Sur, Centroamérica y México hacia las fronteras estadounidenses, la presión se queda dentro de la Isla. Todo está en ver quiénes y cómo la liberan. De no producirse una reforma económica y una transición democrática verdadera en Cuba, esta vez podría no haber ganadores.

(Miriam Celaya, residente en Cuba, se encuentra de visita en Estados Unidos)