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Cuba y España: como 20 años atrás

Pedro Sánchez durante una ceremonia en la Plaza de la Revolución (Foto Reuters)

LA HABANA, Cuba. – El revuelo y las exageradas expectativas generadas por la visita de dos días a Cuba del presidente del gobierno de España, Pedro Sánchez, recuerdan el ambiente que existía hace exactamente 20 años.

Entonces, como ahora, parecía revivir, alentado por las zalamerías de los mandamases en aprietos económicos, el viejo sueño español de recuperar “la siempre fiel Isla de Cuba”. Y sin necesidad de apelar al último hombre y la última peseta, que decía el tozudo Cánovas del Castillo, quien no parecía saber mucho de real política.

Al gobierno español le parecía que, en medio de tanta penuria económica, bastaría solo con unos cuantos gestos amistosos, turistas y, sobre todo, inversionistas, para tener a Cuba de nuevo en los brazos.

Tras el fin del subsidio soviético, Fidel Castro, con tal de salvar “la revolución y el socialismo”, parecía dispuesto a todo.

En mayo de 1990, cuando la Unión Soviética se derrumbaba, Castro asistió a la inauguración del primer hotel de la cadena Meliá, el Sol Palmeras, en Varadero. Hoy, Meliá y otras cadenas españolas son dueñas de más del 70% de las habitaciones de los hoteles cubanos.

Cuando en 1998 se cumplió el centenario de la Guerra Hispano-cubana-norteamericana, la Cuba oficial lamentó la derrota española. Hubo un homenaje en Santiago de Cuba al almirante Cervera y sus marinos. Hicieron un monumento al general Vara del Rey en la Loma del Caney y el ICAIC hizo que Elpidio Valdés y el general Resóplez se aliaran para enfrentar a los yanquis.

España pretendía vengarse de los norteamericanos por la derrota de 1898 apuntalando, con el dinero de sus inversionistas, un virreinato comunista, casi una comunidad autónoma, pero más pro-española, sin complicaciones lingüísticas y mucho menos problemática que Cataluña y Euzkadi, a solo 90 millas de la Florida.

Para hacer más dulce la revancha, el gobernante cubano era el hijo de un soldado gallego, que sostenía un quijotesco enfrentamiento contra los Estados Unidos. No en vano a Franco, el Caudillo, también gallego, le simpatizaba tanto Fidel, el Comandante.

Por aquellos días todo era zalemas con los españoles. Y no solo por parte de las jineteras. Poco faltó para que se hiciera realidad aquel chiste de que el Departamento Ideológico del PCC había orientado la necesidad de que a todo el que preguntara por Hatuey, el que aparecía en las cervezas, le explicaran que fue un taíno enfermo de los nervios que se suicidó dándose candela y hablando disparates de los españoles en medio de un arrebato por fumar tabaco verde.

Pero fueron inútiles los esfuerzos españoles por influir en la política cubana. A Fidel Castro no le parecieron bien los consejos amistosos que entre banquetes y sonrisas le dieron Manuel Fraga y Felipe González para impedir que Cuba corriera un destino numantino, ni tampoco le gustó la fórmula de Solchaga para recomponer la economía cubana.

Cuando el Rey Juan Carlos vino a la Cumbre Iberoamericana que se celebró en La Habana en 1999 y brindó por la democracia, el Comandante pensó que era una broma del monarca. Pero cuando José María Aznar se enfrentó al régimen cubano y optó por la Posición Común, el Máximo Líder no disimuló su ira y la emprendió contra el “Caballerito del bigote”.

Ya para entonces no eran imprescindibles las inversiones españolas. La millonaria ayuda de la Venezuela chavista y los negocios con China le permitieron a Fidel Castro emprender la contrarreforma económica.

España empezó a perder terreno en Cuba. Y no porque dejara de ser tolerante con el régimen castrista. El gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero hizo de la ingenuidad su política oficial hacia Cuba. No fue muy diferente con el gobierno del Partido Popular de Mariano Rajoy. Ambos se quedaron en espera de las reformas democráticas, confiados en que en algún momento el régimen tendría que mover fichas.

El actual gobierno del socialista Pedro Sánchez, ya sin la Posición Común, aspira a recuperar el terreno perdido y volver al punto en que estaban las relaciones y más que hace 20 años.

Durante su recién concluida visita a Cuba, Sánchez eludió el tema de los derechos humanos y las libertades políticas. Tampoco se reunió con opositores. No quiso irritar al gobierno cubano.

Para España, aun con mentalidad colonial, solo que con complejo de metrópoli venida a menos, lo que importa es estar en Cuba, con sus negocios, estratégicamente posicionada. Quiere democracia para Cuba, pero sin apuro. Mientras, se conforma con disponer de un edén para los hombres de negocio y los gozadores del turismo sexual y un parque temático para izquierdistas nostálgicos. En ese paisaje idílico de playas, hoteles, son, ron, cuerpos tostados y miles de cubanos locos por adoptar la ciudadanía española de sus abuelos, suponen brotará algún día,  por generación espontánea o por inercia, la democracia.