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Cuba y la prensa independiente

Derrumbe en Centro Habana (Fotos de archivo)

LA HABANA, Cuba. – La televisión cubana presta gran atención por estos días a ciertas protestas que se suceden en París, esas enormes manifestaciones con las que los galos reclaman una ley de jubilación más justa que las que propone el gobierno. La prensa oficial cubana las reseña y, para ilustrar, se apoya en imágenes de la televisión francesa, pero olvida los subtítulos, las traducciones, lo que nos lleva a intuir el discurso periodístico, el discurso de los protestantes. Suponemos.

Los franceses están en las calles porque abogados, profesores, ferroviarios, etc., se oponen a esa nueva reforma de pensiones. Hasta los bailarines enfrentan las reformas, con la certeza de que no es posible pararse en punta y hacer muchos fouettes hasta los sesenta y cuatro años. Francia está revuelta y Cuba la reseña.

Francia está tan molesta que no atiende al anuncio de retiro de Jean Paul Gaultier. Los galos no se preocupan porque Madonna o Rossy de Palma se queden sin los extravagantes “trapos” de Gaultier. Francia está molesta y Cuba la reseña poniendo imágenes que se explican en francés; pero Cuba también está molesta y la prensa oficial no la reseña, aunque los habitantes de la Isla quieran descubrir sus historias en las pantallas de sus televisores o en esos tristes periódicos que venden, a precios módicos, sus mentiras.

Lo más barato en Cuba es el periódico, ese que desinforma, pero sirve para el baño. Lo malo para esos periódicos es que ya la gente no cree en ellos, porque no se reconoce en sus páginas, porque le sirven, únicamente, como envoltorio de basura, como “higienizante”, para arrugarlos y mojarlos y limpiar luego los cristales de la casa. Los cubanos esperaron a que el “Granma” reseñara, explicara, en todos sus detalles el derrumbe del balcón que acabó con la vida de tres adolescentes, pero tal cosa no sucedió hasta hoy.

Los cubanos tuvieron que reconocer la verdadera historia en esos sitios que se arman con el concurso de periodistas independientes a los que el discurso oficial llama mercenarios. Los cubanos ya no reclaman al “Granma” ni a “Juventud Rebelde”, los cubanos acuden a esos sitios que el poder oficial denigra.

Yo mismo tuve una experiencia rotunda. Alguien tocó hoy a mi puerta y, asomado al balcón, descubrí a una joven que preguntó si yo era Jorge Ángel. Como mi respuesta fue afirmativa dijo que precisaba hablar conmigo, y le abrí la puerta, la invité a entrar, no sin algunos resquemores. La muchacha me saludó agradecida, me beso en la cara, dijo que sabía de mi trabajo en CubaNet y me pidió ayuda. Yo me encogí de hombros esperando alguna explicación.

La muchacha se presentó, me dijo que su nombre era Aray Aldama y que tenía serios problemas con su casa. Y no lo pude evitar, mi primera impresión me hizo creer que esa muchacha me contaría su parentesco con Domingo Aldama y Arrechaga, que iba a demostrarme que ella podría habitar el enorme palacio habanero situado frente a ese espacio que antes fue la “Plaza de Marte”, hoy “Parque de la Fraternidad”.

Esperé por los detalles y, mientras tanto, supuse al palacio enorme, donde hoy duerme el “Instituto de Historia”, habitado por esa joven que reclamaba mi ayuda. Y Aray me sacó de dudas; vivía en Santo Suárez, en un edificio no tan viejo y ostentoso como el de Aldama. Ella vive en un edificio que está a punto de caer, rotundo, sobre el suelo y quizá sobre ella misma.

Aray vive en el número 203 de la calle Felipe Poey, entre Milagros y Libertad. Me dice que realmente lo que precisa es un milagro y un poco de libertad. Me contó de sus reclamos, mostró las imágenes que trajo y en las que miré los techos a punto del desplome y parte del suelo de su casa, que es el techo de otros. Su suelo parece dar los últimos estertores; tiene huecos, un agujero grande y agresivo, tan promiscuo que se consigue estar al tanto de la vida de los vecinos de los bajos. Ella explicó cada detalle con mucha fluidez, a pesar de su desesperación.

Aray Aldama está desesperada a pesar de su juventud. Ella advierte con palabras su impotencia, aunque no haga falta porque se hace evidente en su discurso, en el movimiento de las manos, en la voz que se quiebra y da paso al llanto. Su pesimismo crece en cada visita al poder popular de su municipio, a la dirección de la vivienda. Ella habla y hace notar su escepticismo. Ella explica y llora.

La muchacha decidió acudir a mí porque no le hicieron caso en el gobierno, porque tuvo que gritar, llorar, amenazar con que recurriría a la prensa independiente. Ella vino hasta mi casa porque una de las soluciones que le ofrecieron salió en forma de pregunta: “¿Y no puedes echarte un poquito más pa allá? Y eso sugería que la única solución era correrse, hacer más breve su espacio para evadir el derrumbe total, y luego un poco más, y luego…

Ella me buscó porque no encontró respuesta, porque le hablaron de albergues abarrotados y en mal estado. Ella creyó que iban a ayudarla y por el silencio que tuvo por respuesta no le quedó otro remedio que hacer denuncia; pero no podía ir al “Granma” o “Juventud Rebelde”. Ella sabe que la prensa oficial esconde y miente. Ella recuerda a esas tres niñas que murieron aplastadas por todo el peso de un balcón en Habana Vieja y reconoce el silencio que le dedicó la prensa oficial a la tragedia.

Ella piensa en su juventud, me asegura que quiere tener hijos, pero: “¿Dónde los meto?”. Así me preguntó y yo no supe qué responderle. Yo solo me encogí de hombros e hice una mueca, prometí advertir su verdad, su angustia, sus muchos miedos a no poder hacer una familia. “¡Porque una familia necesita una casa!”, me advierte y hasta hace notar, como si yo no lo supiera, que la gran culpa de la baja natalidad en la Isla es de la muy mala “situación de las viviendas”.

Ella quiere tener una familia, pero necesita una casa segura. Ella quiere que Cuba sea un país donde sea posible tener una casa donde desaparezca el temor a que se desprenda una escalera, como sucedió hace unos días en Luyanó, donde no se desprenda un balcón y mate a tres niñas, ella quiere tener una familia, pero también necesita una prensa que la respalde, que le ayude a encontrar una casa, a hacer denuncias si no la encuentra.

Ella quiere un país próspero y un gobierno justo que favorezcan la posibilidad de tener una casa digna, donde los hijos que quiere tener no corran el riesgo de caer por un hueco sobre los vecinos de abajo, o sobre las losas del piso de abajo…, y morir. Ella quiere una casa con un baño dentro, para no tener que esperar por los vecinos que se le adelantaron cuando ella tuvo un malestar de estómago, una simple “necesidad”. Ella no sabe qué hacer, y se mortifica, se retuerce, llora, llora, llora.

Ella quiere un país que propicie una vida decorosa y una prensa que reseñe las verdades, que no esconda las crudezas. Ella no quisiera enterarse de las severidades de la vida cubana por una prensa perseguida y boicoteada. Ella teme recurrir a la prensa independiente, pero no le queda otro remedio que acudir a ella, porque no cree en la Granma, ni en Juventud Rebelde, ni en el noticiero de televisión que reseña las protestas de Francia, pero no las de Cuba.

“Yo creo en ustedes”, me dice, y ese “ustedes” es, sin dudas, la prensa independiente, la que cada vez tiene más seguidores porque pone el dedo en la llaga cubana y no en la francesa, porque atiende a los males de Cuba y no a los de Norteamérica y Brasil. Aray, esa muchacha negra y de apellido Aldama, no tiene una casa como la que se construyó aquel Domingo. Ella no tiene una casa como las que se levantan en la zona cero. Ella no tiene casa, ella vive casi a la intemperie, ella vive en la zozobra, duerme desconfiada, se baña en medio del terror.

Ella ruega para que le “otorguen” un terrenito donde levantar unas paredes y “fundir” una placa. Ella espera un milagro de sus santos y recurre a la prensa independiente. Ella asegura que, a estas alturas, se conformaría con un “albergue”, y que, aunque tendrá una vida llena de promiscuidades, no correrá peligro, pero luego rectifica, se acongoja. “Dicen que en los albergues hay broncas todos los días, hay robos, pasan horrores”.

Esta muchacha se apostó durante días en el gobierno de su municipio, ese al que llaman “Diez de Octubre” y que tiene la apariencia de ser sobreviviente de muchas guerras de independencia. Ella esperó mucho para que la atendieran, ella gritó, dijo que no se iba porque su casa se estaba cayendo y se hizo acompañar por las mismas imágenes que me trajo, para que no creyeran que exageraba, que mentía.

Ella chilló y le dijeron que la jefa mayor estaba en una “parada martiana”, y ella pensó en Martí, lo supuso a cargo de esa oficina y haciendo lo imposible para resolverle el problema, mientras que la jefa mayor estaba en la parada martiana, haciendo “reverencias” al apóstol y luego en la parada de ómnibus, esperando y esperando y desatiendo a los cubanos desamparados. Ella quisiera saber qué diría Martí de su casa en ruinas.

Ella no encontró respuestas y por eso vino a verme, cargada de imágenes que ilustran su desgracia. Ella me pidió que la ayudara, que hiciera denuncia. Ella aseguró que volvería a la dirección de la vivienda. Yo le advertí que escribiría, pero que los comunistas no iban a celebrar su acercamiento a la prensa independiente. Y ella dijo que no le importaba, que confiaba más en nosotros que en el “Granma”. Eso dijo esa muchacha de apellido Aldama, quien no tiene una casa señorial, que solo tiene una casa a punto de caerle encima, y que no quiere vivir en la calle, ni en el cementerio.

Aray Aldama vino a verme porque los cubanos han empezado a perder el miedo y están dispuestos a usar las redes sociales y la prensa independiente para hacer denuncias, para que sus historias sean reseñadas. Así ven muchos cubanos a los medios de información que desandan el camino lejos del gobierno. Eso pasa ahora en Cuba; aunque el gobierno lo niegue, aunque el Partido se oponga, aunque la policía reprima y encarcele; los cubanos apuestan por la prensa independiente, que es mejor y más sincera que esa otra que rige el partido, un Partido que denigra a la prensa independiente en la que Aray Aldama confía, como muchísimos cubanos.

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