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Cubanos, reos de las penurias y los miedos

Camión cisterna, en Calle Consulado y San Rafael, La Habana (foto archivo)

LA HABANA, Cuba. – Los jaleos por la falta de agua han tenido lugar en varias zonas de la capital y parece que van continuar. El gobierno resuelve el problema con el envío de camiones cisternas que alivian la escasez por algunos días. Las soluciones temporales dan paso a otros ciclos de requerimientos, casi siempre acompañados de violencia verbal, cierre de calles con los tanques y chirimbolos vacíos, y deseos, solo deseos, de propinarle una soberana tunda a cualquiera de los responsables de garantizar el vital servicio.

Hasta ahora, la belicosidad se limita a un desahogo momentáneo en las formas que cité anteriormente. Es más común que la ira acumulada se descargue contra otro que corre la misma suerte. Traer demasiados cubos o ubicarse en una posición privilegiada en las largas filas, valiéndose de alguna artimaña o a la fuerza, es motivo para que se desaten las broncas, que se sabe cómo comienzan, pero nunca como terminan.

Los cubanos no tienen armas de fuego, ni falta que les hace para imponerse en cualquier disputa ya sea por agua, una botella de aceite, una bolsa con piezas de pollo congelado o un paquete de leche en polvo.

Siempre falta el valor para exigirle al gobierno cumplir con sus responsabilidades o dar la cara cuando los policías se exceden en el uso de la fuerza, contra cualquier ciudadano desarmado y sin intenciones de resistirse al arresto.

Bajo la sombrilla del totalitarismo, la bravura se acomoda muy bien a las circunstancias. Quienes literalmente son capaces de matar por nimiedades se amilanan como corderos frente a un oficial de la Seguridad del Estado (DSE) o del Departamento Técnico de Investigaciones (DTI) que se identifican con expedita gestualidad. “Está detenido” y “acompáñeme”, son expresiones que desatan temblores y sudoraciones de larga duración.

Más del 90 % de la población cubana se mantiene dentro de los parámetros de ese comportamiento que incluye silencios cómplices ante la institucionalización de los atropellos, disponibilidad para colaborar en secreto con el represor, voluntaria o forzadamente, y hacer catarsis ante cada evento de la sempiterna crisis socioeconómica, para después volver al redil de la obediencia que los funcionarios del partido único exigen con obstinado fervor desde las tribunas.

Revelarse es un tabú, una palabra que lejos de unir voluntades, disgrega. Pocos quieren oírla y mucho menos asumirla como una alternativa libertadora.

No es fácil romper las posturas que tienden al acomodo. La cuestión es sobrevivir en medio de la debacle, idear estrategias para conseguir los productos más necesarios y no meterse en nada que implique un cuestionamiento abierto a las políticas gubernamentales.

En lo personal no estaría muy seguro de que un severo recorte en el ya de por sí magro abastecimiento, derivaría en protestas multitudinarias como preconizan algunos analistas de la problemática insular.

El cubano ha demostrado poseer extraordinarias capacidades de adaptación en los peores escenarios del socialismo cuartelero con su letal combinación de racionamientos y ciclos represivos.

Es parte de un diseño hegemónico, todavía bien articulado y que no muestra fisuras que indiquen un inminente descalabro.

Para comprender la vigencia del tristemente célebre sistema creado por Fidel y Raúl Castro, hay que conocer las particularidades que definen el funcionamiento de las prisiones.

En estos predios, la habitual asignación mínima de alimentos, agua y sol, va dirigida a golpear la integridad física y moral de los reos.

De los poco más de 600 días que estuve tras las rejas, recuerdo la alegría de los confinados cuando entregaban la ridícula porción de pollo dos veces al mes. El placer se instalaba en el rostro, ese día el sueño era más placentero y las remembranzas de los buenos momentos junto a la familia se compartían con mayor fluidez.

Ni qué decir de las extorsiones, la chivatería, las corruptelas, los sobornos y toda una serie de elementos asociados a un escenario enmarcado entre los códigos de la supervivencia.

La vida en cualquier sitio de la Isla es un remedo de lo que sucede tras los muros de los centros penitenciarios, donde se experimenta la sensación real de haberse convertido en un cero a la izquierda.

El régimen nos hizo creer el cuento de la verdadera emancipación a partir de que implantó el modelo de Estado-partido.

En realidad, excepto un puñado de hombres y mujeres, el resto pertenece a la nómina de los convictos que se resignaron a su estatus.

Gente atrapada en sus miedos y con el sueño de escapar algún día de una vida sin propósito.