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Cucarachas: la plaga del Danubio

Tienda El Danubio en la capital cubana. Foto del autor

LA HABANA, Cuba.- Aunque el título tenga alusiones fluviales, nada que ver con el río más largo de Europa y sí con un centro comercial ubicado en la intersección de las calles 26 y 23, del municipio Plaza, en La Habana, llamado de esta manera y donde se expenden diversos tipos de productos cárnicos y lácteos en pesos convertibles.

El viernes último, después de una larga espera bajo los inclementes rayos del sol, un nutrido grupo de consumidores hizo sus compras entre la infortunada presencia de cientos de cucarachas, que se arrastraban por todo el perímetro de la referida entidad, incluida la superficie de las cajas con pechugas de pollo congelado, colocadas en el suelo, por la carencia de pequeñas tarimas, según explicó la gerente comercial.

Ante los reproches, algunos subidos de tono, no se hicieron esperar las excusas y las promesas de que iban a elevar la anomalía a las instancias superiores, como suele ocurrir en estos casos sin que nada se resuelva.

La situación higiénico-sanitaria de una gran parte de la red de tiendas que operan en la capital se agrava en virtud de la ausencia de supervisiones y controles, con el debido rigor, por parte de los organismos encargados de velar por el cumplimiento de estos parámetros.

Todo se convierte en un rejuego de intereses, donde prima la corrupción. Muchos de los fallos detectados en las inspecciones terminan en acuerdos entre la entidad transgresora y quienes presuntamente fueron elegidos, por su probidad ética, para garantizar un inmejorable desempeño.

Aunque esas transacciones ilegales no salgan en la prensa oficial, basta fijarse en la continuidad de las irregularidades, como la ocurrida en el Danubio, para cerciorarse de la vigencia de las corruptelas.

El brote de cucarachas, y otros bichos, en el interior de los mostradores, en las paredes y sobre los productos en venta, se debió a los efectos de una fumigación que, en Cuba, siempre se lleva a cabo en horario laboral, lo que eleva el nivel de maltrato a los usuarios.

Es decir, que la mala impresión de verse rodeado de una plaga, en un local cerrado, va acompañada del penetrante olor del líquido utilizado para esas funciones que puede causar daños a la salud debido a sus toxinas.

Aunque parezca increíble, ninguno de los incidentes aquí relatados resulta suficiente para que el Ministerio de Salud Pública o el de Comercio Interior, clausuren la tienda por tiempo indefinido, ni para que los clientes salgan en desbandada ante el nauseabundo panorama.

Los patrones de supervivencia exigen dejar a un lado los escrúpulos. Por otro lado, ya hace muchísimo tiempo que la cochambre es el denominador común en todo el país, salvo escasas excepciones.

La pulcritud, el decoro y la decencia son categorías que se perdieron en el fragor de las consignas revolucionarias, las marchas del pueblo combatiente y los juramentos, reciclados en el tiempo, de que ahora sí se va a construir un socialismo más humano, sustentable e imperecedero.

Sin ánimos de hiperbolizar el acontecimiento, creo necesario añadir que en el Danubio, la venta de los paquetes de pechuga provocó que las protestas fueran diluyéndose entre refunfuños y reproches de baja intensidad, y que las cucarachas muertas, las que luchaban por sobrevivir al envenenamiento y las que huían en busca de un refugio seguro, fueran obviadas olímpicamente en los trajines de las compras.

“Aquí no se puede ser melindroso. La vida está muy dura. Total, yo no me voy a comer el pollo crudo. La candela mata todos los microbios y también la peste a fumigación”, dijo un señor después de pagar.

Parece que todos en la fila pensaban igual, aunque no lo manifestaran. Nadie abandonó la idea de llevarse el producto. Yo tampoco.