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Daniel Santovenia y Pedro Álvarez, dos ex presos políticos varados en Cuba

Daniel Santovenia y Pedro Álvarez (Foto de la autora)

LA HABANA, Cuba. – Pedro de la Caridad Álvarez Pedroso y Daniel Candelario Santovenia Fernández permanecieron en las cárceles castristas 27 y 28 años, respectivamente, por participar en una infiltración armada desde Estados Unidos, a inicios de la década del noventa. Pese a haber sido liberados hace más de dos años, permanecen imposibilitados de viajar a los Estados Unidos debido a la ausencia de ayudas económicas, necesarias para ese fin.

“Es como si nos hubieran sacado de una celda pequeña para una más grande”, afirma Pedro. Ambos denuncian igualmente las trabas impuestas por el régimen para encontrar trabajo, razón por la cual apenas pueden subsistir.

A inicios de los años noventa, la Cuba comunista había quedado prácticamente aislada internacionalmente. En 1991, la Unión Soviética (URSS), principal bastión del comunismo, anunciaba oficialmente su desintegración. Cuba iniciaba así una aguda crisis económica conocida como Período Especial.

Para muchos, se trataba del fin de la dictadura en la Isla, por lo que se aprovecharon todos los medios para apresurarlo. Se desarrollaron así varios intentos de iniciar la lucha armada.

Eran las ocho de la noche del 29 de diciembre de 1991 cuando Pedro Álvarez, Daniel Santovenia y Eduardo Díaz Betancourt desembarcaron en las costas de Cuba por la zona de La Sierrita, en Cárdenas, Matanzas. Eduardo los guiaba a una ubicación en donde, supuestamente, encontrarían a algunos compañeros de lucha.

“Eduardo nos dijo que él tenía aquí una organización que se llamaba 30 de noviembre ‒revela Daniel‒, que ellos nos iban a estar esperando con ropa e identificaciones, y que, entonces, nos explicarían bien los planes de acción”. Pero, en su lugar, encontraron a las tropas guardafronteras.

“Fuimos cercados ‒cuenta Pedro‒ nos dispararon, pero no respondimos. Nos vimos obligados a rendirnos”. Alguien los había delatado. Luego supieron que hacía tres días que los estaban esperando.

Pedro y Daniel pertenecían al Partido Unidad Nacional Democrática (PUND), organización que en la década de los noventa organizó varias infiltraciones a la Isla con el objetivo de iniciar la lucha armada o atacar puntos estratégicos del régimen castrocomunista. Ambos llevaban algún tiempo en campos de entrenamiento y ansiaban cumplir su cometido: liberar a Cuba.

Conocieron a Eduardo en Miami, apenas dos días antes del desembarco. Este les propuso un plan para llegar a la Isla, en donde formarían parte de un frente guerrillero contra la dictadura y realizarían sabotajes a objetivos económicos. El plan les pareció fácil y alentador.

Daniel Santovenia y Pedro Álvarez (Foto de la autora)

“Eduardo hacía cinco meses que había llegado a Estados Unidos ‒expuso Daniel-. Me dijo que había ido a buscar hombres y armas porque se había caído el bloque socialista y teníamos que ser los cubanos los que resolviéramos la situación de Cuba y no ningún país extranjero. Nos dijo que en Cuba el pueblo estaba tirado para la calle y por eso yo vi la oportunidad de encender una llamita. Pero todo era mentira. Yo conocí después a personas de esa organización (30 de Noviembre) y ninguna conocía a Eduardo”.

El juicio fue sumarísimo. En el primero los condenan a los tres a pena de muerte. En el segundo, a Pedro le reducen la sanción a 30 años de privación de libertad. Poco después, a Daniel le conmutan la pena de muerte también por 30 años.

Según los datos oficiales, Eduardo fue fusilado. Lo pudieron ver solo en los dos juicios, en uno de los cuales dijo que ellos habían venido al país a poner bombas en los círculos infantiles y en instalaciones similares. “Eso es mentira”, aseguran Pedro y Daniel. “Nosotros veníamos a luchar ‒reveló el primero‒ a tratar de hacer una revolución para liberar a Cuba de la tiranía”.

La infiltración es catalogada por el régimen de La Habana como terrorista. Constituyó la segunda de su tipo en 1991 y, según el diario Granma, estuvo entre las más de treinta desarrolladas entre 1990 y 2005.

Por sus estrictas reglas, organizaciones internacionales como Amnistía Internacional no los registraron como presos de conciencia. No obstante, debido a que se trataba de opositores al régimen, la independiente Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, con sede en La Habana, reconoció como encarcelados por razones políticas a ocho de los hombres que fueron atrapados entrando a la Isla con armas desde la Florida; entre ellos Pedro y Daniel.

Pedro de la Caridad Álvarez Pedroso emigró a los Estados Unidos a los seis años de edad. El exilio fue la opción de su familia ante la crisis económica y la represión contra aquellos con opiniones contrarias al régimen. Poco o nada entendía entonces el pequeño Pedro, obligado a dejar atrás su casa y su padre; pero creció con la añoranza de sus familiares y amigos por regresar a Cuba; una añoranza y una patria que también entendió como suyas.

“Yo siempre sentí a Cuba dentro de mí ‒señala‒, y quise hacer algo por mi país”.

Daniel Candelario Santovenia Fernández emigró hacia la misma nación siendo un adolescente, por lo que la cubanidad y la conciencia del exilio forzoso estaban más arraigadas en él. A inicios de los sesenta, su padre había estado dos años en prisión por participar en la invasión de Bahía de Cochinos.

Pedro y Daniel comienzan a conspirar siendo muy jóvenes en la ciudad de Miami. Se integran entonces al PUND, un movimiento que les prometía la participación en la nueva guerra que se planeaba desarrollar en Cuba.

“Yo llevaba ahí dos años ‒explica Daniel‒ sin trabajar, esperando para venir a Cuba, y ya no quería esperar más”. El plan de Eduardo Díaz les proporcionaba la ansiada oportunidad de librar a la Isla; sin detenerse a analizarlo bien, se suman a él. Por entonces, Pedro y Daniel contaban con 25 y 36 años de edad, respectivamente.

Los relatos de Pedro y Daniel sobre sus experiencias en las prisiones cubanas parecen surrealistas. En casi treinta años recorrieron varias cárceles, algunas de ellas de máxima seguridad, en donde la agonía del aislamiento, la soledad y las vejaciones físicas y psicológicas fueron constantes. A veces, en las noches, se escuchaban los gritos de los presos por las golpizas de los guardias, relata Daniel, y añade: “algunos se intentaron suicidar por la desesperación, se cortaban los testículos, las venas o se inyectaban petróleo”.

Entre las formas de tortura –refieren- estaba la mala alimentación: de desayuno, un pan y agua con azúcar; el arroz a veces tenía gusanos y los chícharos o la harina con gorgojos. “Había que comérselo porque no había más nada”, dijo Daniel. Asimismo, en disímiles de ocasiones les negaron la asistencia médica, inclusive cuando era de urgencia.

Santovenia cuenta además que en una oportunidad organizaron una huelga de hambre porque les restringieron las visitas familiares. “A los extranjeros nos daban dos visitas de dos horas cada una cuando venía la familia, una de bienvenida y otra de despedida ‒explica‒ y podían llevarte jabas con comida y demás. Emilio Cruz Rodríguez, en aquel momento jefe de Orden Interior y hoy director de la prisión de Agüica, nos puso solo una visita, de una hora y sin comida ni jaba. Aquello era una humillación y una tortura, tanto para nosotros como para nuestros familiares; mi mamá podía venir apenas una vez al año, y cuando aquello tenía que viajar por un tercer país”.

La huelga fue planificada para el 10 de diciembre de 2001 y la llevarían a cabo él, Pedro y Efraín Roberto Rivas Hernández ‒también integrante del PUND, preso desde 1996‒ pero fracasó producto de una delación. Daniel fue trasladado para un pabellón de tuberculosos por supuesta sospecha de tener la enfermedad. Lo paradójico es que hacía más de un año no recibía atención médica. Luego estaría otros tres meses en un pabellón destinado a los enfermos en estado crítico.

A Pedro lo llevan para “la polaca”, una celda de castigo en la que estaba expuesto al sol, la lluvia o el frío, pues disponía de apenas un pequeño espacio techado.

En otra ocasión los guardias quisieron obligar a todos los prisioneros a permanecer bajo el sol. La negativa culminó en peleas. Pedro y Daniel fueron acusados de organizar un motín y llevados a celdas de castigo. Ante la posibilidad de aumentar 10 años a sus condenas, hicieron huelga de hambre unos 14 días, hasta que las autoridades desistieron de ello.

Los años los contabilizan en pérdidas espirituales y personales. Daniel dejó atrás, en los Estados Unidos, a cuatro hijos pequeños a los que no ha podido volver a ver; su esposa se divorciaría de él en 1998. Pedro perdió sus mejores años de juventud; y las madres de ambos fallecieron sin poder despedirse de sus hijos.

Pese a la decepción por sentirse abandonados por muchos compañeros de lucha, consideran que valió la pena “porque lo hice por mi patria ‒refirió orgullosamente Pedro ‒ no por un sueldo, sino porque lo sentía, aunque perdiera la batalla; porque al menos intenté hacer algo por mi país”.

Luego de más de dos décadas presos, no contaban con identificación y por tanto el régimen los obligó a repatriarse. Desde que fueran liberados ‒Pedro en enero de 2017 y Daniel en octubre de 2018‒ están intentando salir rumbo a los Estados Unidos, pero para ello necesitan de ayudas económicas pues para solicitar el asilo político deben trasladarse a un tercer país.

En Cuba, el régimen no les permite trabajar y, cuando lo consiguen, la Seguridad del Estado hace que los expulsen. Apenas sobreviven gracias al soporte de amigos y organizaciones como “Plantados”.

“Tengo siete nietos en los Estados Unidos a los que no conozco”, dice Daniel. De sus palabras brota la esperanza por una segunda libertad, la de salir de Cuba.

Para ambos, la lucha no ha concluido, pues el objetivo final ‒derrocar la dictadura‒ no se ha alcanzado.

“Yo estoy orgullosísimo de haber estado todos estos años en prisión por defender la libertad de mi país”, afirma Daniel y añade: “Ojalá tuviera 36 años otra vez, que lo repetía”.

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