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Danza Contemporánea de Cuba estrena ‘La Consagración’ Cubanet

Bailarines de DCC en ‘La Consagración’ (Foto: Ana León)

LA HABANA.- A propósito del eminente Erich Kleiber, Alejo Carpentier dijo que un Maestro de Orquesta alcanza la madurez y excelencia en su oficio cuando es capaz de dirigir, sin imperfecciones, La Consagración de la Primavera, de Igor Stravinsky. Quienes han escuchado la música reconocen que es un reto al intelecto; no en vano el ballet fue en su momento, como toda obra vanguardista, criticado y rechazado con virulencia.

Cuando Danza Contemporánea de Cuba (DCC) anunció que en mayo estrenaría su versión de La Consagración, coreografiada por los franceses Christophe Béranger y Jonathan Pranlas-Descours, cundió la expectación entre los aficionados que conocen y admiran la extraordinaria capacidad de la compañía para crear nuevas propuestas a partir de obras universales. El recuerdo reciente de Carmina Burana con música en vivo y coro, en el Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”, aún estremece a quienes tuvieron el privilegio de apreciarla.

El público esperó con ansias La Consagración no solo por la fama que la precede, sino por la influencia del clásico ruso en obras cubanas, desde la novela homónima de Carpentier hasta el ballet La Rebambaramba, de Amadeo Roldán. Un poco de todo tomó el binomio francés para el estreno que cerró el programa presentado en el Gran Teatro de La Habana durante el pasado fin de semana, que además incluyó las reposiciones R=V (El criterio del camello) y Coil, realizadas por los coreógrafos cubanos George Céspedes y Julio César Iglesias, respectivamente.

Aunque fue una puesta interesante, no puede decirse que La Consagración de Béranger y Pranlas-Descours sea el tipo de experiencia danzaria que roba el aliento. Audaz desde su concepción —hace más de cien años— y muy respetada por músicos, bailarines y coreógrafos, la obra de Stravinsky constituyó primero la antítesis del ballet para luego erigirse en paradigma de un avanzado concepto estético. La controversia que generó, así como su trascendencia hasta nuestros días, se han sustentado precisamente en que aquel estreno de 1913 podía considerarse danza contemporánea, aunque dicha terminología era aún impensable.

Fue una producción tan innovadora en su génesis, que cualquier aproximación posterior demanda un riguroso empleo de todos los componentes expresivos, en tanto se trata de una pieza de profunda indagación popular, de místico influjo y, sobre todo, de una absoluta libertad formal.

En este sentido, la versión de los franceses presentada por DCC hubiera ganado  mayor realce con una escenografía que apoyara el impresionante caudal simbólico que hizo de La Consagración de la Primavera una obra maestra. Sobre el escenario de la sala “García Lorca” transcurrió una actuación aceptable, pero desprovista de matices y cuyo mayor atractivo fue, quizás, el reto que supuso para los bailarines danzar con el rostro velado.

El vestuario, el diseño de luces y la inolvidable interpretación de la Orquesta del Gran Teatro de La Habana se conjugaron para que La Consagración no pasara inadvertida tras las dos coreografías anteriores; especialmente Coil, para muchos lo mejor del repertorio de DCC en los últimos años.

Otro elemento pudo haber atentado —tal vez— contra el resultado final, y es que el programa resultó muy agotador incluso para bailarines tan virtuosos. A La Consagración le faltó el brío apreciado en R=V (El criterio del camello) y Coil, obras que exigen un tremendo desgaste físico.

Los franceses siguen, al parecer, sin poder captar el sentido prístino de aquel viaje músico-danzario a la Rusia pagana que levantó insultos y abucheos en la moderna —mas no lo suficiente— París de 1913. La experiencia de DCC con Béranger y Pranlas-Descours pudo haber sido el pretexto ideal para integrar las diversas formas de expresión artística y repasar los lazos culturales entre Francia y Cuba, tomando como punto de partida La Consagración de la Primavera que inspiró a las figuras prominentes de la vanguardia musical cubana: Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla.

Solo por esta vez, la joya de Igor Stravinsky pasó sin pena ni gloria, al menos sobre el escenario; porque en el foso el trabajo fue colosal. La noche cerró, en realidad, con un concierto excelente bajo la batuta del maestro Giovanni Duarte, que alcanzó las cotas fijadas por Carpentier, en otros tiempos, para el gran Erich Kleiber.