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Del castrismo al turismo Cubanet

Turistas extranjeros en La Habana (Foto: lahora.gt)

LAS TUNAS, Cuba.- Ciudadanos de diversos lugares del mundo vieron asombrados la semana pasada cómo medios de transporte con fuerza de trabajo y materiales constructivos bojearon zonas de desastres tomando rumbo del archipiélago de Sabana-Camagüey (Jardines del Rey).

Las autoridades se emplean a fondo en restaurar la zona turística, dejando atrás zonas devastadas por el huracán Irma en las provincias centrales de Cuba, donde esos recursos hubieran sido de utilidad humana en lugar de aplicación comercial.

Me pregunto a qué viene ese asombro, al ver al régimen de La Habana construir o reparar hoteles cinco estrellas para el turismo internacional mientras las casas de los cubanos después de los huracanes se transforman en cuchitriles, eufemísticamente llamados “facilidades temporales” por los correveidiles de los generales, verdaderos señores de la industria hotelera en Cuba para quienes los inversores extranjeros son meros cipayos, aunque les hagan creer que son condueños.

Mala memoria que dentro y fuera de Cuba suele tenerse con el castrismo.

¿Acaso ya se olvidó que en nuestro propio país y adelantado el siglo XXI los cubanos no podíamos hospedarnos en los hoteles destinados a los turistas extranjeros?

Toda esta desmemoria me hace recordar a Max Aub, cuando en 1968 visitó el complejo turístico Guamá en La Ciénaga de Zapata y en su diario Enero en Cuba, anotó: “¿No tendrían otra cosa que hacer? Las casas, el museo, el restorán hechos por la Revolución… Claro que fue en 1959, en 1960, cuando, tal vez, se hacían ilusiones de seguir contando con el turismo norteamericano. Hoy dicen: ‘Es para los obreros’. ¿Para cuántos?”

Cuando Max Aub escribió que “tal vez se hacían ilusiones de seguir contando con el turismo norteamericano”, quizás desconocía que las “ilusiones” partían del propio Fidel Castro, luego de un estudio de mercado fiable.

Temprano en 1959 Fidel Castro dijo: “También la naturaleza es latifundista. A ella también le aplicaremos la Reforma Agraria, rescatando miles de caballerías anegadas para dárselas después que estén desecadas.”

Así, el flamante Primer Ministro tomaría “fijación con la Ciénaga de Zapata”, a decir de un psiquiatra.

Fidel Castro viajaría una y otra vez a los cenagales, donde ya por Decreto Presidencial de 12 de junio de 1912, técnicos cubanos y estadounidenses a cuenta de la Zapata Land Company habían realizado un minucioso estudio topográfico, de mareas y del aforo de los ríos, para drenar la Ciénaga de Zapata y transformar sus suelos útiles en terrenos labrantíos.

Ya una empresa privada había establecido arrozales y dragaba el río Hanábana cuando, el 16 de marzo de 1959, Fidel Castro hizo descender su helicóptero, y, “revolucionariamente”, ordenó a los operadores de los tractores-dragas proseguir la faena bajo dirección del INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria). La finca privada fue expropiada y transformada en Estación Experimental del Cultivo del Arroz.

Antes de concluir el mes de marzo, otra vez Fidel Castro estaba en la Ciénaga de Zapata, esta vez no por faenas de dragados y cultivos de arroz, sino por asuntos de tesoros: el de la laguna.

“El Lago del Tesoro es uno de los pocos pesqueros en el mundo donde las truchas pueden cogerse en número tal que no pueden contarse,” decía el diario Atlanta.

“Para los pescadores de truchas aquí está el viaje de los viajes. Lejos en el interior de Cuba hay un bello lago donde se ha pescado la más grande trucha, pesando más de 30 libras, el record anterior registrado era de 22 libras,” decía Outdoor Vacation, de Missouri.

“Nosotros pescamos en el fabuloso Lago del Tesoro y es lo mejor que alguna vez pudimos contemplar,” decía Walton Lowry en The Birmingham News.

Había un hecho concreto: si en los años 50 del pasado siglo la Laguna del Tesoro era prácticamente desconocida en Cuba, no sucedía igual en Estados Unidos, donde, entre los pescadores deportivos, era un pesquero famoso.

Respecto a la afluencia de pescadores deportivos estadounidenses en la Laguna del Tesoro, la revista Bohemia dijo: “La única casa construida en la Laguna del Tesoro está levantada sobre pontones de hierro, de esta manera, flota, sube y baja con las mareas lacustres”.

La casa-flotante era propiedad de un estadounidense, estaba situada al abrigo de un cayuelo, contaba con aerobote y otras embarcaciones, tenía ocho capacidades (cuatro literas dobles) y cada deportista pagaba 100 dólares diarios por hospedarse en ella.

Hasta tan apartado sitio de recreo llegó Fidel Castro en 1959 con su ejército de interventores. Fue aquel pequeño hostal sobre pontones y su rendimiento de 800 dólares diarios, producidos con relativamente poca inversión, el detonante de una de las más obscuras expresiones “vanguardistas” del castrismo.

Tal ismo hizo de Cuba una nación indigente, habitante de casas miserables, irreparables muchos años después de ser destroncadas por huracanes cuyos nombres sólo las víctimas recuerdan.

Y como para escupirnos por nuestra mendicidad cívica, a los cubanos nos han claveteado la isla con hoteles para turistas desde la Punta de Maisí hasta el Cabo de San Antonio. Luego… ¿por qué ese asombro cuando los castristas pasan de largo junto a las casas desguazadas por el huracán para ir a su constructivismo, el de su turismo?