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Diario de un sobreviviente

Miguel Ángel Fraga (Foto cortesía del autor)

LA HABANA, Cuba.- Surgido del diario que Miguel Ángel Fraga llevó de 1992 a 1997, durante su reclusión en Los Cocos, Casa cercada “tiene dolor, mucho resentimiento, tiene miedo, pasión, alegría, humor y humor negro, y tiene sexo. Estábamos allí para evitar que otros se infectaran, pero teníamos mucho sexo. Y es que precisamente el VIH se adquiere casi siempre por vía sexual y desconocer eso no tiene sentido”.

Publicado y reeditado hace poco en Madrid por Ediciones La Palma, el libro fue presentado en La Marca, espacio excepcional en plena Habana Vieja, por el escritor y dramaturgo Norge Espinosa y por su editor, José Antonio Michelena, con la presencia del autor, en uno de sus regresos a Cuba durante los 20 años que lleva viviendo en Suecia.

El título Casa cercada alude al sanatorio Los Cocos, situado entre Santiago de las Vegas y El Rincón, en las afueras de La Habana, donde eran internadas forzosamente en aquella época las personas diagnosticadas con VIH. Para Espinosa, se trata de “un libro que testimonia lo que significa en Cuba haber pasado por toda esta experiencia, sobrevivirla y, además, ser capaz hoy de crear una memoria útil para el presente y para el futuro”.

Sobreviviente, en el mejor sentido de la palabra, llama el presentador a Fraga. Guerrero que luchó para sobrevivir, sin patetismo. “Su guerra ha sido no mantenerse callado, hacer de la literatura un espacio de verdad, donde él nos dice lo que ha vivido para que sirva a la vida de otros”, asegura Espinosa, que se considera comprometido con el libro desde que publicó un fragmento en un número de la revista Extramuros dedicado al homoerotismo en las artes cubanas.

El caso de Miguel Ángel Fraga (La Habana, 1965) resulta, para el editor Michelena, muy diferente del de otros escritores cubanos que padecieron esta epidemia, como Reinaldo Arenas o Severo Sarduy, porque se había graduado en la universidad y trabajaba como museólogo, pero no empezó a escribir hasta que llegó al sanatorio.

Le dijeron que solo viviría unos cinco años, cuando más siete, y desde su primer día internado allí, se puso a escribir sobre sus experiencias, “con la idea romántica de que la posteridad me recordara, de que supiera lo que estaba pasando en aquel lugar, que en realidad era muy diferente de lo que la gente escuchaba en la calle”.

Fraga se dio cuenta de que las personas que estaban recluidas con él tenían historias que merecían ser contadas. Así, lo que empezó siendo “su diario” se convirtió en una especie de diario del sanatorio. Desde su punto de vista, por supuesto, ya que otros podrían tener vivencias diferentes. Pero también escribía cuentos basados en aquellas historias y hacía entrevistas y recogía testimonios.

Michelena, Fraga y Espinosa (Foto cortesía del autor)

Hace diez años, igualmente en España, el autor publicó En un rincón cerca del cielo, entrevistas y testimonios del Sida en Cuba, un título que recoge muchos aspectos de la historia de los orígenes de esa epidemia en nuestro país: los interrogatorios, el régimen de salidas en el sanatorio, las políticas sobre la conducta sexual de los seropositivos, los reglamentos, las prohibiciones, y también las diversas orientaciones sexuales de los testimoniantes.

Como Michelena nos advierte, Fraga, en sus cinco libros sobre tan difícil temática, ha utilizado las más variadas voces y formas expresivas, dejando constancia de los múltiples campos donde “el VIH/Sida ha provocado polémicas, debates, discusiones: la salud, la ética, la moral, las costumbres, las leyes, el derecho, el sexo, el amor, la procreación, la eutanasia. Ningún otro escritor cubano ha sido tan abarcador en el tema”.

Pero, en este momento, Miguel Ángel Fraga cree que con Casa cercada cierra finalmente el ciclo, pues ya ha dicho lo que tenía que decir sobre este problema. “Evocar el pasado es difícil, en primer lugar porque son cosas que quisiera olvidar, aunque no lo consiga”. Han sido veinte años volviendo una y otra vez, de distinto modo, sobre aquellos duros cinco años.

A pesar de su miedo y a pesar de todo, “la muerte decidió tomarse su tiempo y yo hice lo mismo. Estas notas han sido el tesoro mejor guardado durante tantos años. Con ellas crucé el océano y me radiqué en Suecia. ¿Sirvió de algo haberlas escrito? ¿Servirá de algo publicarlas ahora?”, se pregunta el autor, que llevó el número 525 escrito en su ropa durante aquella obligada estancia.

Sirve y servirá de mucho este libro que hoy se vende en Amazon y que comenzó siendo solo el obsesivo registro del vigía que, condenado a morir pronto, se impuso el deber de atestiguar los días de su encierro, lo que ahora son sus experiencias de sobrevida. Como anota el editor en el prólogo: “el testimonio de un hombre que convirtió ira, enojo, angustia, dolor, en literatura sanadora”.

8 de julio de 2018