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Díaz-Canel y el deseado espaldarazo en territorio enemigo

Díaz-Canel en Nueva York (cubadebate.cu)

LA HABANA, Cuba.- La participación de Miguel Díaz-Canel en la apertura y demás eventos asociados al 73 período de la Asamblea General de las Naciones Unidas, deviene su consagración internacional.

Para nada importa que su nombramiento haya sido fruto de los designios del general Raúl Castro y no a través de un proceso eleccionario competitivo y transparente. Es decir, avalado con los votos de ese pueblo que hace tiempo se le escamoteó la categoría de ciudadano por el de siervos del Estado, más allá de los insistentes estribillos patrioteros y los ecos del triunfalismo, ambos convertidos en instrumental publicitario para alcanzar la máxima eficiencia en cuanto a manipulación de la realidad se refiere.

Es obvio, que a Díaz-Canel y a quienes lo llevaron a la silla presidencial, les importa un comino las críticas internas sobre los pormenores de una elección legitimada con un dedo, probablemente el índice, acompañado de la imperiosidad discursiva tan afín a los dictadores, tiranuelos y caudillos.

La apatía y el miedo a caer en desgracia, como señalan las evidencias, aportan los márgenes de aprobación, sean estos manifestados por medio del silencio o de los vítores y aplausos que resuenan en las reuniones organizadas por el partido, el sindicato o las que llevan a cabo las entidades presentadas como parte de la sociedad civil, cuyo desempeño sigue y seguirá vinculado a la defensa a ultranza de las directivas aprobadas por vieja guardia del Partido.

Por otro lado, la indiferencia de la casi totalidad de los países del Primer Mundo, junto a la complicidad de los países ubicados en la periferia tercermundista, también cuentan en este episodio histórico, donde la verdadera soberanía permanece enclaustrada en los predios del palacio de la revolución y en el sinnúmero de cuarteles desperdigados a lo largo y ancho del país.

Esta combinación de tibiezas y apoyos, condicionados o voluntarios, según el caso, han sido los broches de oro que cierran la camisa de fuerza confeccionada por “los salvadores de la patria” en su perenne esfuerzo en la construcción del socialismo, ahora adjetivado con los términos, próspero y sostenible.

O bien no le interesa o simplemente a los centros hegemónicos de poder les conviene un gobierno fuerte que provea los necesarios márgenes de estabilidad social a cambio de un ejercicio limitado de la fuerza, en el sentido de no emplear armas o valerse de grandes movilizaciones policiales o militares para garantizar el orden.

En la Isla, no hay manifestaciones multitudinarias ni ajusticiamientos por razones políticas, que superen los dudosos niveles de admisibilidad de los órganos de la ONU que se dedican al monitoreo de estos asuntos.

Lo ocurrido en Venezuela y más recientemente en Nicaragua expone el relativismo a la hora de medir los excesos de gobiernos antes sus respectivos pueblos.

El asesinato, en las calles, de cientos de manifestantes desarmados por parte de tropas antimotines e incluso francotiradores, en cifras que superan los 400 y los 200, en las naciones gobernadas por Nicolás Maduro y Daniel Ortega respectivamente, sin repuestas proporcionales de la comunidad internacional, inclinan a pensar que los problemas en la mayor de las Antillas están condenados al olvido o a esas miradas distantes y evasivas que obligan a replantearse las posibilidades de la inmediatez de una democratización que supere los dominios de la pasión y la ingenuidad.

Sin rodeos y aunque resulte duro admitirlo, el “presidente” cubano fue a recibir un importante espaldarazo en Nueva York, sede de la ONU y ciudad natal de Donald Trump.

Lleva el embargo como espada y de escudo un mensaje de paz junto con las promesas de continuar con el ejercicio del internacionalismo proletario.

Unos aprestos que le aseguran una victoria que de alguna manera enlentece el reloj de los cambios hacia un modelo inclusivo, plural y sustentable.

La presencia del obediente discípulo del octogenario dictador cubano en la Asamblea General, no debería ser tomada a la ligera, se trata del representante de un legado ideológico cuya fecha de caducidad se mantiene entre signos de interrogación.

Díaz-Canel se limita a cumplir un rol que le fue encomendado por su fiabilidad y lo va cumplir al pie de la letra.

Alguna vez se barajó la idea de que sería el posible Gorbachov criollo, pero esas son cosas del futuro y por lo tanto dependientes del suspicaz entorno de las predicciones.

Por el momento, ni asomo de tal conjetura. Así que más autoritarismo y nadie sabe hasta cuándo.