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Dime de qué presumes y te diré de qué careces

Miguel Díaz-Canel junto al presidente de Angola (Foto: Estudios Revolución)

LA HABANA, Cuba. – La “revolución” cubana mostró desde sus inicios una enfermiza ostentación de poder. Tras conseguir el mando, los comunistas se propusieron hacer notar que habían conseguido ciertas potestades militares. Muy pronto adoraron esas maniobras que podrían dar cierta visibilidad a las habilidades de sus milicias. El nuevo gobierno se empeñó en demostrar ciertas estrategias y destrezas que podrían desplegar en futuros campos de batallas, aunque esos mandos no fueran reales.

“Firmes para la marcha en revista”, así se escuchó chillar al mando, en los instantes previos al paso marcial de aquellos jóvenes soldados que eran sacados de la tranquilidad de la casa, de los estudios, para cumplir con el servicio militar, con esas ostentaciones de un poder mantenido por los rusos. Así exhibieron en Cuba muchas veces el “poderío” y la “soberanía” con “celebraciones” que aún califican de históricas, patrióticas, revolucionarias.

Fue en medio de tales ostentaciones donde constatamos el enorme despilfarro del poder queriendo desafiar a su “enemigo”, a un contrario que se inventaban para provocarlo luego. “¡A la distancia de un guía de línea!”, chillaba el superior y los soldados respondían a su voz de mando. Así ostentaron su “fuerza” los comunistas, así mostraron el poder de esas armas que empuñaban y que venían de Moscú, de Berlín o Praga. Así fue, desde aquellos días de octubre en los que la isla estuvo a punto de desaparecer.

Así sufrimos todos con aquella posibilidad, tan real, de vernos en algún momento, en un campo de batalla, en un camposanto. Aunque odiáramos la guerra, nos vimos obligados a “prepararnos” para ella, aunque buscáramos la paz del hogar, aunque lo más preciado fuera la familia y su armonía. Así fueron llevados los cubanos a lejanas guerras de las que muchos no regresaron sanos, de las que no volvieron cuerdos o no llegaron vivos; muchos no llegaron ni siquiera en urnas, ni siquiera en cenizas.

Grande resulta el costo que hasta hoy pagamos por esa caprichosa belicosidad de los comunistas y por sus representaciones. Mucho hemos solventado sus fanfarronas exhibiciones, sus prácticas, esas tristes simulaciones que solo “representaron” la posibilidad de una agresión. Y nunca sabremos lo que costaron, cuestan, esos ejercicios militares que son tan comunes en esta isla. Nunca comprobaremos a cuánto ascienden los gastos de un estado belicoso en su capricho de simular guerras, agresiones, que nos preparen para la defensa, aunque sepan que la mejor manera de conseguirlo es mostrar una verdadera vocación pacifista.

Nunca supimos cuánto perdieron las arcas de este estado en su capricho de simular agresiones. Quizá por eso resulta tan ridículo escuchar las críticas que dedicó el gobierno cubano, y su prensa oficial, a ese desfile militar que este 4 de julio se miró en Washington. “Firmes para la marcha en revistas”, así chilló, chilla aún, el mando del ejército de este país, para exhibirse, aunque los gastos de esas revistas militares sean exagerados para una economía tan pedestre, tan dependiente. Es ridículo tirar esas “piedras” desde un país que dedicó tanto presupuesto a hacer guerras ajenas, y de las que solo conseguimos algunas medallas que ostentan algunos pechos que nunca estuvieron asediados por las balas “enemigas”.

Hace apenas unas horas que miramos como colgaron en los pechos de Raúl Castro y Díaz Canel unas medallas con las que los distinguiera el presidente de Angola, aunque ninguno de los dos se reconociera en esos espacios de guerra. Sería bueno preguntarse lo que sintieron esas madres que perdieron a sus hijos en guerras tan lejanas, tan ajenas, en ese instante de homenajes y discursos. Sería bueno saber qué sintieron cuando volvieron unos “restos”, sin que tuvieran la certeza de que los despojos devueltos en una caja eran realmente los de sus hijos.

Raúl y Diaz Canel disfrutan de esas pompas que les cuelgan en sus pechos y les provocan exaltados discursos de agradecimientos, pero al día siguiente les parece exagerado hacer una parada militar para celebrar la victoria de aquel cuatro de julio en el país del norte, sin reconocer que en unos días volverán a hacer discursos recordando el Moncada y la “trascendencia” de un asalto que dejó muertos muy jóvenes y padres desconsolados, y quién puede dudar que en un día quizá no lejano, quizá un primero de enero, un 26 de julio, se decidan otra vez por las revistas militares, donde algún superior chille bien alto: “Firmes para la marcha en revista/ por batallones/ a la distancia de un guía…”.

Ya veremos esas muestras tan cercanas a la fanfarria, esas marchas con fusiles desplegados, con pasos fuertes y acompasados, ya veremos cómo voltean las cabezas los soldados para rendir honores a quienes los observan desde la altísima tribuna, ya escucharemos, por algún altoparlante, la voz de Fidel Castro llamando al combate, aunque no exista un enemigo, ni un campo de batalla. Ya veremos muchas paradas militares en esta Cuba en la que son tan comunes, a pesar de todo cuanto cuesten, a pesar de nuestras miserias, y aunque no existan amenazas reales de agresión.

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