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Dos madres cubanas, dos realidades distintas

Día de las Madres (foto del autor)

LA HABANA, Cuba. – Para Diarenis Calderón ser madre es tener la oportunidad de acompañar a otra persona, “enseñarla y aprender con ella”; mientras, para La China, ser madre “es proteger a mi hija para que sobreviva, para que se encuentre con un buen hombre”, para que no viva las mismas circunstancias que ha vivido ella.

Dos historias en medio de una riqueza enorme de realidades de las madres cubanas.

La activista y promotora cultural

“Tengo un diálogo con mi hija que no tuve con mi madre”, cuenta la activista por los derechos LGTBIQ y promotora cultural sobre su experiencia de criar a una niña en una sociedad machista. “Una no estudia por ningún manual para ser madre. Soy la madre que quiero ser. Se es madre en la responsabilidad diaria”, y menciona tres puntos claves de su maternidad.

La activista es una madre soltera y “aunque no convivo con el padre de mi hija, no puedo negar su paternidad ni lo que lo disfruta” y el principio de esas relaciones dice que siempre fueron convivir en “la armonía y la responsabilidad”, así que si Sainet, como se llama la adolescente “sabe lo que quiere”, es responsabilidad de ambos padres.

No obstante, Diarenis dice que “el mayor reto de ser una madre criando una hija hembra, negra, de barrio, es levantarme todos los días y enseñarle que el patriarcado es algo vertical y que se te mete en los huesos si no eres capaz de descubrirlo”, y su experiencia en acciones de bien público en comunidades pobres le certifican para saber de qué habla con seguridad.

Y la enseñanza empezó cuando era niña, no desde ahora “que es más fácil porque casi hablamos el mismo lenguaje”, y cuenta, “cuando era niña veíamos películas donde se legitimaba el machismo, como Elpidio Valdés o cualquier otro muñequito donde la figura masculina es el héroe y la mujer nunca puede ser la heroína. Esas son las cosas que condicionan actitudes que después se repiten cuando sea una madre”.

Calderón está convencida de que “uno de los conflictos de género más grandes que tenemos las mujeres es permitir que los hombres no solo ocupen nuestro espacio, sino que hagan en él, lo que ellos quieran”, y pone dos ejemplos peliagudos: “el derecho a andar en la casa sin camisa” y “la mala educación de mear dondequiera en la calle por el simple hecho de tener pene”.

De que las obligaciones de las mujeres no son en la casa, “se lo enseñé desde niña”, por lo que cree que “esa tarea está vencida y por suerte su padre es un hombre que fluye mucho dentro de la casa y hace cualquier labor. Ahora le corresponde vivirlas”, porque ya ha cumplido 18 años y comienza a tener novios.

Otros de los prejuicios que empañan la familia según Diarenis, porque el machismo es un sistema, es que “la gente imagina que un hombre no está capacitado porque tiene un pene a criar un niño solo, a cambiar pañales, a lavar, a fregar, que tiene que haber otra persona y esa otra persona es alguien que no lo tiene, y quien no tiene un pene es una mujer”, por lo que toda la carga social tiende a caer sobre las madres quienes han asumido su responsabilidad muchas veces sin cuestionarse nada.

Por lo que ha vivido se da cuenta de que “ser madre en una sociedad machista a veces es más una carga que un disfrute. Siempre hay una sobre abnegación donde la madre tiene que estar permanentemente ahí para todo lo que el hijo necesite y no tener vida. No es mi caso”, asegura porque “nunca he esperado aplausos de la sociedad para que aprueben la madre que yo quería ser”.

Otro de sus mayores retos como madre ha sido decirse todos los días: “mi hija va a ser la persona que ella quiera ser y ojalá sea una buena persona, que es mi mayor interés porque si ella mañana va a ser feminista habría logrado mi meta, pero si no lo es, al menos, tiene otras herramientas para la vida”, como las de saberse dueña de su cuerpo para que pueda decidir “cuáles son sus roles y cuál es su importancia como mujer en la sociedad sin tener que reproducirse si no quiere, teniendo la posibilidad de elegir la sexualidad y la identidad sexual como quiera y cuando quiera”, lo dice quien aprendió de su madre, su abuela y su tía; de la literatura pero sobre todo de sus amigas “con las que me he sentado a hablar sobre cualquier tema”.

Diarenis Calderón (foto del autor)

La ama de casa

A La China su mamá le puso otro nombre, pero teme que su marido se dé cuenta de que contó su historia, “él no es malo, solo que a veces se pone un poco pesado y de mí dependen mis hijos también, me entiendes, ¿verdad?”, y no es que sea tímida es que decidirse a hablar de su vida es algo que no hace todos los días.

“Yo no me casé joven, para que tu veas. No soy como otras mujeres que solo han conocido a un hombre en su vida”, antes de encontrarse con su marido, La China vivió una vida intensa, llena de diversión y riesgo, “pero llegó él y la vida me cambió”, cuenta.

“Salí embarazada con tremendas ganas porque qué mujer no quiere ser madre, ¿eh?” y asegura que de ahí en adelante comenzaron a cambiar las cosas, “imagínate que estando embarazada me dio una entrada (de golpes) que me dejó por muerta”, pero no hubo denuncia, solo una larga recuperación, un parto natural y “callarme la boca porque ya había nacido la niña y no la iba a dejar sin padre”. Su historia puede ser la de muchas otras madres cubanas.

Dice La China que la golpiza nunca más se repitió, pero nadie en el barrio le cree. Después vino el varón que aún es un bebé. La más grande tiene 10 años.

“Para mí ser madre es lo más grande del mundo y defendiendo a mis hijos soy una leona”, de eso el barrio también puede dar fe, “él más nunca lo ha vuelto a hacer” y rememora una y otra vez la pesadilla, “pero si hay algo que le digo a la niña, aunque aún no tenga edad para eso, es que no permita que ningún cabrón la toque”, y parece una contradicción porque ella misma no ha logrado cortar los lazos con el abusador que la ha hecho creerse “vieja y fea” con 37 años de edad.

“Le digo que tiene que abrir bien los ojos para que se encuentre un buen hombre”, La China es ama de casa y “no estudié porque no quise, no me gustaba la escuela, además de que no creo que en este país eso sirva de algo” a su hija, en pleno siglo XIX, le inculca lo mismo que aprendió de su madre y de su abuela: muy poca independencia, mucha astucia en la cama y tolerancia con las “cosas de los hombres”.

Porque según La China, las mujeres independientes “pasan mucho trabajo y son cualquier cosa”, y no menciona la palabra no porque no sea capaz, sino para no “atraerla”.

No todas las mujeres cubanas y “del barrio” piensan igual que esta ama de casa, pero mujeres como La China, que reducen su vida y la de sus hijos a la supuesta comodidad que les brinda el marido, hay muchas.

“Para mí ser madre es poder vestir y alimentar a mis hijos”, y reduce toda la responsabilidad a las funciones básicas, “y eso lo logro yo a cualquier precio”, termina diciendo.

La China (foto del autor)

Diarenis Calderón y La China son dos perspectivas diferentes de cómo llevar la maternidad. Ninguna de las dos es perfecta. Juzgarlas solo contribuiría a hacer más pesada la carga que supone ser madre en Cuba.