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El alharaca del Caribe y el Carnaval de fuego

SANTIAGO DE CUBA.- Desde el martes 3 y hasta este lunes 9 de julio se tomaron algunas instituciones gubernamentales, teatros, plazas, calles y patios coloniales, el Festival del Caribe y la Fiesta del Fuego, en esta ciudad calientísima donde dicen que “nació la revolución”. Hasta un Coloquio denominado “La pasión que nos une” fue dedicado al santo/apóstol Hugo Chávez, víctima de un terrenal carcinoma.

Desfilaron comparsas, escuelas de bailes y canturías, congregaciones que integran las casas de cultura, invitados extranjeros y nacionales en salsa picante, asociaciones frecuentes del folclor sincrético, templos particulares y todo aquel que quisiera personarse luciendo un eslabón (y un traje) que develara pertenencia fiel al “oscuro sector” otrora sectario, convertido en cátedra para estudios académicos.

Los (f)actores propuestos para cada proyecto serían bien mirados —y mejor venidos— al concierto litúrgico de ascendencia afro-caribeña y latinoamericanista, porque así lo dicta en su letra “la tradición” suplantada.

Aunque no haya convergencias verificables con los ritos que blanden como machetes los Dioses del Panteón Yoruba, carecemos de un irremplazable don Fernando Ortiz —o soberana Lydia Cabrera— que ose compendiarlos con decoro antropológico, así fuesen agenda de la excelsa negritud, trasparente espiritualidad o vulgares nigromancias, dadas por sentado como válidas, o al traste por profanas.

Los “organizadores” (fundamentalmente neoempresarios de La Casa del Caribe) circunscriben cualquier cariz al enraizamiento tribal e interdependencian caracteres conspicuos —lo ‘cultural’ primando, lo ‘religioso’ después—, comprometiendo a nociones y naciones de esta hirviente zona marítima en un núcleo de reclamo, pero soslayando mencionar la prohibición sobre creencias lustros atrás, cuando en suelo propio se perseguía por mera filiación politicoide.

Para estas fechas “de autoctonía simbiótica de la expresión cultural” en una islita tan concurrida, no hace falta (de)mostrar compromisos ideológicos o gratitud para con el patrón socialista, porque aquel cobrará acreditación a cada participante con 20 CUC, independientemente de (inter)pertenencias.

Vienen a por lo mismo: libertad de reclamar derecho al grito, entre otros (solo que la sede puede ver coartada tal “manifestación artística” si se delata en él, viso disentón por nimio que sea), cuando de demandar a flagrantes opresores se trate o permitir lo que desde dentro se sobreentiende ya está garantizado y constituye “disfrute del pueblo trabajador” (aunque disfrace al neo-explotado por los neo-capitalistas que vaticinó Karl Marx).

Sin rebatir presupuestos enaltecedores, desde que comenzó el jolgorio, no ha habido un acontecimiento programado o “actividad” —como gustan de llamar—, que se cumpliera en hora, aspirando a competir con falsos relojes suizos o descompuestos trenes canadienses, acaso concordes al esquema publicitado a viva voz y disponible en los medios para “nuestra aguerrida comunidad caribeña”, especialmente a través de Telesur y —hasta en vivo como si fuera un maratón— en la estrenada Internet.

Entre otros desplantes, en el Cabildo Teatral no se pudo evaluar a artistas noveles que terminaban carreras profesionales porque una comisión, presidida por el dramaturgo “habanero” Gerardo Fulleda León, nacido aquí, jamás llegó. Y la función fue dilatada hasta provocar el caos entre evaluados y asistentes.

Una pieza de un grupo mejicano llamada “Frida Kahlo” que despertó apreciables intereses, dejó a espectadores con los boletos comprados y no hubo función el martes 3 por descoordinación inexplicada.

Este año los coros y corridos han estado dedicados a Puerto Rico, isla arrasada igual que la nuestra por eventos climáticos catastróficos, pero para el próximo 2019 se adelanta que serán “los gloriosos 60 de la ‘revolución triunfante’”. Veremos si llegamos con alientos o padecemos nuevos descalabros a tan descomunal cantata, para ajustarles sexagenarias cuentas pendientes.

Por otro lado fue inaugurada una exposición de los artistas de la plástica Alberto Lescay y Eduardo Roca (Choco) en aquella Casa Marina que envidiaría el poeta Octavio Smith. El intérprete boricua Andy Montañez ofrecería el domingo-noche un concierto junto a la vetusta agrupación cubana Los Karachis, en el mismo Teatro Heredia que ya sirvió de sede para encuentros teóricos, intercambios medicinales y galas estatales. No tenemos noticia de qué sucediera.

Algunos programas —prácticamente vacíos— de la cátedra profesional, fueron demorados, suspendidos o se superpusieron unos sobre otros por sufrir reestructuración de horarios. Los promotores no aprenden de ediciones fallidas acerca de trasportes y avituallamientos insuficientes para conseguir que la cosa marche medianamente bien. Al concebir un ambicioso cronograma en tan poco espacio, reducidos recursos y menor área, la concentración de actividades más las distancias, dejaron fuera a gente potencialmente interesada en participar. Pero la prensa oficial dirá otra cosa: el éxito es una arrolladora certeza, como las tradicionales congas.

La odisea de los visitantes

No puede un visitante ajustarse al sistema de trasportes de la ciudad porque desconocen rutas y trayectos hasta los locales. Ni hablar de costearse un taxi: los precios en “la segunda ciudad del país”, atiborrada de lomas y motos prehistóricas, dejan en pañales a almendroneros capitalinos o bicicleteros del balneario de Varadero.

Lo único que partió en hora justa fue el Desfile de la Serpiente. Los participantes estaban advertidos de que el camarada secretario general del PCC Lázaro Expósito, estaría sentado en una tribuna improvisada bajo el portal del gobierno, esperando para cuantificar cualquier desorden y fustigar luego a los infractores.

Aquello sí quedó a pedir de boca. Y Santiago, admitámoslo, tiene una zona envidiable de limpieza callejera, inhabitual años atrás, cuando la comparamos con el resto de una Cuba poluta, mosqueada y despintada a más no poder, como nunca antes estuvo.

Por una semanita, aunque el reggae es también un ritmo caribeño —anglófono—, la ciudad primada por Diego Velázquez en 1515 se abstuvo de sufrir la variante demoníaca del reggaetón. Y no murió nada ni nadie en aquella cuna, otrora polémica y beligerante, adocenada hoy entre hostales y “hospitalidades”.