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El amor nos llegó mucho antes que el comunismo

Enamorados (destinocubamagazine.com)

LA HABANA, Cuba. – Quizá se crea hoy que ya no tiene sentido escribir del amor, sobre todo si se ha leído “El Banquete” que escribió Platón para relatar esa cena celebrada en la casa de Agatón. Escribir del amor es, ahora, una aventura complicada. Es un tema tan difícil como lo creía el Sócrates que habla en “El banquete”, suponiendo que nada era mejor que hablar con la verdad y sin acumular alabanzas hiperbólicas.

Hablar y escribir del Día del Amor resulta difícil, mucho más si se piensa en el origen trágico de una celebración que tiene en el centro a un santo de nombre Valentín; martirizado un 14 de febrero del año 270 por orden del emperador Claudio, quien repudiaba el amor de jóvenes varones que se enamoraban, en lugar de servir en campañas militares, y que obligaba a las jóvenes a unir sus pubertades con vejeces. La guerra desde siempre fue enemiga del amor, y Valentín no pudo continuar su sacerdocio ni proteger el amor real.

La pasión por la guerra y otras devociones dejaron truncos un montón de amores, también en esta isla, donde cada una de las beligerancias que vivimos puso en jaque al amor, y muchos novios quedaron sin casarse, e hijos perdieron a sus padres…, aunque la prosa periodística de esta isla se empeñe en imponer el recuerdo de los amores que más le conviene.

Hace dos años en fecha idéntica a esta, Juventud Rebelde publicó el texto: “14 historias románticas a la cubana”, que firmó  Daylene Dovale de la Cruz, donde se hace una relatoría de los que fueron, para ella, los amores más grandiosos de nuestra historia, y que se inaugura con el enlace de Vilma Espín y Raúl Castro. Según la periodista Vilma conquistó a Raúl interpretando “viejas canciones cubanas”, como esa que dice: “Dame un beso, y olvida que me has besado…”.

Así se inicia el “artículo”, con el matrimonio oficial más visible de todos los que exhibió la “revolución”, y luego sigue haciendo el balance de “grandes amores”. El segundo, y desconozco si el número delate la importancia de cada unión, relata el encuentro entre el espía Gerardo Hernández Nordelo y Adriana Pérez O Connor, ese que sobrevivió a pesar de la prisión norteamericana del varón. Y ese amor, intenta demostrarnos la autora, se subordinó al “proyecto revolucionario”.

Luego, y siguiendo el orden de la autora, vienen Aleida March y el Che Guevara, y después Almeida y La Lupe, aunque no sepamos muy bien si esta Lupe es México, su patrona, o una mujer de carne y hueso; así es de escurridizo el discurso “revolucionario cubano”. Según Daylene, la unión que merece el quinto puesto es la de Haydee Santamaría y Boris Luis, sin que mencione a Hart, ¿acaso supuso que el segundo amor de la “heroína” era más representación que voluntad?

Luego se refiere a Cintio y Fina, a Mella con Olivia y también con Tina, “la fotógrafa”, que al principio nos pudo hacer pensar en un “triángulo amoroso” o sencillamente en un trío, pero después sabemos que Tina, la artista, llegó tras la separación con la primera. Otros amores son señalados luego; Villena con Asela, Pablo de la Torriente Brau con Teté.

Y por fin llegan a la listica, que sin dudas no es cronológica, José Martí y Carmen Zayas Bazán, Céspedes y Ana de Quesada, Agramonte y Amalia Simoni, Antonio Maceo y María Cabrales…, y otras parejas de patriotas decimonónicos… Y quizá resulta exagerado que yo reproduzca la listica, pero me parece sintomático como se relata en Cuba el amor; presentado primero a los “rebeldes”, algunos todavía en el poder, y luego a los grandes patricios de la nación, y olvidando a los amantes anónimos.

Resulta extravagante y malintencionado que esta lista privilegie los amores cubanos del siglo XX, comenzando por esos que estuvieron más cerca, en tiempo y acciones, del “triunfo” del 59, mientras el 95 y el 68 se dejen “pa’ después” También resulta raro que no se mencione a Fidel Castro, a sus matrimonios, a sus múltiples amoríos e infidelidades. Es bochornoso que un país mire al amor desde la política, olvidando las verdaderas esencias del más creador de los sentimientos.

Sin dudas la “revolución” no cree en el amor si el amor no se arrodilla a la revolución. Tal inventario es excluyente, porque todos hemos creído que amamos alguna vez, y esos amores, no públicos, también son grandes y llenos de pasiones. Me habría gustado que mencionara ese amor que sintió un heredero al trono de España por una cubana de Sagüa la Grande. ¿Por qué no mencionar que el príncipe de Asturias, Don Alfonso de Borbón, renunció a la corona española por amor? ¿Por qué no señalar que dejó a un lado todo el poder que otorga una corona para matrimoniarse con Edelmira Sampedro?

En esa relatoría parece que el amor solo es grande si es público; y si así fuera tendría entonces que mencionar Juventud Rebelde el amor grande, excéntrico, y contrariado, entre Catalina Lasa y Juan Pedro Baró, tan grande que hizo que Catalina renunciara a su marido, hijo de los patricios Luis Estévez y Marta Abreu, para quedarse con Baró y que permitió que La Habana luzca todavía, aunque muy deteriorado, ese fastuoso palacio del Vedado que Baró mandó a construir para su amada.

El amor puede ser revolucionario, pero no depende de ninguna revolución. El amor es el único camino, y pobre del país que no lo privilegie. El amor nos hace vivir, aunque sea cursi, como estas líneas. El amor ha permitido que muchos sean capaces de soportar horrores, traiciones, cárceles, como las que han provocado esos que inauguran esa “revolucionaria” lista que publicara Juventud Rebelde hace dos años. Quizá sea culpa de esa lista, de lo que ella describe, que en Cuba crezca tanto el desamor, que una muchacha cubana, hambrienta y mal vestida, crea que un viejo y ricacho yuma sea mejor que el gran amor.

El amor no tiene límites, va más allá de lo visible. El amor se encuentra, incluso en la pobreza de esta isla, en medio de su miseria, a pesar de que cada vez se mire más como un negocio. La pasión de los amantes no tiene que aparecer en Juventud Rebelde o en el Granma si es que se hace notar en la cama, si se muestra también en la mesa más triste. El amor es “revolucionario” pero no comunista. El amor es para todos, incluso para “aquellos” que dejaron de creer en el amor, por culpa de esos “amorosos” que señala Juventud Rebelde. El amor sobrevive a revoluciones y comunismos.