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El arte de bendecir las ruinas Cubanet

HARVARD, Estados Unidos.- La exquisitez de La Habana no necesariamente se origina en la percepción fugaz de un borracho ni tampoco en el punto de vista de alguien que sufre de un cortocircuito en sus redes neuronales. Se trata de una opinión generalizada de la farándula que llega a Cuba desde el primer mundo a ofrecer conciertos, filmar películas, contonearse en alguna pasarela o simplemente a mirar las ruinas como si fueran monumentos legendarios.

Uno de los que le da el visto bueno a la capital de la mayor de las Antillas es nada y nada menos que el afamado cantante canadiense de origen estadounidense, Rufus Wainwright, quien ofrecerá varios espectáculos en en el mes de septiembre, uno de ellos en el Teatro Mella, que tendrá como invitado especial al cantautor cubano Carlos Varela.

Para este músico, nacido en 1973, cuyo talento ha sido reconocido por figuras como Elton John, además de recibir en la década del 90 el elogio de la revista Rolling Stone, La Habana es una urbe fuera de serie.

Desde el 2013, año en que tuvo la dicha de descubrirla, no tiene reparos en compararla con New York, evocar su “impresionante arquitectura” y una “naturaleza increíblemente señorial”, entre otras apologías que contrastan con la mirada de quienes la habitan a tiempo completo rodeados de escombros, mugre, perros y gatos abandonados, baches inmemoriales, tanques de basura desbordados, entre otros detalles que mantienen cerrado el acceso a una convivencia humanamente aceptable.

Con estas loas, los promotores de la destrucción, cuya faena no ha terminado, tienen motivos para continuar su labor sin reparar en las críticas que algún despistado o perverso haga para empañar los logros del socialismo.

Los despojos de una ciudad que seis décadas atrás exhibía su esplendor tienen su encanto para quienes llegan hartos de ver rascacielos, calles limpias e iluminadas, mercados sin amenazas de desabastecimientos y con precios para todos los bolsillos.

Alrededor del 50% de La Habana parece haber sufrido los estragos de una guerra, aunque las víctimas sonrían, sean joviales como dice Rufus y hasta se dispongan bailar, con impetuosa entrega, un reguetón.

Esos contrastes se añaden a la magia de un entorno que cautiva a los visitantes foráneos, cuyas alegres observaciones terminan por esconder o minimizar la capacidad destructora de los gerentes del poder absoluto.

No creo que haya premeditación en tales expresiones. Se trata de despiste o simplemente de interpretaciones sesgadas de una realidad que a menudo resulta difícil comprender con una corta visita y experimentando la miseria de refilón en alguna que otra caminata por los barrios o con un breve vistazo desde la suite de un hotel de lujo.

(Jorge Olivera, periodista independiente que reside en La Habana, se encuentra de visita en Estados Unidos)