Inicio Cuba El asalto al Moncada: la debacle que el castrismo convirtió en victoria

El asalto al Moncada: la debacle que el castrismo convirtió en victoria

Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba (Foto: Cubadebate)

LA HABANA, Cuba. – Decía Fidel Castro que con el fallido ataque al cuartel Moncada fue que aprendió a convertir los reveses en victoria. En efecto, sacar provecho a los frecuentes fracasos de sus delirantes planes fue su especialidad.

El descabellado ataque al Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953, fue el primero y más sonado de estos fracasos. Fue concebido casi como una misión suicida, con remotas posibilidades de éxito, que incluía la barbaridad criminal de tomar el hospital civil Saturnino Lora.

Antonio Guiteras, otro afiebrado revolucionario, se adelantó 19 años a Fidel Castro, en 1932, en la idea de intentar tomar un cuartel del ejército. Pero a diferencia de Castro, Guiteras tuvo éxito. Con un puñado de hombres armados con escopetas de caza, tomó no solo el cuartel de San Luis, sino el poblado y luego logró replegarse con su grupo hacia la Sierra Maestra, donde permaneció alzado hasta casi un mes después de la caída del régimen de Gerardo Machado. No depuso las armas y bajó de las lomas hasta que  en septiembre de 1933 el presidente Ramón Grau San Martín lo nombró primero gobernador de la provincia de Oriente y, luego, secretario de Gobernación, lo que equivalía a ser el segundo de su gobierno.

Pero el plan de Guiteras era mucho más modesto que el de Fidel Castro en 1953 cuando decidió atacar el cuartel Moncada: el de San Luis, era un cuartelito defendido por poco más de una decena de soldados mientras que el Moncada era la segunda fortaleza militar del país, con una guarnición de 1000 hombres.

La mayoría de los mal entrenados y peor armados hombres reclutados por Fidel Castro y Abel Santamaría fueron conducidos casi a ciegas a una empresa en la que decenas de ellos perderían la vida.

En el caso harto improbable de que Fidel Castro hubiera conseguido tomar el cuartel Moncada e, incluso, si además hubiese logrado apoderarse de los cuarteles de la Policía Nacional y de la Marina de Guerra, de todos modos, Santiago de Cuba se habría convertido en una ratonera para los asaltantes.

Si los fidelistas hubiesen logrado tomar también el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, no habrían podido contener después los refuerzos del ejército que acudirían sobre Santiago. Y luego de tener que abandonar la ciudad, muy difícilmente los rebeldes  hubiesen conseguido escapar de los bombardeos de la aviación y refugiarse en la Sierra Maestra para iniciar la guerra de guerrillas contra el gobierno.

El ataque al cuartel fracasó de entrada. Ni siquiera funcionó el factor sorpresa en una madrugada de carnaval.

Por manejar sin espejuelos, Fidel Castro se extravió por las calles de Santiago y cuando llegó al Moncada, su carro cargado de asaltantes, se encimó sobre la acera, atrayendo la atención de los guardias de la posta.

El primero de los atacantes que salió del carro, Gustavo Arcos Bernes, resbaló y cayó al piso, desde donde efectuó un disparo que mató a un guardia que lo había descubierto y le estaba disparando, lo que puso sobre aviso a los demás soldados.

Arcos, además de quedar con la columna vertebral afectada y la pierna izquierda lisiada como consecuencia de las heridas recibidas, fue culpado por Fidel Castro de echar a perder el plan por su precipitación. Y tuvo que pagar por ello: poco más de una década después, en cuanto entró en contradicción con el régimen, fue enviado a prisión.

El ataque fue una debacle. Los asaltantes fueron masacrados por los soldados, muchos de ellos luego de haberse rendido. Los que lograron escapar, incluidos Fidel y Raúl Castro, fueron capturados poco después. Pero Fidel Castro consiguió ganar notoriedad nacional, especialmente con su alegato “La historia me absolverá”.

En 1955, luego de pasar menos de dos años en la cárcel, Fidel Castro y sus compañeros fueron amnistiados y se fueron a México, donde organizarían la expedición del yate Granma, otro desastre del que también se las arreglaría para sacar provecho.

Da grima que el 26 de julio, el día que se produjo una carnicería como la del Moncada, que marcó el inicio de una revolución que terminaría con la imposición de una dictadura  de 61 años, se haya convertido en fecha de fiesta nacional. Con tres días feriados y carnavales incluidos (excepto este año, por la COVID-19) es la festividad más larga del extenso y aburrido calendario castrista.

El ataque al cuartel Moncada, pese a ser un ejemplo antológico de disparate, quiso ser reeditado dos veces por el argentino Enrique Gorriarán Merlo, cabecilla del grupo guerrillero Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). En ambas ocasiones, primero en 1976, en Monte Chingolo, y luego en el regimiento militar de La Tablada, en enero de 1989, cosechó sangrientos y desastrosos resultados.

El fallido ataque al cuartel santiaguero, el desembarco ―o más bien el naufragio― del yate Granma, y la aciaga campaña boliviana del Che Guevara, a pesar de sus calamitosos resultados en los tres casos, siguen siendo hoy los pasajes más ensalzados de la persistente mitología del castrismo.

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