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El castrismo, una máquina de repartir miseria

LA HABANA, Cuba. — El último día de noviembre, las autoridades de La Habana anunciaron que a partir del primero de diciembre comenzaría a implementarse “un nuevo sistema de renglones liberados”. El objetivo anunciado por los burócratas castristas es “que cada núcleo familiar reciba los renglones de forma más equitativa y organizada”.

La decisión afecta a cinco de los productos más codiciados y cuya venta provoca las mayores colas: pollo, picadillo, salchicha, aceite y detergente. Las cuotas se determinan por grupos de usuarios: una  para entre uno y ocho consumidores; dos para entre nueve y 16; y así sucesivamente. Con ello, los comunistas muestran su peculiar sentido de la equidad. ¿O será una treta más para reducir lo que distribuirán entre sus hambreados súbditos! Confieso que me inclino por esta última versión.

El “nuevo sistema” comprende varias medidas. La primera de estas consiste en “eliminar los grupos de LCC”. Estas siglas poco conocidas significan “lucha contra coleros”.  Al hacerse el anuncio correspondiente, algunos equivocados pensaron que lo que iban a desactivar eran las tiendas en moneda libremente convertible (MLC). Pero el despiste se aclaró con rapidez. Esos comercios en divisas son harto impopulares, pero le aportan tanto al régimen que no resulta razonable esperar que este prescinda de ellos.

Con este asunto de los grupos de LCC ha sucedido lo mismo que con otras iniciativas comunistas. Ejemplo de ello es la creación del Programa de Trabajadores Sociales, acto muy publicitado del fundador de la dinastía reinante. Según los discursos pronunciados en 2000 por el “Máximo Líder”, los jovencitos designados para supervisar las operaciones comerciales en garajes y otros centros similares pondrían coto a los actos de corrupción que tenían lugar en ellos.

No hubo que esperar demasiado tiempo para que se hiciera evidente que los flamantes supervisores, con todo y su título rimbombante, se convirtieron en otros corruptos más, que participaban de manera desenfrenada en todas las trapisondas protagonizadas en esos comercios. Se trata de un escenario bien conocido a todo lo largo del funesto “Proceso” que pronto cumplirá 64 años en Cuba.

Es lo mismo que sucedió con los grupos de LCC: surgieron como valladar contra los coleros, a quienes la propaganda interesada y mentirosa del régimen intentaba presentar como los grandes culpables de la carestía imperante, pero no pasó demasiado tiempo antes que se pusiera de manifiesto que el remedio era peor que la enfermedad.

Al cabo de algo más de dos años, el castrismo elimina esos grupos, y pretende controlar los problemas existentes recurriendo, según la prensa estatal, a “una persona que goce de prestigio y autoridad en la comunidad, para que ejerza el control de la cantidad de productos que recibe diariamente el establecimiento” del que se trate. Aquí se impone que nos preguntemos: ¿Serán esas personas prestigiosas (o, al menos, algunas de ellas) los próximos integrantes de la red de corruptos!

El “nuevo sistema de renglones liberados” contempla una serie de otras medidas burocráticas, tales como “actualizar la vinculación de los núcleos por cada establecimiento”, la elaboración de una tarjeta uniforme para los usuarios que carecen de la dichosa “libreta” (que es de racionamiento, pero que los comunistas se empeñan en llamar “de abastecimiento”) y la elaboración de un “ticket” pletórico de guarismos.

Ha querido la casualidad que el comienzo de la implantación del nuevo sistema coincida en el tiempo con un suceso alarmante ocurrido en Cruces, provincia de Cienfuegos. En la pequeña localidad, un ciudadano conocido como “Liván el Burro” trepó a la torre del monopolio telefónico ETECSA, amenazando incluso con lanzarse al vacío.

La información de CiberCuba añade que el compatriota estaba desesperado tras sufrir la friolera de 14 horas continuas de apagón, que provocaron que se pudrieran los alimentos que guardaba en su refrigerador. Entonces, no es de extrañar que su demanda inicial de reponer el fluido eléctrico pasara de inmediato a gritos de “Abajo el comunismo” y “Libertad”, que fueron coreados por muchos de los numerosos lugareños que se reunieron junto a la torre.

Esta información y la implantación del “nuevo sistema” de ventas parecerían ser dos temas diferentes, independientes el uno del otro. Pero no es así. Se trata simplemente de dos manifestaciones de la misma realidad de escasez y carestía que son consustanciales al sistema económico que el castrismo estableció y mantiene en Cuba, a pesar de su probada inoperancia.

Porque hay que tratar de situarse en el pellejo del desdichado Liván. ¿Serían muchos los alimentos que se le pudrieron por el apagón? Lo dudo; con los precios de locura que han alcanzado en Cuba los productos cárnicos, lo razonable es pensar que estamos hablando de un par de libras o algo más. Pero es que ese poco, que para un trabajador de otro país representa el fruto de algunas horas de trabajo, para un cubano de a pie equivale al resultado de un esfuerzo y un ahorro de semanas.

En resumidas cuentas: lo dicho. Las dos noticias representan otras tantas facetas de la indigencia imperante en Cuba. Razón tenía el viejo y buen amigo, ya fallecido, que acostumbraba a repetir: “No hay cosa más difícil que repartir la miseria”.

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