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El corralito es cada vez más estrechito

LA HABANA, Cuba.- Al castrismo le ha dado otro berrinche y la ha cogido nada menos que con los dólares. La noticia de que a partir del 21 de junio no se podrán realizar depósitos en efectivo tiene a los cubanos perplejos, nerviosos y en muchos casos escépticos, porque tratándose del mismo régimen que creó las Casas del Oro y la Plata para saquear toda prenda de valor en manos del pueblo; que ha penalizado y despenalizado a conveniencia la moneda estadounidense; y que en medio de una pandemia ha impuesto comisiones abusivas a los envíos de remesas en dólares, algo hay detrás de tan repentina decisión.

La gente no anda preocupada por tener miles de dólares bajo el colchón. Por ambiciosas que sean las conjeturas del Comité Central, la mayoría de los cubanos tienen el dinero justo para comprar lo que necesitan, y si ahora no dejan de cavilar y buscar las posibles razones del incomprensible timonazo, es porque no se deciden entre las dos únicas opciones que les ha dejado la dictadura: ir corriendo ahora mismo al banco para poner en la tarjeta lo que tengan, o guardarlo hasta ver cómo se comporta el valor del dólar en el mercado informal de divisas. El desplome que algunos pronosticaron no bien fue anunciada la medida, es poco probable.

Casi todas las reflexiones sobre el tema parecen dar, de algún modo, en el clavo. La suspensión temporal de los depósitos en efectivo pudiera responder a una estrategia del régimen para sembrar pánico y acaparar miles de dólares de un solo golpe, con el objetivo de liquidar algunos de los pagos atrasados a sus acreedores; o frenar la devaluación vertiginosa del pobrísimo peso cubano frente a la divisa estadounidense. Lo que nadie se cree, por más que lo repitan en la Mesa Redonda, es que los dólares acumulados en las bóvedas del Banco Central de Cuba han perdido su valor de cambio porque no se pueden depositar en ninguna parte.

Si esos fondos fueran realmente inutilizables por el momento, ¿qué mejor uso que vender al menos una parte en las Casas de Cambio, donde los cubanos no han podido comprar un solo dólar desde que se creara la red de tiendas en moneda libremente convertible (MLC)? Sería justo facilitar el acceso a la única moneda con valor real en el mercado cubano a quienes no tienen familiares en el extranjero, ni abundancia de pesos para comprar los dólares en el mercado informal, cuya tendencia es siempre ascendente.

Asimismo, este sería el momento ideal para que las personas naturales y jurídicas que tenían cuentas en dólares desde antes que comenzara la coyuntura, la pandemia, el experimento MLC y el Ordenamiento, y que no podían retirar por falta de liquidez, acudieran a los bancos para extraer su dinero y tenerlo a buen recaudo, considerando que la economía cubana es más volátil que nunca. Sería interesante conocer la respuesta de las entidades bancarias a los ciudadanos que quieran aprovechar este momento singular, en que las bóvedas están atestadas de la moneda “enemiga”, para recuperar lo que casi daban por perdido, o devaluado en extremo, que es prácticamente lo mismo.

Ninguna de estas dos cosas ha ocurrido, porque nada de lo que se decide en el Olimpo castrista tiene como objetivo mejorar la miserable vida del pueblo. Mientras los cubanos ponderan las posibles consecuencias de la nueva medida, e intentan avizorar la próxima movida del régimen en cuestión monetaria y cambiaria, varios visitantes extranjeros han sido vistos en la Habana Vieja, a pesar de que aún no está permitido el turismo de ciudad. Solos, en parejas o en pequeños grupos, recorren las calles del centro histórico, a veces guiados por algún joven de barrio que se desvive por mostrarles esta Habana empobrecida y siempre sucia, con o sin aguaceros.

Los nacionales, ocupados en el ajetreo, atentos a no perder el turno en la cola de la tienda MLC, ni siquiera se fijan en la rareza. Quizás no recuerdan que las autoridades declararon que los turistas internacionales serían llevados a los cayos o a Varadero; pero lo cierto es que aquí están, caminando entre nosotros con la mascarilla al cuello, sin preocuparse por esquivar las elevadas multas que la policía impondría a cualquier hijo de vecino por violar las normas sanitarias.

No es descabellado pensar que el régimen, bajo una tremenda presión social y política, con las finanzas en coma, se prepara para abrir el país al turismo pese a los nuevos récords de contagio por Covid-19. Recientemente fue anunciada la próxima emisión de tarjetas prepago por el Banco de Crédito y Comercio, a razón de 200, 500 y 1000 USD, que podrán ser utilizadas para cualquier transacción dentro de Cuba. Con prontitud se aclaró que las mismas serán destinadas a los visitantes que arriben a la Isla, y no podrán ser adquiridas en pesos cubanos de acuerdo al cambio oficial (24×1). Es muy probable que los dólares acumulados sirvan para respaldar esas tarjetas, que a la vez garantizan su circulación y permanencia en las arcas de la dictadura.

Sea cual sea el propósito de la restricción que ha puesto en alerta a los cubanos dentro y fuera de la Isla, lo cierto es que el corralito se hace más estrecho para un pueblo al que le van quedando cada vez menos vías de subsistencia. La medida es arbitraria, malintencionada y peligrosa; tanto que da la impresión de que el régimen pone adrede su granito de arena para que los cubanos se lancen en masa a una acción cívica definitiva. Como están las cosas, es difícil saber si se trata de decisiones políticas disparatadas, o son meras provocaciones para ver cuánto más podemos aguantar.

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