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El Cristo de la bahía y la Ermita de Antilla, dos obras de arte censuradas

Cristo de La Habana (foto del autor)

LA HABANA, Cuba. – La 13 Bienal de La Habana intenta esconder lo que el gobierno no quiere que se vea. Una vieja práctica con diversas variantes. Cuando tenía mucho más poder que ahora, el gobierno revolucionario censuró, o promovió la censura, de varias piezas que fueron destruidas, escondidas, disimuladas u olvidadas por las autoridades durante decenios porque no respondían a su ideología.

Eran obras muy notorias. Monumentos y esculturas que podían ser vistos por cientos de miles de personas y despertar en ellos la emoción, la fe o la simple admiración. Aparte de las que podían tener una significación política, como el memorial a las víctimas del Maine, resultaban muy preocupantes algunas de significado religioso.

Entre ellas, hay dos que ejemplifican perfectamente está actitud rencorosa y negadora del régimen y alcanzan, al mismo tiempo, un simbolismo muy elocuente sobre la relación del imaginario castrista con la imaginería cristiana.

Las autoras de este dúo de obras fueron dos mujeres que vivieron en la misma época, se destacaron en importantes momentos de la plástica cubana y se sumaron al proyecto revolucionario, pero estas piezas suyas resultaron señaladas en algún instante por los comisarios y sufrieron las consecuencias.

Si las figuras de Jesucristo y de la Virgen María son tan significativas en el mundo religioso y en la identidad cultural del cubano, es de suponer la importancia icónica del Cristo de La Habana, de Jilma Madera, y de la Virgen que realizó Rita Longa para la Ermita de la Caridad en Antilla, que va mucho más allá de toda significación mística.

Figurando el Sagrado Corazón de Jesús, esta estatua de 20 metros de altura y a 51 sobre el nivel del mar es la mayor escultura del mundo tallada en mármol blanco de Carrara por una mujer. Se alza sobre una colina en el lado occidental de la entrada de la bahía habanera, entre el pueblecito de Casablanca y la imponente fortaleza de San Carlos de la Cabaña.

Ermita, fotog de ‘Érase una vez un pueblo’ (foto cortesía del autor)

Fue inaugurada poco antes del 1º de enero de 1959. Aunque Jilma Madera asegura que no se inspiró en un modelo determinado, sino en una figura masculina ideal, ciertamente el dibujo del rostro de este Cristo se parece mucho al de su autora. “Lo hice para lo recuerden, no para que lo adoren”, dijo ella. Y su Cristo fue aborrecido por el nuevo gobierno.

Una muralla de árboles fue plantada a lo largo del borde de la colina para cubrir el monumento que, aparte de eso, no podía ser visitado porque se encontraba dentro del territorio de La Cabaña, una instalación militar. Así estuvo oculto durante más de 30 años hasta la permisividad religiosa de los años 90, cuando un grupo de jóvenes católicos pudo ofrendarle un acto de desagravio.

Varios rayos han dañado distintas partes del cuerpo, pero por fin el Estado se encargó de restaurarlo y lo declaró Monumento Nacional en 2017. Jilma Madera (1915-2000), con estudios de magisterio y escultura, había viajado mucho, tenía sólida formación cultural y tenía varias piezas suyas diseminadas por el país, como el busto de Martí en el Pico Turquino. Fue amiga de Celia Sánchez y conoció a Ernesto «Ché» Guevara en La Cabaña. A ella se dedica el documental La dama del Cristo.

Curiosamente, aunque ni ese Jesús ni esa María tienen el menor parecido formal o en el material de que está hecho, otros detalles los relacionan. Además de que Madera y Longa fueron mujeres escultoras, cominación que no abunda, y vivieron en idénticos años, resulta que ambas estudiaron en la Academia de San Alejandro, donde fueron discípulas del destacado escultor Juan José Sicre, autor del Martí de la Plaza Cívica, hoy de la Revolución.

Además, en relación con la aparición de la Virgen en la bahía de Nipe, la esposa de Fulgencio Batista, Marta Fernández, apoyó la construcción de una Ermita en Cayo Francés, que antecedió a la de Antilla, pagada esta por la propia población. El Cristo de la bahía nació de una promesa de la primera dama cuando su esposo se salvó del asalto al Palacio Presidencial que pretendió liquidarlo.

Y el simbolismo de la Virgen, tanto como el del Hijo de Dios, fue odiado por los representantes del régimen. Uno de ellos, Quinciano Soler, ordenó demoler la Ermita de Antilla con un buldózer y arrojar sus restos a la bahía de Nipe. Así se cuenta en el documental Érase una vez un pueblo, de Ernesto Granado. Como los habaneros, los antillanos debieron soportar en silencio el sacrilegio.

Un vecino llamado Manolo Rodríguez se atrevió a rescatar la pequeña escultura de María realizada por Rita Longa para la Ermita que durante años había atraído peregrinaciones de todo el país. La imagen terminaría siendo entregada a la iglesia local. En 1998 fue llevada ante el papa Juan Pablo II, que la bendijo en Santiago de Cuba. El Cristo ya había sido bendecido por el papa Pío XII en Roma, antes de ser traído a Cuba por vía marítima.

La Ermita de Antilla será reconstruida y la figura de la Virgen regresará a ella, gracias al turismo, entre otras cosas, por lo mismo que fue reintegrado el Cristo de La Habana al paisaje espectacular de la bahía, luego de que ambos resultaran víctimas de una censura brutal y absurda.