Inicio Cuba El desastre multiplicado tras el paso de Irma Cubanet

El desastre multiplicado tras el paso de Irma Cubanet

LA HABANA, Cuba.- Obligados por el hambre, el tedio y la necesidad de recuperar cuanto antes la sensación de “normalidad”, miles de cubanos intentan enrumbar sus vidas luego de que el huracán Irma se regodeara en el litoral norte de la Isla, arrasando con bienes estatales y las escasas pertenencias de numerosas familias.

Inundaciones, derrumbes, apagones, desabastecimiento y alguna que otra revuelta popular sin mayores resonancias, constituyen el panorama de las ciudades afectadas. Parece una mezcla espantosa de Período Especial con el Apocalipsis. Al parecer los cubanos no son tan duchos en materia de huracanes como se pensaba, o tal vez están tan hartos de la retórica alarmista del oficialismo que simplemente creyeron que Irma no venía para acá, y tanto alarde solo era paranoia de los ancianos en el poder.

Lo cierto es que, más allá de la devastadora intensidad del meteoro, el escenario actual en La Habana revela que la población no estaba preparada, y las instancias gubernamentales ni siquiera efectuaron el abecé preventivo ante el paso de huracanes, como el saneamiento de la ciudad y la poda de árboles. El día 7 de septiembre —víspera de la llegada de Irma— la basura se acumulaba en esquinas de Centro Habana, Habana Vieja y Cerro, donde muchas cloacas permanecen tupidas por el continuo deslizamiento de desechos sólidos.

No se vio una sola brigada podando las frondosas arboledas de los parques capitalinos para evitar el previsible daño al tendido eléctrico y el entorpecimiento de la circulación vial. El resultado se aprecia en las fotos: cuatro días tras el azote del huracán, los técnicos de la Empresa Eléctrica procuran restablecer el servicio a varias comunidades, y aún no se han recogido los destrozos provocados por la caída de árboles que fueron arrancados de raíz.

Los medios estatales de comunicación se han lanzado a la habitual campaña de “confianza en la capacidad de resistencia del pueblo cubano y la certeza de que la revolución no dejará a nadie desamparado”. Es la respuesta de un gobierno que solo sabe acudir al mismo discurso inútil, cuya falsedad se demuestra cada día, porque es obvio que el pueblo cubano ya no puede más. Empobrecido, hambreado, impotente, se sienta en las ruinas de lo que otrora fuera su hogar para llorar con amargura ante la perspectiva de dificultades venideras.

Los daños ocasionados a la cayería del litoral norte tendrán solución; de hecho Manuel Marrero, Ministro de Turismo, declaró a medios oficiales que muchas de las estructuras son “muy fáciles de arreglar”. Pero quienes perdieron su casa y sus modestas pertenencias, adquiridas a un costo y sacrificio que solo ellos conocen, observan con horror la alternativa de vivir durante años en un albergue, sumados a la lista de espera de tantos otros damnificados por ciclones y derrumbes anteriores.

Las arengas entusiastas de dirigentes y periodistas militantes siempre olvidan mencionar, de manera concreta, cómo van a “no dejar desamparadas a esas personas”. En cambio, tuvieron a bien exhortar a la población a ayudarse unos a otros. Así se ha hecho, porque lo único real en los cubanos es su solidaridad y ese temple inigualable para aguantar callados la más grotesca violación de sus derechos ciudadanos.

Sin embargo, ¿con qué y por cuánto tiempo la gente que no tiene nada puede apoyar a otros? El cubano de a pie solo puede compartir miseria y esperanza. ¿Y luego qué? ¿Quién puede ofrecer por tiempo indefinido la comida que no alcanza y el espacio que no sobra? Mientras estas plebeyas preocupaciones minan el espíritu de los pobres, el Gobierno corre a ocuparse de sus cayerías y negociará lo que sea, con quien sea, para restaurar ese paraíso perdido del turismo, cuyos dividendos no mejoran un ápice la vida del pueblo cubano.

En la capital apenas se han organizado brigadas para recuperar, higienizar y rehabilitar. Los Servicios Comunales destupen una cloaca y dejan los residuos en medio de la calle. No hay grúas ni camiones suficientes para recoger escombros; pero un bulldozer permanece durante horas tratanto de remover el pedestal sobre el que antaño se erigía la estatua de Carlos III, ubicada en la avenida del mismo nombre; una estructura irrelevante en las acciones prioritarias de recuperación.

La ineficiencia de los servicios públicos es patológica pero en tiempos de desastre parece magnificarse y multiplicarse la calamidad. A falta de agua, las mujeres aprovechan el escurrido de los aleros para limpiar viviendas y portales. Las tiendas se han vuelto intransitables, con colas que parecen barricadas, atravesadas en cualquier parte, llenas de gente desesperada buscando qué comer, o agua potable.

La respuesta del Gobierno ante el caos ha sido llenar la capital de tropas especiales, por si alguien tiene la peregrina idea de rebelarse en serio. Pero lo que todo el mundo se pregunta es qué habría sucedido si el ojo del huracán hubiese pasado por esta Habana maltrecha. Irma podría considerarse una excentricidad de la naturaleza, pues se formó en el Atlántico y en septiembre. ¿Qué sucederá en octubre, mes por excelencia para los huracanes que se forman en el mar Caribe y gustan darse un “saltico” por el Occidente cubano?