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El falso “Testamento Político” de Martí

Foto archivo

LA HABANA, Cuba.- En días recientes, los cubanos tuvimos la ocasión de conmemorar dos fechas de gran significación patria: el 19, Aniversario 125 de la caída en combate del Apóstol José Martí; y el 20, surgimiento —en 1902— de la República de Cuba como Estado independiente (aunque con Enmienda Platt) reconocido por toda la comunidad internacional.

En lo tocante a esta última efeméride, se repitió la torpe y tozuda negativa que los castristas hacen a ultranza de ésa que, en tiempos de la Cuba democrática, fue la máxima fecha patria. Con respecto a la primera, se insistió una vez más en la carta inconclusa del Maestro a su amigo Manuel Mercado, y se insistió en su condición de supuesto “Testamento Político” del prócer.

En este tema, como en tantos otros, se insiste en la manipulación (o, para ser más exacto, la total tergiversación) de la figura histórica de José Martí que hace el régimen. En base a ese manejo interesado y mentiroso, el habanero epónimo habría sido profeta del unipartidismo totalitario (porque “él fundó no dos o tres, sino un solo partido”), preconizaba el enfrentamiento a ultranza a Estados Unidos y sería “el autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada”.

Refiriéndose a la misiva a Mercado, el colega Raciel Guanche Ledesma, en su artículo Las ideas de un gigante, publicado en Juventud Rebelde vísperas del aniversario de la inmolación, escribió lo siguiente: “la que posteriormente se convertiría en su testamento político”.

Se trata de una manipulación de larga data. En su momento fue enarbolada por los “pericones” del viejo Partido Socialista Popular (nombre eufemístico y politiquero adoptado a fines de los años treinta por los estalinistas). A lo largo del tiempo, la especie fue respaldada por rojillos y tontos útiles. Los castristas se limitaron a retomarla y darle absoluta preeminencia, gracias a su dominio total de los medios masivos.

Al evaluar si efectivamente estamos o no en presencia del “Testamento Político”, lo primero que conviene señalar es cuán inverosímil resulta que, para un documento de tanta importancia, el Maestro haya redactado no un manifiesto dirigido al pueblo cubano, sino una carta personal destinada a un conocido mexicano.

Se trata de un documento de cuya existencia sabemos sólo por la coincidencia que él tuvo con la tragedia de Dos Ríos. En caso contrario, Martí lo habría enviado y es posible que no fuese conocido siquiera. Además, el citado señalamiento de Guanche Ledesma resulta anonadante en su desparpajo: “posteriormente se convertiría en su testamento político”. Lo que equivale a confesar que el Apóstol no le atribuyó ese carácter a la misiva, sino que fueron otros quienes le asignaron tal condición…

Para precisar conceptos, también conviene aclarar quién era Manuel Mercado. La propaganda roja lo califica de “amigo entrañable” de José Martí. Es cierto que ambos se habían conocido y tratado lustros antes, durante la estancia del Maestro en la capital mexicana. Pero lo mismo sucedió con otros muchos hijos de ese país hermano.

Si queremos ser veraces, tenemos que reconocer que, para la época de la carta, el “amigo del alma” de nuestro Apóstol se había convertido en un perfecto sinvergüenza: ¡Era nada menos que Subsecretario de Gobernación del gobierno tiránico de Porfirio Díaz! Se trataba —pues— de uno de los principales jefes de la represión ejercida por ese régimen despótico, continuista y corrupto.

Debemos suponer —por ende— que no podía haber grandes afinidades políticas entre Martí (demócrata y libertario convencido) y el represor tiránico al que había tratado años antes. Pero nuestro Apóstol, hombre agudísimo y político visionario, no podía permanecer de espaldas a las realidades del pícaro mundo que le tocó vivir. Sabía que su antiguo conocido Mercado tenía fácil acceso a los oídos del déspota.

Aquí conviene hacer una pequeña digresión: A diferencia de los países hermanos del continente, Cuba se enfrentó al colonialismo español sola. Esa lucha desigual la realizó no contra una Metrópoli dividida e invadida por extranjeros (como lo hicieron aquellos), sino contra un país unido en lo esencial y en paz con las restantes potencias.

En esas condiciones, nuestros patriotas tenían que obtener toda la ayuda posible para llevar a feliz término su difícil empeño. Y por supuesto que un país grande y vecino como México era un candidato tan bueno como cualquier otro para que nuestros independentistas le pidiesen la ayuda que necesitaban de manera desesperada.

Eso es lo que hizo Martí con su carta. No en balde, en un pasaje de ella menos publicitado que otros, pregunta: “Y México, ¿no hallará modo sagaz, efectivo e inmediato, de auxiliar, a tiempo, a quien lo defiende?”. Y él mismo responde: “Sí lo hallará —o yo se lo hallaré—. Esto es muerte o vida, y no cabe errar”. Más claro…

Como el país azteca había tenido serios enfrentamientos con su gran vecino del Norte (bajo cuyo dominio había pasado más de la mitad de su territorio), era razonable esperar que Martí, con tal de obtener la ayuda del gobierno de Porfirio Díaz, sugiriera la conversión de Cuba Libre en un futuro aliado natural de México en su enfrentamiento secular a Estados Unidos.

Cuando el Apóstol habla de impedir que Washington se apodere de Cuba y que, por consiguiente, “los Estados Unidos caigan con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América”, en realidad a lo que se está refiriendo es a evitar que la superpotencia naciente realizara un ataque futuro al país azteca. (Esto dicho —claro— de manera más sutil y fina, y a oídos de un mexicano).

Es eso (y no un hipotético antiyanquismo a ultranza) lo que explica la insistencia José Martí en tañer la cuerda antinorteamericana. No olvidemos que él amaba a la patria de Lincoln tanto como odiaba a la de Cutting. Pero, claro, ¡como a los comunistas les encanta todo lo que huela a enfrentamiento a Estados Unidos!…

Esto es lo que cabe decir del llamado “Testamento Político” de Martí. En resumen: una mentira más de los comunistas.

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