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El futuro de Cuba y la naturaleza orgánica de las ideas políticas

ESTADOS UNIDOS. – En la primavera del 2018 estuve varias semanas viajando por el sureste asiático, visitando Laos, Cambodia, Vietnam y Tailandia para estudiar la naturaleza orgánica de las ideas políticas imperantes en esos regímenes.

Políticamente Laos y Vietnam son repúblicas socialistas de un solo partido marxista-leninista, presumiblemente en alguna etapa de indefinida transición. Cambodia es un antiguo protectorado francés y actualmente es lo que David Roberts de Human Rights Watch describe como, un “estado vagamente comunista de libre mercado con una coalición autoritaria dirigiendo una democracia superficial”.  Tailandia es nominalmente una monarquía constitucional, actualmente bajo una dictadura militar.

Tailandia económicamente es una recientemente industrializada economía clasificada, en términos de paridad de poder de compra (PPP) número 72 en el mundo. Laos, Vietnam y Cambodia clasifican en número 121, 125 y 144 por PPP respectivamente. (Como referencia, Estados Unidos es # 11 por PPP).

Tras la Segunda Guerra Mundial Tailandia devino un aliado anticomunista clave de EEUU en la región, alternando entre la democracia y el control militar. En Laos el dominante marxista-leninista Partido Popular Revolucionario es controlado por figuras militares. La historia de Cambodia incluye el genocidio del Khmer Rojo de Pol Pot (1975-79), y ha sido dirigida desde 1997 por el primer ministro Hun Sen y el Partido del Pueblo de Cambodia. Vietnam se unificó tras la victoria norvietnamita en 1975, iniciando una serie de reformas económicas en 1986 bajo la dirección del Partido Comunista.

Cuando estudiamos la historia de un país, el enfoque pedagógico es secuencial y lineal. Es decir, estudiamos cada evento cuidadosamente siguiendo otros. Pero la historia, y particularmente la historia de las ideas políticas, es interrelacionada y no lineal. La historia de las ideas no es una simple sucesión de una idea siguiendo y reemplazando enteramente otra. Este fue el punto central del enfoque dialéctico del filósofo alemán Friedrich Hegel (1770-1831).

El método dialéctico hegeliano consistía en una proposición inicial o tesis, seguida por una negación o antítesis. La antítesis no reemplazaba la tesis, sino más bien ambas ideas en conflicto se reconciliaban en una nueva proposición llamada síntesis. Y entonces el proceso comenzaba nuevamente con la síntesis resultando la nueva tesis. La tríada tesis-antítesis-síntesis fue posteriormente ampliada anormalmente por Karl Marx y Friedrich Engels en su “materialismo dialéctico”.

Pero como lo vio Hegel las ideas políticas son orgánicas. Nuestra experiencia política siempre tiene raíces en el pasado y se alimentan de él. Tengamos este criterio en mente cuando pensamos en países en transición de un sistema político a otro. La visión hegeliana es que un nuevo gobierno, incluso si se opone diametralmente a las políticas predecesoras, no puede filosóficamente obliterar y reemplazar totalmente la anterior filosofía de gobierno. La antítesis no reemplazará la tesis, sino más bien emergerá una síntesis de ambas que incorpora buena parte de ellas. Hegel dudaba que fuera políticamente posible una ruptura completa con el pasado.

Este fracaso de una decisiva ruptura político-económica con el pasado fue evidente en mi reciente visita al sureste asiático. Anteriormente, también fui testigo de similares esfuerzos para combinar elementos del pasado comunista con un nuevo sistema político-económico en visitas que hice a Europa oriental tras el colapso de la Unión Soviética.

Pueden derrocarse gobiernos, pero sistemas de ideas de gobierno nunca son completamente reemplazadas, resultando en regímenes filosóficamente híbridos. Nuevos gobiernos nunca resultan desconectados del pasado. Tal es la historia orgánica de las ideas.

Como exiliado político cubanoamericano que ve las libertades individuales como los máximos valores políticos, me entristece observar en esos países sistemas político-económicos que algunos observadores ofrecen como modelos viables para una Cuba post-comunista: una dictadura militar orientada al mercado como Tailandia, o regímenes colectivistas opresivos como en Laos, Cambodia o Vietnam.

Ninguno de ellos los considero aceptables. Y, sin embargo, si Hegel estaba correcto y las ideas políticas son orgánicas y siempre atadas al pasado, una nueva idea político-económica no puede reemplazar totalmente un sistema político-económico. Así, la Cuba postcomunista posiblemente sea una síntesis político-económica de una tesis comunista y una antítesis capitalista, no diferente a los países que visité en el sureste asiático. Rezo que no lo sea, sería un triste y nada prometedor futuro.

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