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El Granma se tiró con la guagua andando Cubanet

Sara González (i) junto a Diana Balboa (La Jiribilla)

LA HABANA, Cuba.- Descolgué el teléfono y sentí el reclamo en la voz de mi amigo. “El Granma se tiró con la guagua andando, cómpralo y busca las noticias culturales”, solo eso dijo, y colgó. Al parecer no quería que perdiera tiempo, siempre que reclama de esa forma despierta mi interés. Y atendí a su urgencia. Busqué el Granma, y hurgué en la página cultural.

Sin dudas mi amigo quería que leyera un texto de Michel Hernández, de quien escuché decir que dedica con frecuencia su escritura a temas culturales. “Sara González y Diana Balboa mantuvieron una relación sentimental y creativa durante treinta años”. Eso leí, con la boca abierta y con la diestra sobre la frente. “El amor después del amor”, que así se nombra el artículo, advertía desde la primera línea, y en el periódico de mayor circulación en la isla, el amor entre dos mujeres cubanas. El diario del Partido Comunista hablando de dos lesbianas. ¡No lo podía creer!…, pero lo creí.

Y como no dar crédito si allí estaba el artículo que tomaba como pretexto un documental, Sara y Diana, la victoria, que acaba de estrenarse en el Festival Internacional del “Nuevo” Cine Latinoamericano, y que realizó la actriz Claudia Rojas, a quien conocimos por su protagónico en el filme La vida es silbar, de Fernando Pérez. Claudia, según Michel, narra la vida de estas dos mujeres: una cantante y la otra pintora, que se amaron. Y de esas dos mujeres se dice que, “cada una desde sus ámbitos, aportaron y aportan mucho a la cultura cubana”. El documental es, dice el autor del texto, “un testimonio de la entrega de estas artistas a Cuba y a la revolución”.

Y es, sin dudas, esa entrega a Cuba, y sobre todo a la “revolución”, lo que hizo que se divulgara en el Granma, que dirige el Partido Comunista, la relación amorosa entre dos mujeres, y más si una de ellas nos recordó con insistencia cómo debíamos recordar a los héroes, a quienes “se les recuerda sin llantos, se les recuerda en los brazos, se les recuerda en la tierra…”

Y es que son esos los homosexuales que recuerda el Granma, los que se implican en la historia que ellos defienden, los que son capaces de olvidar, y sobre todo de no juzgar. No consigo recordar al periódico del Partido Comunista mencionando con tanta reverencia, o sin ella, alguna historia de hombres y mujeres que prefieran a sus semejantes, a quienes buscan, en “el otro”, la semejanza en sus anatomías, en sus órganos genitales, porque eso es la homosexualidad: la búsqueda del placer en quien tiene idénticos genitales.

Cuántas historias quedan por contar y cuántas por hacer visibles. Si Adela, aquel travesti de Caibarién, tuvo su minuto de fama, la razón no fue otra que su desempeño como delegada del “Poder Popular” en una circunscripción de su localidad, pero no porque le gustaran los hombres, y mucho menos porque tuviera a su marido preso. ¿Por qué no se exhibió aun Santa y Andrés, la película de Lechuga? Pues porque habla de la represión que conocieron, y conocen todavía, los homosexuales en Cuba. ¿Por qué el solapado silencio que dedicaron a Últimos días en La Habana, la cinta de Fernando Pérez? Pues porque el gay pasa sus días, a pesar de su enfermedad, en un destartalado solar habanero, mientras su contraparte quiere marcharse a Nueva York. Esas historias de dolor que viven cada día los homosexuales en Cuba no se cuentan. No se cuenta de la “Eterna”, lapidada en Pinar del Río, no se cuenta de Alberto Yáñez, el escritor asesinado en su propio apartamento. No se cuenta de Ángel, el librero al que le quitaron la vida en la Playa del Chivo. No se cuenta…

No se cuenta, y lo peor es que este periodista de Granma escriba que el documental trata de “dos mujeres que no ocultaron su amor y tampoco hicieron alarde de él”. ¿Qué cosa es para él hacer alarde? ¿Acaso es hacer evidente el amor en cualquier parte?, ¿será no renunciar a esos ademanes delicados, en el caso de los gay, que son parte de sus esencias? No debería ser eso porque ninguna de estas mujeres que fueron centro del documental se destacaron por los suaves ademanes de las féminas, esos que hacen recordar el revoloteo de los “pájaros”.

Quizá estas mujeres no tuvieron que hacer alarde, porque sus vidas transcurrieron en un bello apartamento del Vedado, mientras las otras y los otros se enredaron con el cuerpo amado en “La potajera”, en la Playa del Chivo, en el Bosque de La Habana o en el baño de un cine, cuando había cines. Los “normales”, debía saber el periodista, también tienen una exagerada gesticulación que la mayoría de las veces tiene que ver con el entorno en el que se desenvuelven. Un hombre negro de Los Sitios no comulga con los ademanes de un intelectual, ¿y por qué será? Alguien me dijo, aunque no sé si es cierto, que Michel tiene barba, ¿y para qué se deja crecer esa pelera? ¿Será para que se noten sus hormonas masculinas?

Ahora mismo yo quisiera ver Santa y Andrés en un cine de La Habana. Yo quisiera constatar las tantas historias de represión y angustias que sufren los homosexuales varones, que ni siquiera son parecidas a las de las lesbianas, quienes no conocieron las UMAP, quizá porque la revolución era de machos, y “equivocadamente” la “revolución” las asocia con lo más viril, con el fusil al hombro, con el machete en la mano, con la voz rotunda, aunque, y a pesar de que eso suceda a veces, sean mujeres. Yo, no tengo nada en contra de las lesbianas, solo que me gustaría que de ellas se relataran otras cosas, que se hablara de cuánto cuesta en este país salirse del “camino recto”, que se mencionaran los dolores, los rechazos, los suicidios, para que se pueda entender finalmente porque los unos y las otras intentan reafirmarse en esos “alardes” de los que habla el periodista, y para que el Granma se tire de verdad, y con más frecuencia, “con la guagua andando”.