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El homenaje del castrismo a Máximo Gómez

(granma.cu)

LA HABANA, Cuba. – Este 17 de junio, los medios oficialistas cubanos dieron una cobertura amplísima al aniversario número 114 del fallecimiento de Máximo Gómez Báez, general en jefe del glorioso Ejército Libertador. Ese lamentable suceso acaeció en el mismo día del año 1905, en la capital del país a cuyo nacimiento es probable que él, pese a ser extranjero, haya contribuido más que ningún otro.

Se trata de una conmemoración que no ha tenido precedentes en estos sesenta años de régimen castrista. Y no por gusto. Mientras el ilustre dominicano, pese a contar con todas las posibilidades y apoyos para hacerlo, se negó siempre a aspirar a ocupar los más encumbrados cargos públicos, los jefes de esta “Revolución” que ya dura sesenta años se han caracterizado justamente por todo lo contrario.

Cualquiera que sea el caso, esta vez sì se le ha dado amplia y merecidísima cobertura a la efeméride. Esto incluyó la transmisión de un spot en horarios televisivos estelares, así como un acto central celebrado frente a la tumba del patricio y al cual asistieron el Primer Secretario del único partido y el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, entre otros altos dignatarios.

El contenido del spot es acertado, en lo fundamental. En él se destacan, de manera concisa, los inmensos méritos históricos del homenajeado. La única objeción que podemos hacerle es el mal gusto de una frase, leída con gran énfasis por un locutor con voz de órgano, en la cual se constatan los relevantes méritos militares de Gómez. Un lugar común. Al final de la cita, se menciona su autor: “Fidel”. ¡Como si los cubanos fuésemos a enterarnos de esa verdad gracias al comentario del “Máximo Líder” ya difunto!

Del acto central sólo cabe señalar su carácter elitista. Se escogió para ello la Avenida Central del habanero Cementerio de Colón, cerrado para la ocasión. Las características del sitio, a su vez, sirvieron de pretexto a la nula afluencia de público. Cabría repetir ahora las palabras de Clemencia, la hija del Generalísimo, al constatar en 1905 que sólo los jerarcas estaban participando en el homenaje al insigne finado: “¿Dónde está ese pueblo que liberó mi padre!”.

Como es obvio, si se hubiera deseado una amplia participación ciudadana, podría haberse escogido la estatua ecuestre del héroe, situada a la entrada de la bahía habanera, en un lugar rodeado de extensas áreas verdes; o —¿por qué no! — la esquina de 12 y 23, a pocos metros de la tumba del patricio. Ése fue el sitio escogido por el fundador de la dinastía en 1961 (cuando parecía que el masivo apoyo popular a la entonces naciente Revolución no se extinguiría jamás) para despedir el duelo de las víctimas de la Explosión del vapor La Coubre.

¡Ayer maravilla fui; hoy sombra de mí no soy! Pese a los muy probados mecanismos de manipulación social que posee el régimen, resulta evidente que para él es preferible no tentar la suerte. En estos tiempos en que el descontento de la población crece de manera exponencial ante la carestía que padece y el inmovilismo contumaz que exhibe la dirigencia, a Esta Gente le parece preferible evitar congregar a decenas de miles de ciudadanos en un mismo sitio. ¡No en balde el único acto de masas que celebran desde hace años es el del Primero de Mayo, que, como se sabe, es una marcha, y no una concentración!

Los organizadores del homenaje alusivo al día 17 (transmitido íntegramente este lunes al término de las dos emisiones más escuchadas del Noticiero Nacional de Televisión), tuvieron el buen gusto de hacerlo con una sobriedad que mucho habría gustado al austero Generalísimo. El discurso central estuvo a cargo del historiador oficialista Eusebio Leal, sin dudas el más elocuente entre las cabezas visibles del establishment.

Lo insólito de este homenaje nos conduce a preguntarnos por qué la alta jerarquía del castrismo optó por actuar de ese modo, máxime cuando no han acostumbrado celebrar la efeméride y, además, no se trataba de un aniversario cerrado del suceso. Esta circunstancia, a su vez, nos conduce a rememorar las experiencias históricas del llamado “socialismo real” en temas vinculados con el patriotismo y la patriotería.

Recordemos el lugar donde comenzó el horrendo experimento: Rusia, transformada al cabo de pocos años en Unión Soviética.  Durante decenios, la despiadada maquinaria bolchevique hizo y deshizo a su antojo en el inmenso país. Lenin primero, y después Stalin, implantaron el terror y perpetraron todo género de abusos en nombre del “socialismo”.

Lo anterior incluyó grandes hambrunas que produjeron la muerte de millones de ciudadanos. Algunas de ellas fueron planificadas y ejecutadas de manera deliberada con inconfesables fines políticos. Ejemplo de ello es el infame Golodomor, diseñado para castigar a los ucranianos por sus aspiraciones a la independencia nacional y por su decidida oposición a la colectivización estalinista.

Pero he aquí que un buen día Hitler decide invadir por sorpresa la Unión Soviética. Los ejércitos nazis avanzan incontenibles hasta los accesos a Moscú, Leningrado (que ahora, felizmente, recuperó su nombre original de San Petersburgo) y Stalingrado.

En esa coyuntura mortal para el régimen bolchevique y para el país mismo, las alusiones al socialismo famélico cesaron como por arte de magia. De un día para otro se acabaron los despliegues ostentosos del símbolo macabro de la hoz y el martillo; dejó de hablarse de marxismo-leninismo, y hasta el ateísmo militante tuvo una tregua. En lugar de ello, se imprimieron millones de carteles de la sobria figura de una sencilla mujer rusa que, con gesto adusto, conjuraba a los ciudadanos a participar en la defensa: “¡La Madre Patria te llama!”.

La historia nos enseña todo lo que hicieron alias Lenin y su banda con tal de alzarse con el poder. En este asunto, los comunistas aplicaron a ultranza su principio rector: “El fin justifica los medios”. En plena Primera Guerra Mundial hicieron todo lo posible por desarticular el Ejército Zarista. Con ello propiciaron la invasión del país por las tropas alemanas. Después firmaron el tratado de traición y entrega de Brest-Litovsk, que legalizó la anexión de cientos de miles de kilómetros cuadrados del Estado Ruso, así como el dominio extranjero sobre millones de sus habitantes.

Pero al producirse la invasión hitleriana, esos mismos comunistas hicieron lo máximo por presentarse como los más frenéticos patriotas; y no sólo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas creada por ellos, sino también de la vieja Rusia, cuyo nombre resucitaron rápidamente para la ocasión.

Entonces, ¿debemos asombrarnos del inusitado rescate de la memoria del inmortal banilejo que hacen ahora los castristas! ¿O debe extrañarnos que el Granma del lunes consagre su primera plana íntegra a dos personajes patrióticos (el propio Máximo Gómez y Céspedes)? Creo que no. Esos homenajes demuestran qué es lo que en verdad están pensando ahora mismo, en las altas esferas del régimen, sobre las perspectivas reales del socialismo ruinoso e insostenible que padecemos.