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El Mariel que no podemos olvidar Cubanet

El barco camaronero El Dorado arriba a Cayo Hueso cargado de “marielitos”, en abril de 1980 (Florida Memory)

LA HABANA.- Han transcurrido 38 años desde aquel día de abril de 1980, cuando alguien vino a recogerme en su auto para escapar hacia la libertad y nunca lo he podido olvidar.

Aquel “alguien” era el hombre que yo amaba. Tal vez por una palabra, una sola palabra suya, no accedí a su súplica.

―Vámonos al Mariel, esta es una buena oportunidad.

Aquella palabra, “oportunidad”, no me convenció. ¿Había sido mi vida, hasta ese momento, una vida en pos de oportunidades? Creo que no.

Aquella noche ―ahí comienzan los grandes recuerdos―, claro que no dormí. Había tomado una decisión contra mis sentimientos, contra mi corazón. ¿Valía la pena?, me pregunté hasta el amanecer.

Tal vez hasta me asustaba pensar en la libertad. Porque, ¿qué era la libertad sino una cosa del pasado, proyectos de  juventud, algo  parecido a un sueño en colores?

Aun así, les confieso que a lo largo de los años transcurridos, casi cuarenta, siempre me sentí arrepentida de no haber formado parte de aquel drama migratorio, uno de los más trágicos de América, conocido en el mundo entero como el “éxodo del Mariel”.

Dicen que ese mismo año cambió Miami y, para mis adentros, ese año también cambió mi vida.

Hoy, a salvo mis tres hijos en el exilio, me siento casi salvada y partida en mil pedazos. Como pez fuera del agua, una mujer solitaria esperando siempre lo mismo, una anciana que se empeña en cumplir con una extraña y sagrada misión: reír de última, para reír mejor.

A Cayo Hueso llegaron en cinco meses más de 125 mil cubanos, el 1,3% de la población de ese año. Fidel Castro los llamó “indeseables y escoria”. Fue siempre su estilo calificar así a todo aquel que no pensara como él. Igual que Gadafi, que llamó “cucarachas” a los disidentes, y como Stalin, “enemigos de la Patria”.

Pero, ¿ya entonces yo me sentía capaz de convertirme en una enemiga de la Patria, en escoria, en una cucaracha? Me faltaba mucho todavía para poder sentirme así, para estar consciente de que mi país no era libre, ni soberano, ni independiente.

Me faltaban unos cuatro años para abrir bien los ojos y descubrir el monstruo perverso que teníamos de dueño y jefe de Gobierno en Cuba. Un dueño que, en el verano de 1994, se atrevió nuevamente a decir que los cubanos que quisieran salir de su infierno podían hacerlo y provocó otro éxodo durante el cual más de 32 mil cubanos se lanzaron al mar en menos de dos meses; esta vez no en barcos, sino en rústicas balsas o cualquier cosa capaz de flotar. Esos fueron dos de sus mayores plebiscitos, sus elecciones perdidas.

Dicen que allá, donde no es delito prosperar y mucho menos tratar de ser ricos, hoy la mayoría de aquellos miles que se fueron por el Mariel se sienten realizados, que expresan estar orgullosos cuando se descubren jóvenes, llegando en barco, en las viejas fotos de la prensa y exclaman: ¡Ese era yo!

Para mí, aunque el éxodo del Mariel represente algo distinto, una tragedia de mi conciencia que aún sufre sus propias consecuencias, me ha proporcionado hoy esa rara sensación que llaman “libertad interior”, cuando logramos convertirnos en opositores del comunismo. Disfruten de estas eternas imágenes, que quedarán para la larga historia de la lucha universal del Hombre por su libertad individual.