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El tiburón y el cardumen

Cinemateca de Cuba (foto: radiorebelde.cu)

LA HABANA.- Con la consigna “Siente el pulso”, la imagen para identificar la pasada Muestra del audiovisual joven cubano fue un cardumen, que alguien describió como “una muchedumbre de peces arremolinados en el abismo, que bregan juntos a por lo suyo, o huyen de algo mayor”.

Lo uno y lo otro. El cardumen se desmarca del tiburón, pero el tiburón hace que se desmarquen del cardumen los peces que luego devorará. O sea, la institución nacional de cine (ICAIC) se creó, en teoría, para promover y potenciar la creación cinematográfica, pero termina censurando y constriñendo esa creatividad.

La Muestra, concebida para supuestamente promover y potenciar las búsquedas y hallazgos del nuevo cine en el país, resulta otra herramienta en manos del ICAIC para el control y la exclusión: un evento para visibilizar el nuevo cine que institucionalmente no se verá. No hay alimento más fresco para la insaciable hambre de censura de inquisidores y burócratas.

Durante los breves días que dura la Muestra, la institución permite que aparezca Bisiesto, el diario del evento, cuya calidad se debe precisamente a la fugacidad de su existencia y a que solo podrá ser hallado en el breve territorio donde ocurre todo, con textos tan incisivos y provocadores como algunos de los propios audiovisuales. Dean Luis Reyes, Mario Espinosa, Nils Longueira, Santiago Díaz M., Berta Carricarte, Julio Llópiz-Casal, son algunos de los autores que los firman.

En uno de los números, el director y actor Jorge Molina publica una entrevista con Neysi Alpízar que subtitula “cándida conversación con la actriz todoterreno del cine alternativo cubano”, donde se trata la carrera de esta también considerada “musa del cine independiente”. Claro está que había que hablar del filme censurado esta vez por el ICAIC, Quiero hacer una película.

Quiero… surgió de la convivencia de tres amigos: Tony Alonso, ella y el realizador Yimit Ramírez. “Lo compartíamos todo, pensábamos tan diferente y al mismo tiempo nos queríamos tanto. Vivimos momentos de todo tipo, de ira, de incomprensión”, cuenta la actriz. “Sin embargo, nunca dejamos de amarnos”.

Eso fue el detonante de lo que ella llama “esta experiencia, esta locura, este experimento” que se convirtió en “un torrente de actividad y creación”. Ella decidió que su personaje se llamaría Neysi. El de Tony se llamaría como él. “Porque hay una verdad que queremos expresar, una especie de alerta sobre aquello en lo que puede convertirse una parte de esta generación”.

Los censores y comisarios, como es natural, no tuvieron en cuenta nada de esto. La opinión de Tony sobre José Martí les bastó para prohibir la exhibición de Quiero hacer una película, aunque “la génesis de la película es eso, la necesidad de decir cómo tú puedes amar a alguien muy diferente a ti, porque somos malos y buenos, imperfectos, somos seres humanos”.

Luego, algunos vieron como un desafío a la institución y a la censura que otra pieza de Yimit Ramírez, Gloria eterna, ganara en la categoría de cortometraje de ficción y recibiera menciones en dirección de arte y en guion. Pero no olvidemos que este joven cineasta lleva ya varios años en la guerra de guerrillas del cine sumergido, con algunos premios incluso.

Gloria eterna vuelve sobre la preocupación de Ramírez por los hombres canonizados como héroes, llevándonos ahora a una distopía que nos recuerda al George Orwell de la novela 1984 y a la preocupación de Aldous Huxley por los regímenes totalitarios del supremo control y la anulación de la individualidad.

Como ese horror nos toca muy de cerca, pues el realizador no se ha remontado a un futuro truculento, sino que ha partido de su maldita circunstancia del Big Brother por todas partes, ya sospechamos que no habremos de ver ese corto ni en los cines ni en los canales de televisión estatales.

Cartel de ‘Quiero hacer una película’ (Cortesía)

No obstante, lo que de seguro garantiza su invisibilidad es la actriz que acompaña al actor Mario Guerra en el protagonismo de este audiovisual, Lynn Cruz, quien ha sido recientemente expulsada de la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños y excluida de la agencia Actuar, que hasta ahora la había representado.

Cruz, de larga carrera y varios galardones por su trabajo, ha querido hacer un teatro de resistencia a través de su proyecto teatral Kairós, con obras como Los enemigos del pueblo, y de su labor en varios filmes de Mario Coyula, donde ha mostrado un firme compromiso con la democracia y la libertad. Suficiente para caer bajo la ensañada atención de la policía política.

Aunque burócratas, comisarios e inquisidores intentan censurar que se hable de censura, la lista de películas que han sido prohibidas, abortadas o perseguidas no deja de crecer. Así, está resultando que, excepto un pequeño núcleo poco ubicado en la realidad, el resto —o sea, la mayor parte— del cine cubano es, de hecho, marginal.

Expulsada de las salas de cine y de la televisión, como si no existiera, esa cinematografía, sin embargo, existe para muchísima gente, para esa enorme y creciente parte del público cubano que vive en una cultura fuera de esa cultura oficial cada vez más enquistada.

Y también para el público que, fuera de Cuba, no está al alcance de la censura castrista. Hace unos días, por ejemplo, se exhibió en Miami una selección de 25 títulos de cine independiente cubano, “La fruta prohibida”, bajo la aseveración de que “la hora de la metáfora terminó”. Ya el tiburón no siente el pulso del cardumen.

Ya no hay cardumen, sino realizadores cubanos que, aquí, allá y en todas partes, hacen su arte en libertad y lo llevan tan lejos como pueden, a las pantallas de un mundo que no sabe qué cosa es el ICAIC. Ni le interesa.