Inicio Cuba El zika y los ancianos del Hombre Nuevo

El zika y los ancianos del Hombre Nuevo

Soldado fumigando en Cuba. El gobierno reforzó la campaña sanitaria contra el mosquito transmisor (Foto: caribbean360.com)

Soldado fumigando en Cuba. El gobierno reforzó la campaña sanitaria contra el mosquito transmisor (Foto: caribbean360.com)

LA HABANA, Cuba.- A estas alturas ya pocos deben de ignorar que la vida de los cubanos no es tan feliz como la pinta el gobierno. Si conseguir comida es difícil, la verdadera tragedia se presenta cuando por ingerir alimentos en mal estado uno se intoxica, como le sucedió a Andrés con la mortadela que venden por la libreta de racionamiento, y que también se puede comprar “por la libre” a 20 pesos; la misma de la merienda de las secundarias básicas, que apenas tiene aceptación entre los estudiantes.

Cuando Andrés amaneció con el prurito y la erupción, rápidamente salió para el médico. Visitó tres consultorios, pero estaban cerrados. Entonces decidió regresar a la casa, su esposa le dio una Benadrilina y esperaron tener mejor suerte al día siguiente. Y así fue, pues la doctora de la posta médica estaba atendiendo. Tras examinarlo, le diagnosticó una intoxicación y le recetó una Benadrilina cada seis horas. Además, como dieta, le mandó caldo sin grasa, malanga (que cuesta 10 pesos la libra, cuando se encuentra), calabaza, plátano y arroz, y jugos, que ellos sustituyeron por agua con azúcar porque su economía no da para más.

Pasaron dos días, y aunque mejoraba, era muy lentamente, y el anciano quería estar bien para su cumpleaños 83 el lunes 16. El hijo se lo iba a celebrar; ya le había encargado un cake a un cuentapropista que según él, los hace muy sabrosos. Así que, por insistencia suya, el hijo lo llevó el sábado al cuerpo de guardia del Clínico Quirúrgico de 26, pues él quería que le pusieran algo más fuerte que la Benadrilina para curarse más rápido.

Cuando la doctora del Clínico lo examinó, sin prestar atención a la explicación del paciente, sentenció: “Usted tiene zika”. El hijo, extrañado, le explicó que Andrés no tenía dolor de cabeza, ni dolores musculares, ni en las articulaciones, ni fiebre, y el ojo rojo se debía a que hacía pocos días había sufrido una operación de cataratas bastante traumática. Pero ella les dio una orden para un análisis mientras repetía como disco rayado: “Esto es zika, esto es zika”.

Pasadas casi tres horas, llegó el resultado del análisis, que fue negativo. No obstante, la paranoica doctora concluyó: “Es sospecha de zika y lo voy a ingresar”. El joven, al ver que la doctora no transigía, le preguntó: “¿Me puedo quedar con él?” “Es en una sala de infecciosos, y no puede haber acompañantes ni visitas”, negó ella. Inmediatamente redactó la historia clínica y puso el análisis dentro, y les indicó dónde quedaba la sala. Cuando salieron de la consulta, Andrés, que había permanecido callado, habló. “Yo no me voy a ingresar, porque sé que no tengo zika. Yo estoy intoxicado, y ahí no me van a dar los medicamentos que necesito, ni la dieta, y me voy a morir”. Su hijo no se opuso, pues había pensado algo parecido.

El día de su cumpleaños ya Andrés había mejorado bastante. Por eso les extrañó cuando bien temprano en la mañana les tocó a la puerta la médica de la familia, porque según dijo, en el hospital habían reportado al municipio el caso como zika, y que el enfermo no quiso ingresar. Cuando le enseñaron a la doctora la historia clínica y el resultado del análisis, ella, que fue la que dio el primer diagnóstico de intoxicación, lo auscultó y vio su mejoría, y le amplió las opciones de alimentos. Además le afirmó que no tenía zika, y que estuvieran tranquilos.

Pero no había transcurrido una hora cuando se presentaron dos trabajadores de la campaña antivectorial a la entrada del edificio, y comenzaron a gritar a voz en cuello: “¡El caso de zika! ¡Apartamento 4!”

Los ancianos, que estaban solos en la casa, se pusieron bastante nerviosos. Para colmo, una vecina chismosa y “patriota” les abrió la puerta del edificio, les franqueó la entrada y los acompañó hasta la puerta del apartamento, a la vez que increpaba a la mujer para que los dejara fumigar. Pero esta con firmeza les decía: “Él está intoxicado. Ya la doctora estuvo temprano y lo vio”. Trataba de enseñarles la historia clínica, pero a aquellos energúmenos no les interesaba verla. El que traía la bazuca, le gritaba: “¡Si no deja fumigar, le voy a levantar un acta por negarse, y son 150 pesos de multa!”. De la palabra pasó al hecho, tratando de intimidarla para que firmara. Mientras, ella repetía: “La fumigación tiene petróleo, y eso lo puede poner peor”.

Como a la media hora regresaron, pero la mujer tampoco cedió. Transcurrió otra media hora y volvieron dos más, pero estos eran distintos. Uno era el jefe de la campaña, educado y respetuoso. Se disculpó por el maltrato de sus campañistas. Aceptó leer la historia clínica e ir a ver a la doctora. Al regreso, les propuso: “Miren, como se ha armado tanto revuelo, para que los dejen tranquilos le vamos a fumigar con ficán”, a lo que ambos ancianos accedieron.

La realidad es que el Aedes aegypti tiene residencia permanente en Cuba. Para erradicarlo no basta la voluntad ciudadana. Se hace necesaria la concientización del gobierno, que, sistemáticamente, debe limpiar los solares yermos, los microvertederos, facilitarle a la población tanques apropiados para acumular el agua (ya que no es capaz de mantener el suministro constante), erradicar los salideros y recoger la basura diariamente, entre otras medidas.

Pero lo que más preocupa, en vista de que rige la ley del más fuerte, es ver cómo cada día crece el maltrato del “hombre nuevo” hacia los ancianos y desvalidos.