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Enero sigue siendo un mes muy cruel

Entrada de los rebeldes a La Habana (Imagen: Internet)

LA HABANA, Cuba. – No sé por qué supone T.S. Eliot, y con él sus lectores, que abril es el mes más cruel. No tengo dudas de que el peor de todos los meses, el más feroz, el desalmado, es enero; y de eso ya escribí alguna vez, pero insisto nuevamente. La verdad es que ando triste otra vez, la verdad es que ando triste con frecuencia, y más ahora que ya transcurrieron todos los días que completan ese primer año desde la muerte de mi madre, desde ese día en que la dejé allí, bajo la fría loza de un panteón ajeno. La verdad es que enero es un mes bien triste, y ahora más, mucho más. Enero es un espanto, es un mes de muerte.

Enero será siempre el mes más triste. Enero se llevó a mi madre. Enero es un mes atroz para mí, pero también para casi todos los cubanos. Enero es el mes más cruel, aunque Eliot suponga las mayores crueldades en abril. En enero murió mi madre, y también los comunistas fijaron en enero su victoria. ¿Algo podría ser peor que la muerte de una madre y la instauración del comunismo? El primer día de aquel año sería el escogido porque en las horas previas se largó Batista, y eso bastó para que ellos decidieran, no sin astucia, que el primer día del año coincidiera con el triunfo. Ellos debieron sopesar, mirar de cerca las ventajas que ofrecía la fecha. Un triunfo fijado en el primer día del año podría entenderse como buen augurio.

El primer día de un año coincidiendo con el primer día de un “triunfo”. Esa fue una buena treta y quizá, para muchos, un buen augurio, hasta que se demostró lo contrario. Luego vendría la caravana, una multitud de hombres de rara apariencia, peludos, adornados con collares, tan barbudos como los reyes magos. Una multitud tan escandalosa como la gente reunida en los carnavales se hizo visible. Así comenzó aquel enero, ese “triunfo” que también pretendieron coronar con la celebración del nacimiento de Martí en La Habana, esa ciudad donde la caravana tendría su fin, para establecerse allí para siempre, o al menos mientras durara su gobierno. Una caravana en La Habana con barbas y pelos largos, una caravana adornada con collares de Santa Juana, toda una profecía, el mejor vaticinio, el gran augurio.

La Habana se llenó de gritos y consignas,La Habana fue fiestera, escandalosa; los “humildes” tomaban la ciudad capital, se convertían en los nuevos dueños, se mudaban gracias a los “salvadores”, a esos “redentores” que expurgaron todo cuanto les molestaba, todo lo que consideraron traición, todo lo que les pareciera abuso, y para conseguirlo, abusaron. Y habló Fidel en enero a una multitud carnavalesca. Y en medio de aquel discurso una paloma se posó en el hombro del rebelde, del barbudo. Un gran augurio, la paz posada en uno de los hombros del “profeta”, ahora no recuerdo si la “posada”, si aquel forzoso aterrizaje, fue en el hombro izquierdo o sobre el derecho, no sé si el ave fue atraída por alpiste, por alguna extraña luz en el hombro, en la charretera del barbudo en jefe, pero sucedió, y fue reproducida hasta el cansancio aquella imagen, y todavía… 

Enero fue el mes de la “victoria”, incluso para aquellos que se fueron a la Sierra sin saber muy bien por qué lo hacían, y otros sí que lo sabían, como aquel guajiro oriental del central Miranda, aquel guajiro que se fue a la Sierra sin muchas convicciones, cuando ya estaban los barbudos. Aquel guajiro subió a la Sierra desde aquellos predios en los que estuvo enclavado el central Miranda, ese que hoy se llama Mella, pero las razones de su alzamiento nada tenían que ver con las tropelías de Batista, y tampoco con una identificación con Castro y los rebeldes.

Aquel guajiro se unió a los rebeldes para salvarse de la muerte, se unió a los rebeldes porque si no “ponía pies en polvorosa” se convertía en cadáver, “estiraba las patas” para siempre. Y es que ese hombre fue sorprendido mientras daba “ofrendas de varón” a la esposa de un guardia rural, y “salió echando” para salvar su vida, para evadir la muerte, jamás porque simpatizara con los rebeldes, con los propósitos de esos rebeldes comandados por Fidel Castro. Aquel hombre que bajó de la Sierra con grados militares no subió por “convicciones”, subió para salvar su pellejo, para evadir la muerte. Aquel hombre fue sorprendido por un marido celoso, batistiano, y subió a la Sierra, huyendo…, pero aun así bajó luego como un héroe.

Y ese hombre debió estar también en esa caravana que hizo en enero el camino hacia Occidente, ese hombre debió estar entre los que acompañaron a Fidel mientras vencía esa distancia que lo separaba de La Habana, y quizá lo acompañó también aquel día del discurso en Columbia, aquel discurso en el que una paloma ganara tanto protagonismo. Aquel hombre se convirtió, por casualidad, por miedo a la muerte, en revolucionario, y ganó poderes. Aquel hombre, gracias a la casualidad, se convirtió en héroe, aquel hombre, gracias al miedo que tuvo a morir a manos de un marido celoso y traicionado, se convirtió en un “héroe revolucionario”.

Y así debieron llegar muchos a La Habana, así debieron llegar muchos hasta el día hoy, mintiendo, teatralizando epopeyas y victorias. Así se sigue haciendo el camino, por casualidad, por conveniencia, y hasta por miedos. Así se hizo ese enero tan cacareado, así se consiguió la eterna crueldad de ese primer mes del año, el más devastador de entre todos los meses que forman el año cubano. Quizá por eso no comulgaré jamás con Eliot, porque para mí, el mes más cruel será siempre enero, porque en enero triunfó una “revolución” que no me gusta, porque en enero murió mi madre, a quien la “revolución” no le propició los medicamentos que precisaba, no le propició la salud que la mantendría en vida y junto a mí. ¿Harán falta otras razones para creer en la crueldad de enero, de esa “revolución” de enero? 

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Jorge Ángel Pérez

(Cuba) Nacido en 1963, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas