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Enseñanzas del Holocausto en reciente filmografía

MIAMI, Estados Unidos.- Tres películas que he visto por estos días, relativas al Holocausto, me remontan inevitablemente a circunstancias de mi vida en dictadura que, de cierta manera, son reflejadas por la vasta filmografía sobre el calvario de los judíos

My Name is Sara, Persian Lessons y Adieu Monsieur Haffmann subrayan la capacidad del ser humano para sobrevivir las peores calamidades, aunque tengan que eventualmente hacer dejación de respetables principios. La vida es el más precioso de los tesoros y debe ser salvada a como dé lugar.

El apartamento de la Habana del Este donde se resguardó mi familia era una suerte de oasis democrático en medio de la debacle castrista. Mis padres nunca nos impusieron ideología, ni religión. Allí se susurraban con franqueza los avatares diarios que afrontábamos en aquella sociedad enrarecida, de miedo y simulación. Lo que se dilucidaba en la protección del hogar, allí permanecía.

La tensión, por supuesto, se fue acrecentando. La llamada revolución no era un sitio que admitía la indiferencia. Exigía lealtad y militancia para continuar, de lo contrario podías ser excomulgado de sus magros beneficios.

En Persian Lessons, un judío se hace pasar por iraní cuando está a punto de ser fusilado junto a sus coterráneos. Los soldados le perdonan la vida porque el oficial de las SS que se ocupa de la alimentación en el campamento desea aprender persa.

Ese travestismo desesperado deviene el camino de supervivencia del vapuleado judío. Pero sucede que realmente no conoce el idioma y lo que se le ocurre es inventar una suerte de jerigonza que el nazi acepta como la lengua que desea hablar porque tiene planes de radicarse en Teherán, al finalizar la guerra, para abrir un restaurante.

Las reglas del totalitarismo alientan el absurdo y la decepción donde quiera que acontezca, ya sea en el horror de un campo de concentración o en medio de la devastación comunista.

Gilles, el protagonista de Persian Lessons, película que Bielorussia propuso a los Premios Oscar, es judío en su fuero interno y no tiene otra añoranza que la libertad, pero en el interín tiene que practicar la doble moral y sufrir no sólo la violencia nazi, sino la de compatriotas al servicio de los criminales, propinando golpes sin misericordia a los que se reblandecen en las malvadas y extensas jornadas laborales de los campos de exterminio.

Entre los años sesenta y ochenta del pasado siglo, el castrismo creó un burdo aparato represivo llamado precisamente a socavar refugios domésticos como los erigidos valientemente por mis padres. Que nadie se sintiera seguro, todos podían ser sospechosos de infidencia. En los vecindarios pulularon espontáneamente los delatores.

En la película My Name is Sara, que ahora mismo se proyecta en el Teatro Tower del Miami Dade College y en otras salas de la ciudad, una niña judía de 13 años ha logrado escapar de la matanza fascista en Polonia, cambia su identidad religiosa, y es acogida por una familia de campesinos ucranianos.

La aldea está ocupada por los nazis, que ahorcan en los caminos cercanos a quienes protejan hebreos. Tanto las tropas alemanas como los partisanos rusos, quienes luchan para liberar la región, saquean los bienes y abusan físicamente de la familia donde Sara, quien ha cambiado su nombre por Manya, trata de subsistir a toda costa.

En momentos extremos de reverberación social como las guerras o las revoluciones, hay estratos ingenuos o indiferentes de los pueblos con la ilusión de vivir al margen de situaciones que no crearon.

Tarde se suelen convencer de que arrodillarse y colaborar con el mal no los hará regresar a sus vidas anteriores.

En Adieu Monsieur Haffmann un judío joyero decide enviar a su familia a Suiza para salvarlos de eventuales detenciones fascistas en París, con la idea del reencuentro tan pronto sea posible.

Entonces toma la decisión de transferirle a su empleado, quien no es judío, la propiedad de la tienda y de su casa hasta tanto termine la guerra y él pueda retornar. Pero la fuga le resulta imposible y para salvarse hasta que se le presente la oportunidad de huir vivirá escondido en el sótano de su propia casa, mangoneado por quien fuera su empleado y ahora se codea con un oficial nazi que le compra joyas.

Esta es una película tensa y recovecos dramáticos admirables que habla en un principio de la fuga, mientras sea posible, y de la desintegración moral que provoca el totalitarismo.

Haffmann no puede dar crédito al comportamiento de quien fuera su honesto y humilde empleado, transformado en un ser   artero, capaz de adueñarse de propiedades ajenas sin el menor escrúpulo.

Cuando la libertad es cancelada y se imponen regímenes y doctrinas por la fuerza, mediante las armas u otras maneras de la represión y la intolerancia, el ser humano sufre aquelarres como los narrados por las mencionadas películas o el que aún padecen países como Ucrania y Cuba. A todos los totalitarismos les asiste una voluntad de exterminio físico y espiritual.

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