Inicio Cuba Entre huelgas y reclamos: de la obediencia a la rebeldía

Entre huelgas y reclamos: de la obediencia a la rebeldía

Protesta masiva en La Habana, 13 de septiembre de 2017 (Foto Liu Santiesteban/Facebook)

WEST PALM BEACH, Estados Unidos. – A juzgar por los vientos que corren por Cuba, aquellas personas que suelen decir que en la Isla nada cambia deberían comenzar a reconsiderar tal criterio. Es un hecho que han comenzado algunos cambios y no precisamente desde el Poder -que son los que esperan siempre los escépticos- sino los más importantes y auténticos: los que se producen desde de los sectores autónomos de la sociedad.

Al brote de rebeldía ciudadana iniciado varias semanas atrás por los artistas independientes con su campaña contra el Decreto 349 que pretende coartar la libertad de creación y difusión de las diversas manifestaciones artísticas, se ha sumado este 7 de diciembre la huelga de transportistas privados en reclamo de reivindicaciones y en contra de las regulaciones asfixiantes que les han sido impuestas arbitrariamente por el gobierno.

Pese a las amenazas, el acoso y las detenciones sufridas por varios de sus principales animadores, o quizás fortalecida por ello, la huelga se ha iniciado con una puntualidad británica, y la capital se lo está sintiendo. En la mañana de este viernes, a despecho de los ómnibus de “refuerzo” que -según informaciones no confirmadas- fueron destinados a paliar los efectos de “El Trancón” (nombre con el que ha sido bautizada la huelga), las paradas de ómnibus permanecían congestionadas mientras numerosos “almendrones” circulaban vacíos y sin detenerse por las principales arterias de La Habana.

Tanto en el caso de los artistas como en el de los transportistas privados el denominador común es el carácter inédito del desafío a un gobierno que hasta el momento no admitía cuestionamientos y mucho menos acciones organizadas contra los designios de su poder. Otro rasgo compartido es el carácter espontáneo y abierto de sus reclamos y estrategias de resistencia frente a las gigantescas instituciones oficiales.

Esta vez no se trata de un reducido grupo de conspiradores reunidos entre cuatro paredes mientras la jauría represora bloquea accesos y salidas. Tampoco estamos ante una respuesta a llamamientos opositores ni a programas subversivos urdidos por estrategas políticos de todas las orillas. No. Tanto las convocatorias de los animadores de las rebeliones pacíficas como sus actos han sido manifestaciones públicas y a rostro descubierto. Tampoco parece existir entre los huelguistas o manifestantes de turno una arrebatiña por los protagonismos o liderazgos individuales sino una evidente responsabilidad compartida y coordinada en pos del objetivo común. Nada podría provocar mayor desconcierto y preocupación a la elite gobernante.

Otro dato peculiar son las circunstancias en que se están produciendo los hechos: meses después del retiro de Raúl Castro de su cargo de Presidente y de la asunción del sucesor designado por él, Miguel Díaz-Canel, primer mandatario sin vínculos generacionales o familiares con la llamada Generación Histórica -y por tanto sin la herencia de “legitimidad natural” de los participantes en la revolución de 59- en medio de una crisis económica interna irremontable, con la presión de una deuda externa asfixiante y de un creciente descontento social.

Para mayor complejidad del panorama, la suspensión de la política pies secos/pies mojados, que permitía la permanencia en EEUU de los cubanos que lograran arribar a ese país de manera irregular, si no eran interceptados en el mar, y que funcionaba como una válvula de escape al sistema, está teniendo un doble efecto nocivo para el régimen. Por un lado, ha atomizado las mareas migratorias desde la Isla hacia otros destinos de la región, provocando conflictos en las zonas fronterizas de varios países del área y poniendo el foco sobre la realidad del supuesto paraíso socialista cubano, mientras por otro está haciendo aumentar la presión social al interior de la Isla.

Y como si no fuera suficiente, coincide con la entrada del servicio de Internet a los móviles de los cubanos. Es decir, que cualquier incidente o suceso podrá ser reportado en tiempo real por un testigo cualquiera y divulgado al mundo instantáneamente. Ya se sabe que “el potro de la Internet” es indomable.

Por primera vez en 60 años muchos cubanos perciben que emigrar ha dejado de ser la opción más expedita para huir de la pobreza perpetua y finalmente parecen entender que si quieren cambiar el estado de cosas en Cuba deben hacerlo por sí mismos y dentro del territorio nacional.

Lo peculiar de una sociedad marcada por la politización extrema se refleja en que, a pesar de que el movimiento de los artistas contra el Decreto 349 no es declaradamente político, esencialmente lo es porque planta un rechazo vertical a la política cultural del gobierno. Lo mismo sucede con “El Trancón” iniciado este viernes 7 de diciembre con la huelga de transportistas privados, que no se reconoce a sí mismo como una protesta política, pero esencialmente lo es al desafiar al poder omnímodo de una dictadura que ha gobernado el país controlando hasta el más mínimo detalle por demasiado tiempo.

Cuando días atrás ese mismo poder se vio obligado a retractarse acerca de las nuevas disposiciones arbitrarias que se iban a imponer a los “cuentapropistas” -retroceso que en su catauro de eufemismos no es tal, sino un “reordenamiento” de las actividades permitidas- quedó pulverizado el mito de la invencibilidad del Poder y se demostró que esa fuerza nueva, que es el sector privado, más productivo y eficiente que el Estado parásito, está llamado a jugar un papel fundamental en los cambios que se deben producir en Cuba.

Seguramente no será un proceso fácil o rápido. Puede que en algunos sentidos incluso se produzcan retrocesos. El paso siguiente debería ser que estos sectores se agruparan en sindicatos o gremios independientes para fortalecerse y ganar en organización y alcance.

No obstante, lo cierto es que el gobierno, y muy especialmente el señor Presidente (no electo por esos mismos que hoy reclaman derechos) está entrampado en el absurdo de un sistema que no creó, pero que aceptó representar. No existe manera de salir airoso de esta prueba: si el gobierno cede a las presiones será la señal para destapar un aluvión de reclamos que comenzarán a brotar desde todos los rincones de Cuba, de los millones de cubanos que han esperado reivindicaciones durante décadas y de las jóvenes generaciones que exigen espacios de participación. Un gesto de capitulación gubernamental agitaría ese sentimiento tan subversivo como peligroso, que es la esperanza, y precipitaría los cambios.

Por otra parte, de sofocar los reclamos con mayor represión, como ha ocurrido siempre, solo conseguiría multiplicar el descontento, la rebeldía y la audacia de los reclamos, provocando una espiral de violencia donde el propio gobierno terminaría perdiendo la partida.

Es pronto para predecir un desenlace, pero el saldo positivo ya está ganado para los rebeldes de estas jornadas. Más allá de los resultados de las manifestaciones de los artistas y de esta huelga de transportistas, por primera vez en seis décadas los cubanos habrán demostrado su capacidad y disposición de plantarle cara al Poder. Finalmente, la costra del miedo ha cedido. A ver si, después de todo, va a resultar ser cierto que el castrismo no logrará sobrevivir a los Castro.