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Ernesto Pérez Chang: un cronista de la Cuba oculta

Ernesto Pérez Chang (Facebook)

LA HABANA, Cuba.- Algún día, cuando se quiera saber la realidad, y no lo que cuenta la versión oficial o los casi siempre despistados cubanólogos, sobre la Cuba de la segunda mitad de este siglo, habrá inexorablemente que remitirse a los artículos de Ernesto Pérez Chang en CubaNet.

Pérez Chang, nacido en 1971, antes del periodismo, se dedicaba a la literatura de ficción. Autor de más de una decena de libros, muchos de los cuales recibieron premios, (entre ellos el Premio Iberoamericano de Cuento “Julio Cortázar” en 2002 por Los fantasmas de Sade), es uno de los escritores más importantes de su generación.

Entre sus libros se cuentan: Últimas fotos de mamá desnuda, Historias de seda, Variaciones para ágrafos, El arte de morir a solas, Tus ojos frente a la nada están, Alicia bajo su propia sombra, La cocina de los chinos en Cuba y Cien cuentos letales.

Los comisarios de la UNEAC, molestos por su mordacidad e irreverencia, aprovecharon un pretexto baladí y ridículamente pudibundo para castigarlo: haber autorizado la publicación en la revista Unión, de la que era editor, de algunos de los Sonetos Lujuriosos del poeta renacentista Pietro Aretino, cuya traducción consideraron obscena. Harto de prohibiciones y represalias, Pérez Chang se unió al periodismo independiente. Desde entonces sus libros dejaron de publicarse en Cuba.

Afable y buen conversador, en su apartamento del Reparto Eléctrico, en Arroyo Naranjo, respondió estas preguntas para CubaNet:

—¿Cómo llegaste al periodismo independiente?

— De la misma forma como llegué a la literatura. Más que por cualquier otro motivo, son dos destinos a los que se llega cuando coinciden un vacío, sea intelectual, espiritual, y la necesidad de llenarlo. A la literatura llegué cuando, como lector, buscaba una historia y una forma de contarla y no las hallaba en otro lugar que no fuera dentro de mi cabeza. Eso fue lo que me llevó a escribir mi primera historia con la consciencia de estar escribiendo literatura y todo cuanto eso implica. Las vías hacia el periodismo no fueron muy diferentes, hablo del periodismo a secas, porque no debe existir otro periodismo que no sea independiente. Independiente de un gobierno, de una ideología oficial, de una tendencia determinada que afecte la veracidad. El periodismo fue la vía que encontré para llenar esos vacíos que la literatura, mi modo de concebir la literatura, no me permitía. Pero también, de cierto modo, aunque parezca un sacrilegio lo que diré, me cansé de narrar, de fabular, de ficcionar y el periodismo me mostró un camino que va más allá de la palabra y te conecta directamente con la realidad, con el contexto social, político, un camino no más arriesgado que la literatura pero que me imponía nuevos desafíos, posiblemente riesgos de vida o muerte reales, como no, adrenalina pura, y yo tengo alma de aventurero. Todo escritor es un aventurero y el periodismo tiene mucho de aventura.

— Siendo autor de una docena de libros donde muestras un extraordinario dominio del lenguaje y la escritura, a muchos nos sorprendió la rapidez con que te adaptaste al periodismo. ¿Cómo lo consigues?

— Como te dije, fue responder a una necesidad personal que a la vez me llevó a realizar ajustes en mi escritura pero creo que esa “adaptabilidad” es verificable en mi obra literaria, donde existen piezas extensas, donde incluso juego con el lenguaje y las estructuras narrativas, a veces son retozos muy complejos, pero también hay otras zonas donde simplifico al extremo, apuesto por la brevedad, la síntesis, la fábula brevísima, directa, y esos dos extremos reflejan mis inquietudes. En el periodismo no se debe jugar con el lector, el objetivo es informar, comunicar, dar a conocer, expresar una opinión de modo claro y para un público diverso. Se puede ser “literario” pero sin abusar demasiado, sin perder el rumbo ni la consciencia de que estamos prestando un servicio y de que somos responsables por esa materia con la que trabajamos que es la información y, posiblemente, una parte considerable de la verdad, o al menos aquello que pensamos que es la verdad. Sin embargo, no veo conflicto en escribir literatura y periodismo, en ser escritor de ficciones y periodista. Los ejemplos abundan, los buenos y los malos.

—¿Te ha traído problemas tu labor como periodista independiente? ¿Lamentas haberte salido de la cultura oficial?

— Todas las decisiones, buenas o malas, nos traen problemas, menores o mayores, trascendentes o intrascendentes. Pero el periodismo independiente en Cuba es de los que ponen toda nuestra vida y las vidas de los seres queridos, de nuestras familias, en alerta roja y con asteriscos. Es considerado un delito y quien lo ejerce es demonizado por el régimen, criminalizado por los tribunales, perseguido por la policía política y marcado negativamente en su entorno. No obstante, los tiempos van cambiando y las personas ya no se creen demasiado las cosas feas que les dice el gobierno sobre el periodismo independiente o alternativo. Los cubanos han aprendido con los años que los medios de prensa no oficialistas son, además de una alternativa informativa, un recurso para paliar el desamparo legal que los afecta y miran al periodista independiente como su aliado. Saben que, agotados los recursos oficiales para denunciar una injusticia, se abren otros caminos para la denuncia, la reivindicación, la divulgación de la verdad, su esclarecimiento. El gobierno nos persigue y nos condena porque sabe que somos alternativa en un contexto cerrado y también nos acosa buscando bloquear nuestra influencia o buscando nuestro agotamiento físico, psicológico, como seres humanos que somos; es una manera de apagar el periodismo que hacemos, por eso me cuido mucho de caer en su juego e intento no convertirme en noticia a no ser que me suceda algo grave, pero para eso tengo mis estrategias de denuncia si llegara a sucederme algo, pero, te digo, no soy periodista para ocupar con mi nombre y mis detenciones o atropellos los titulares de ningún medio de prensa, soy periodista independiente, alternativo, porque en eso me convirtieron, fue una necesidad personal que poco a poco me fue trascendiendo.

En cuanto a lamentarme por salir de lo que llamas “cultura oficial”, sí, por supuesto que si me lamento y mucho, pero por no haber golpeado algunas caras y pateado ciertos traseros antes de mi portazo definitivo. Pero fíjate que escribo muy poco sobre ese mundo “oficial”, no me interesa, incluso a veces le damos una importancia que no tiene y de ese modo jugamos su juego. En Cuba suceden cosas más importantes, en la economía, en las calles, en el interior de la gente, por ejemplo, que el periodismo oficial no atiende. Entonces no voy a detenerme en historias de fantasmas y cobardes.

— Volviendo a la literatura, ¿qué autores te han influido?

— Todos y a la vez ninguno en específico. En realidad no he leído tanto, más bien he sido obsesivo como lector de una treintena de autores y tampoco soy de perseguir lo último que se lee. Tengo algunos dioses en mi Olimpo personal: Borges, Thomas Mann, Poe, que me secuestraron por un tiempo. Una y otra vez los leí durante años. Cuando más leí fue como estudiante en la Facultad de Letras y posteriormente como editor en Casa de las Américas, pero no siempre leí con ese gusto de mis años de preuniversitario cuando descubrí la literatura francesa del siglo XIX, la narrativa norteamericana del XX. Puedo leer un mismo libro cien, doscientas veces y cada vez descubrir un libro nuevo. Igual me sucede con las películas o con las canciones, observando una pintura, un acontecimiento. Todo eso también me influye. Conversar con un amigo o con un enemigo, con un desconocido, escucharles decir verdades y mentiras.

— De tus libros, ¿cuál es tu preferido?

Los fantasmas de Sade, una noveleta que publiqué en 2002 y que a la fuerza disfracé de cuento para poder ganar un concurso. Después de eso creo que no escribí otra cosa mejor. Todo lo demás fue un intento por superar esa historia. Pero ya no libro esas batallas. También me quedo con un par de cuentos, como Victoria Hugo o Buscaba revelaciones en la basura, me divertí mucho escribiéndolos.

— ¿Te ha apartado el periodismo de la literatura? ¿Trabajas en algún nuevo libro?

—Fui yo quien se apartó de la literatura. El periodismo, por el contrario, me mostró nuevos caminos, me sacó a tiempo de esa batalla de la que hablo y de la cual solo saldría vencido, muerto. No quiero decir con esto que haya puesto punto final a mi vida literaria, eso es algo imposible, solo que decidí tomarme unas vacaciones para escribir sin pensar en metas como publicaciones, contratos, premios, concursos. Estoy ahora en una especie de retorno a los inicios, cuando escribía pensando que sería inmortal. Eso me libera de mucho peso y, sobre todo, me permite disfrutar mucho más de la escritura. No tengo que demostrar nada a nadie. Soy escritor, soy periodista y mañana puedo ser cualquier otra cosa que le dé sentido pleno a mi vida. He terminado dos libros. Una novela y otro libro de cuentos breves. Los terminé de escribir hace poco más de un año, pero continúo trabajando en los dos. Aún no están listos para comenzar el viaje. Porque después que los dejo marchar no hay vuelta atrás. No me gusta corregir. Lo que está publicado es lo que es, así como aquello que espera en las gavetas deberá quedar ahí o saltar a la basura.

— ¿Cuál es tu mayor defecto? ¿Y tu mayor virtud?

— Ojalá lograra conocer a tiempo mi mayor defecto, pudiera salvarme de la tumba. Tengo demasiados, como cualquier ser humano nada extraordinario que soy, pero estoy seguro que no es nada que ponga en riesgo o que lastime a las personas que amo, que respeto o de las que estoy agradecido. Siento odio, rabia, miedo, celos y también algunas veces me ha picado la envidia, pero tampoco en dosis que supongan un veneno mortal para mí o quienes me rodean. Puedo controlar mis pasiones. En cuanto a mis virtudes, prometo que responderé algún día o que alguien o algo responderá por mí.

— ¿Cómo te ves en el futuro?

— Quisiera poder decir “más joven” pero es imposible. En verdad ya no pienso mucho en eso, pero al menos comienzo a estar más seguro de algo. A quienes sé que les molesto, les digo que me veo en Cuba, siempre en Cuba y buscándome problemas hasta el último segundo de mi existencia. Como diría un amante empecinado, “a mí hay que botarme”. También me veo como siempre he sido. Quedando bien solo conmigo mismo, siendo fiel a mí mismo y dando pelea, a mi modo, por cambiar las cosas y por espantar el miedo. Es verdad que hay días en que el pesimismo me invade y en que todo me parece inútil, días en que me puedo arrepentir de haber regresado tantas veces a este país tan amargo que parece marchar sin rumbo pero son solo episodios breves y al rato me vuelvo a aferrar a la idea de que las cosas cambiarán, tienen que cambiar. Vendrán tiempos en que los cubanos volverán a hablar, caminar, reír libremente y todos estos años parecerán una pesadilla colectiva. Entonces seremos un país como un niño que, al dejar atrás las jornadas de enfermedad o de injusto castigo, despierta una mañana de sol, en primavera, y sale a jugar.

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