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Estafadores en Cuba, al alza junto con el dólar

Cubano con dólares (foto: EFE)

LA HABANA, Cuba. – Ahora que se acerca el fin de año y el valor del dólar estadounidense anda en carrera libre por alcanzar los cielos, como consecuencia de la inminente salida de circulación del “peso cubano convertible”, más conocido como CUC, las calles de la isla se han colmado de “revendedores astutos” que le han sacado beneficios a la situación aun sin contar con demasiados billetes verdes.

Les basta con la habilidad de sus manos para obrar la magia de multiplicarlos o sustraerlos y hasta se anuncian en la internet al acecho de ingenuos y desesperados para quienes la palabra “estafa” es un cuento de caminos, a pesar de estar a la orden del día en una Cuba estancada en una crisis debido a los empeños del Partido Comunista por mantener el control absoluto.

En Miami las autoridades lanzan alertas contra los estafadores locales pero otra cosa sucede en Cuba donde pareciera que tales crímenes no existieran.

No se habla mucho del asunto en los medios oficiales pero basta con escuchar a las personas en la calle para darnos cuenta que los estafadores campean a diestra y siniestra sin grandes consecuencias, mientras a las víctimas no les queda otro remedio que resignarse en su papel, en tanto buena parte de lo que hacen los cubanos y cubanas para sobrevivir al duro día a día no es más que sortear las fronteras de la ilegalidad.

“¿A dónde voy a ir a denunciarlo?”, es lo que responde la mayoría, a sabiendas que acudir al mercado negro para solucionar los problemas cotidianos es igual de ilegal, y la policía, más por sacarse de encima a tantos quejosos que por hacer cumplir la ley, terminará por convertir a la víctima en culpable bajo el delito de “receptación” u otra artimaña que pareciera propiciar la impunidad de ladrones y estafadores.

Mauro, médico de 35 años, quiso cambiar por pesos cubanos unos dólares que tenía pero terminó estafado. Según cuenta, para evitar el gravamen que impone el gobierno cubano al dólar estadounidense, prefirió acudir a una de esas personas que merodean por las Casas de Cambio y ahora lamenta su decisión.

“Iba a cambiar quinientos dólares, como era mucho dinero, el tipo (el estafador) me dijo que mejor era hacerlo en un portal, para que la policía no nos viera (…), sacó el dinero, incluso lo contó dos veces delante de mí. Yo le di los dólares y ya, no pasó nada extraño. Me fui tranquilo pero cuando llegué a la casa vi que me faltaban dos mil trescientos pesos (…), no sé en qué momento me robó. Vi que él contó y volvió a contar. Algo hizo que yo no pude ver cuando me tumbó el dinero. ¡Y la cara de buena gente que tenía!”, se lamenta Mauro al no poder remediar la situación:

“Traté de hacer la denuncia pero fue por gusto. El policía me dijo que no podía hacer mucho, que incluso tenía que ponerme una multa porque está prohibido cambiar dinero en la calle (…), me aconsejó que me fuera, que él se iba a hacer el que no escuchó, como si me hiciera un favor”, apunta el joven doctor.

Un episodio muy similar es el que cuenta Sergio, un amigo escritor que quiso cambiar mil dólares que recibiera como parte de un premio literario:

“Yo quería CUC (pesos cubanos convertibles) porque así convertía los mil dólares en un poco más (…) para guardarlos y así ir estirándolos para comprar cosas para la casa (…), busqué los anuncios en Revolico y llamé a un tipo que incluso ponía que era una persona sería, que podía venir hasta la casa y dije, bueno, aquí en la casa no pueden estafar, porque estoy en mi casa, incluso llamé a Eloy (un amigo) para no estar solo (…). El tipo llegó (…), le di el dinero para que lo contara, ya yo lo había contado y requetecontado (sic), pero el hombre me los vira para atrás porque dice que faltaban doscientos (…), yo le digo que no, que estaba todo pero el tipo me los cuenta delante y de verdad faltaban los doscientos pesos (dólares) (…). Yo no sé cómo lo hizo pero lo contó delante de mí y en ningún momento lo vi guardarse nada en los bolsillos (…). Son magos, te quedas ciego y no ves. No son unos improvisados (…). ¿Qué le iba a decir? ¿Y si me saca una cuchilla o después me vigila para entrarme a golpes?”, dice Sergio que decidió no acercarse a la policía para denunciar, primero por temor pero, además, por estar convencido de la inutilidad de la acción.

“La estafa es un delito pero comprar en el mercado negro también. Las medidas son prácticamente iguales, además de pasar el mal rato. Hay tantos casos de estafa que la policía no puede hacer nada. Engavetan la denuncia y ya. Cuando das media vuelta hasta se ríen de ti porque eres otro bobo más”, a su modo es lo que apunta otra de las víctimas de estafa con las que pudimos conversar, esta vez un abogado que, no por conocedor del fenómeno, pudo librarse de su papel de víctima.

“Es que la vida normal de cualquier persona que vive en Cuba transcurre en el mercado negro, incluso que esté de turista o de casualidad. Tienes que morir ahí porque no encuentras nada por las vías legales. Es un círculo de delitos que incluso llegamos a asumir como normal”, afirma el entrevistado.

Más allá de la compra-venta de monedas, donde se haría más evidente una “nueva oleada” de estafadores en Cuba, hoy existen otras artimañas “de moda” que colman la vida diaria de los cubanos.

El robo de saldo en los móviles, la compra de casas, trámites para salir al extranjero, títulos académicos falsificados, los malos servicios que no se corresponden con los precios cobrados, incluso por empresas estatales donde debiera primar la legalidad, todo un largo camino hasta llegar a la venta de artículos pirateados, adulterados o falsificados, como si fuesen “originales”.

Osdany fue uno de esos tantos “mayoristas” de perfumes Fraiche que dicen traer la materia prima directamente de México pero realmente lo único que importaba de ese país eran los envases, para más tarde rellenarlos en la isla con esencias florales (más una base aceitosa que muchas veces fue solo aceite comestible), pero que en realidad fueron originalmente concebidas  para ambientar baños.

De acuerdo con su experiencia, las cajas de cien frascos y los aditamentos las entraba al país un mexicano que por cada una recibía 50 dólares, pero de las fragancias y el alcohol se encargaba él directamente, adquiriéndolos en el mercado negro.

“En realidad le ganaba 3 dólares a cada pomo de perfume, y como la gente no sabe a qué huelen los originales, me los arrebataban de la mano porque olían mejor que los de la tienda (…), después me quité porque empezó a meterse mucha gente en ese negocio y ya todo el mundo sabe lo que pasa con los Fraiche en Cuba, son una estafa”, reconoce Osdany mientras sonríe sin mostrar ningún tipo de sonrojo.

En realidad no ha hecho más que reproducir un patrón que él mismo ha tomado de la cotidianidad. Comenzando quizás con ese “café” mañanero que los establecimientos estatales venden como tal cuando no es otra cosa que chícharos tostados; o con ese único e incomible pan “de la libreta” que pocas veces crece en el horno por falta de harina, levadura y aceite, así hasta escalar a niveles que no debiéramos tachar de “insospechados” porque en la isla, algunos más y otros menos, todos “saben” lo que sucede y casi siempre se tiene la sensación de estar siendo engañados y no precisamente por “desconocidos”.

La estafa y los estafadores parecieran estar presentes en la vida diaria de los cubanos como algo normal, incluso más allá del “mercado subterráneo” y hasta pudiera decirse que “institucionalizados” no solo por el poco interés que despiertan estos asuntos en las fuerzas del orden, al verlos en algunas situaciones como “cosas de ingenuos”, sino por las relaciones de dependencia establecidas entre el contrabando y el ámbito de lo estatal, una oportuna “simbiosis” que impediría encontrar una solución.

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