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Explosión en el Saratoga: una tragedia con cabos sueltos

LA HABANA, Cuba. — Varios días después de la explosión en el Saratoga, cuando los rescatistas continúan excavando y sacando cadáveres de debajo de los escombros —la cifra de muertos ya asciende a 42—,  continúan las especulaciones y rumores sobre la tragedia.

Desde los primeros momentos, la explicación oficial fue que se trataba de un accidente debido a un escape de gas.  El primero en asegurarlo, aun antes de que el Ministerio del Interior (MININT) iniciara las investigaciones pertinentes sobre el siniestro fue el presidente Miguel Díaz-Canel.

Muchos en la calle y en las redes sociales si no hablan de un atentado terrorista afirman que hubo negligencia y cuestionan las explicaciones oficiales, en las que hallan numerosos cabos sueltos y contradicciones.

Y es que los cubanos, luego de seis décadas de secretismo de Estado, de la manipulación y ocultamiento de la realidad, de las mentiras y medias verdades de la prensa oficialista, no hay modo de que crean en lo que dice el gobierno. Ni siquiera cuando lo que dice es verdad o algo parecido a la verdad, como parece ser el caso ahora.

De tratarse de un atentado terrorista ya el régimen le estaría sacando provecho. Y no tendría que esforzarse mucho en demostrar que solo unos monstruos serían capaces de cometer un crimen semejante. Volver una vez más al papel de víctimas —esta vez con razón— le compensaría políticamente con creces por los eventuales turistas que se espantarían de Cuba, pero que tarde o temprano volverían, porque dónde en este mundo se puede estar completamente seguro de que no puede ocurrir un ataque terrorista.

También, de tratarse de un atentado, le hubiera servido al régimen para atizar entre la población la histeria contra los opositores y desatar contra ellos la represión sin tener que buscar otros pretextos ni invocar decretos-leyes de excepción.

Accidente y todo, pero hubo represión. Las brigadas de respuesta rápida fueron activadas y el activista Ángel Cuza, que fue el primero en informar sobre la explosión al colocar en las redes sociales el video que tomó con su teléfono, fue arrestado por la Seguridad del Estado, como si informar sobre un accidente constituyera un delito.

Díaz-Canel, cuando aún no se había disipado del todo el humo de la explosión, aprovechó para atacar a los periodistas independientes. Así, politizando el asunto, estropeó el buen gesto que significó su premura en llegar al lugar del siniestro.

Ni en momentos como este los mandamases se deciden a quitarle las etiquetas al periodismo, que debería ser uno solo: el apegado a la noticia y la verdad.

Los rumores sobre lo sucedido en el Saratoga se deben al secretismo oficial, la opacidad informativa y la falta de cuestionamientos en los medios al servicio del Estado. Solo después de las protestas de los días 11 y 12 de julio de 2021 es que el régimen se ha decidido a salirles al paso. Pero evidentemente, no les funcionan repugnantes bodrios televisivos como Con filo. Actuar siempre a la defensiva, sin lograr convencer a nadie, sino más bien creando rechazo, no puede ser la solución.

Hasta que hace solo unos años Internet y las redes sociales le arrebataron el monopolio de la información al régimen, los cubanos nos enterábamos de lo que pasaba en Cuba por “la antena” o por los chismes de Radio Bemba.

Ahora, si el régimen informa de algo que no le conviene es cuando ya no tiene otra opción. Y generalmente,  es tarde para evitar que se disparen los rumores. Aun los más absurdos.

En Cuba todo es secreto de Estado, pero a los cubanos, los secretos nos dan picazón. Mucha picazón.

De guiarse por los medios oficialistas, es como si en esta sociedad no existieran asaltantes, violadores, psicópatas y nadie matara por celos. Como si pasáramos la vida en los preparativos de la próxima marcha combatiente. Pero sucede que ocurren cosas malas y peores. Y siempre nos enteramos de todo. O casi todo. Sólo que con las distorsiones, truculencias, exageraciones de los que juran ser testigos de los hechos o “saberlo de buena tinta”.

En virtud del misterio de logia masónica de los mandamases, las bolas (tan antiguas como el castrismo) y los rumores llenan el vacío que crea la falta de información.

Una verdad a tiempo es siempre menos dañina que el más pequeño de los rumores. Tal vez cuando el régimen aprenda esa lección, empiece a tener algún éxito en su lucha contra los periodistas independientes y toda la prensa que se empeña en calificar de “enemiga”.

Por supuesto que no pretendo darle consejos al régimen sobre política informativa. ¡Con lo torpes y soberbios que son estos mandamases, triunfalistas hasta cuando cuentan los muertos y los heridos de un accidente! Por mí, que sigan con sus torpezas y sus papelazos, y que se hundan, mientras más rápido, mejor, por el bien de todos los cubanos.

Me había propuesto no hablar de la tragedia del Saratoga. Otros colegas —Ana León, Ernesto Pérez Chang, Jorge Ángel Pérez, René Gómez Manzano— lo han hecho mejor. Pero el dolor no me permite seguir callado. Si quieren, ya pueden los mandamases acusarme de politizar el tema.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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