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Fidel Castro, el dictador que no quiso ser presidente

LA HABANA, Cuba. – Fidel Castro, el hombre que más tiempo disfrutó del poder omnímodo en el mundo le dijo al periodista francés Ignacio Ramonet que en enero de 1959 no quiso ser presidente.

Fidel de bobo no tenía un pelo. De pícaro todo lo demás. Él sabía que la presidencia de un país se obtiene por medio de elecciones generales, previstas en un sistema democrático, que se trata de un cargo transitorio, al que siempre le espera un final.

A ese final, Fidel le huyó como el diablo a la cruz. Y respondió: “A mí no me interesaba ser presidente. Lo que quería era la Revolución, la lucha…”

Y el periodista francés le creyó ciegamente, como le ocurre a cualquier periodista que escribe de manera parcial. O sea, que Fidel hizo toda una guerra sin ambiciones ni cargos personales.

Pero colega, Fidel fue dictador de Cuba durante más de medio siglo y controlaba todos los cargos habidos y por haber, porque como cualquier buen dictador común y corriente, se sentía dueño del país, enfermedad de la que no padece un presidente electo por un corto margen de tiempo, que no les permite hacer barbaridades.

Como por ejemplo, aquella que hizo Nikita Kruschev en febrero de 1954, cuando se convirtió en dueño de la URSS y regaló la península de Crimea a Ucrania, región que lo había visto nacer, en conmemoración del 300 aniversario de su adhesión a Rusia, una linda península con 27.000 kilómetros cuadrados que los diarios soviéticos ni mencionaron y que los ucranianos, antes de abandonar la desmerengada URSS, se negaron a devolver porque “lo que se da no se quita”.

En otra ocasión, seguramente mi colega Ramonet no lo sepa, en junio de 1972, de visita Fidel a Berlín oriental,  regaló a la República Democrática Alemana una pequeña isla, con 24 kilómetros de largo y uno de ancho, llamada Cayo Blanco del Sur, situada en un lugar conocido como Golfo de Cazones, al suroeste de la famosa Bahía de Cochinos.

La nombró Cayo Ernesto Thaelmann y su linda y coralina playa “Playa RDA”. Dos meses después se erigió el busto del político alemán y en 1975  el famoso cantante Frank Shöbel ofreció un concierto a todos los allí presentes: soviéticos y  generales cubanos, donde grabó su disco “Insel in golf von Cazones”.

Ya unificada, la Alemania capitalista no reclamó aquella propiedad en Cuba y fue el huracán Mitch, en 1998, quien lo destruyó todo. Incluso el monumento del político alemán fue a parar al fondo del mar.

Pero la historia no termina ahí. En 2001, los alemanes, pensando que lo que se da no se quita, trató de poner a la venta Cayo Blanco del sur y Fidel Castro, avergonzado, negó la negociación, argumentando que el “regalo” había sido simbólico. Eso ocurre, querido colega Ramonet, cuando los comunistas asumen el poder: se sienten dueños absolutos de su país y claro está, lo menos que quieren es ser  presidentes.